Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
Murió el sueño del tratado con Europa
La decisión del pueblo británico, irracional, en mi percepción, tiene sin embargo la virtud de permitir predecir matemáticamente el futuro. Las sociedades de los países miembros de la Unión Europea van a exigir más irresponsabilidad fiscal de los gobiernos, y Bruselas –chivo expiatorio del Brexit– lo convalidará y bendecirá.
La ficción del euro, sostenida hace rato con alfileres monetarios y emisionistas, continuará con más programas de compra de activos, refinanciaciones de deudas, rescates bancarios, salvatajes de países y empresas. Ahora se le agregarán tolerancias y déficits mayores.
Como consecuencia de estas políticas, los términos competitivos se deteriorarán. Eso, unido a la necesidad de crear trabajo para compensar el que fue supuestamente expropiado por la migración, llevará a políticas proteccionistas que cerrarán el intercambio extrazona y transformarán el bloque de un espacio de libre comercio imperfecto, como era, en una unión aduanera.
Los ajustes que se preveían en los sistemas jubilatorios y laborales, como en el caso de Francia, se retrotraerán o suavizarán hasta la nada, para evitar más Euroexits. El Reino Unido será tratado con poca consideración con fines ejemplificantes y porque el resto de Europa se repartirá sus exportaciones como la herencia de un gitano muerto.
La amenaza de secesiones o separatismos en cada país, o de fuertes presiones para salir de la Unión, es un germen mortal de populismo que se ha plantado ya en Europa y que se reproducirá durante varios años. El populismo acaba de mudarse de América del Sur al viejo continente.
Ese populismo se extenderá a los temas de inmigración, de modo que preparémonos para hacer aflorar nuestra proverbial sensibilidad con dinero ajeno cuando los camiones con migrantes no puedan entrar a ningún país y sean abandonados al hambre, lo que de paso vendrá bien para obligar a tomar posición en el tema del Islam, lo que se ha evitado hacer con declaraciones políticamente correctas, pero inconducentes. Y no habría que excluir a priori una mayor participación bélica de la OTAN en las zonas de terrorismo.
(Uruguay ya aprendió, por otra parte, que los migrantes islamitas no huyen desesperados por la guerra, sino que usan la guerra para conseguir emigrar con ventajas a los países más ricos del sistema, no a cualquier refugio).
La situación en el Reino Unido no será distinta. Tras el gigantesco error político de Cameron, sus sucesores serán complacientes y lábiles, la tendencia será proteccionista y populista, las ideas arcaicas. No hay razón alguna para creer que detrás de este exabrupto democrático descansa un intento de grandeza, de libertad de comercio, de apuesta a la creatividad y la innovación, de seriedad fiscal ni de ortodoxia económica.
Coherente con esas tendencias, y también con la enorme incertidumbre que se ha creado en el área, no es difícil prever que la inversión se retaceará, con lo que también caerá el empleo, agudizando el círculo vicioso que describimos y por la tozudez en seguir aumentando salarios contra toda lógica.
Se ha profundizado la grieta en Europa y dentro de cada uno de sus países. La que tanto conocemos por estas tierras. Entre los que crean, trabajan, estudian, se forman, producen y los que votan por un mundo de bienestar donde el estado garantiza la felicidad, ya se trate de las naciones o de las uniones supranacionales. Entre los que creen en la libertad de comerciar y progresar y los que sostienen que “Bruselas es insensible”. Europa volverá a ser un mundo de desempleados caros y de jóvenes timoratos de competir y hasta de tomar el riesgo de vivir.
Esta predicción no es para amargar al lector, simplemente, aunque a veces creo que se lo merece, sino porque interesa para repasar las opciones del Río de la Plata.
Durante años, cada vez que Uruguay llegó a la conclusión imperiosa de que debía abrirse comercialmente, la frase que surgía a continuación era “se están haciendo los acercamientos con la Unión Europea”. Tenía una razón. Europa no era el capitalismo yanqui y se soñaba conque ese bloque no exigiría reciprocidades, y hasta se especulaba con que abandonaría su proteccionismo agrícola.
Esas posibilidades, suponiendo que alguna vez hayan existido, han desaparecido, tanto en Europa como en el Reino Unido. Salvo la afinidad del populismo y algunas ideas obsoletas compartidas o que irán resucitando, el viejo mundo será nuevamente para los uruguayos un lugar turístico, de museos, shopping y buena comida, tan solo.
El panorama es similar para Argentina, pero mi país tiene más esperanzas puestas en Estados Unidos y eventualmente en China, y más posibilidades y alternativas de intercambio. Con lo que Uruguay se sigue quedando atrapado en su ideología, sus temores, su proteccionismo sindical-empresario y su dialéctica.
Un importante estudio internacional de auditoría y servicios empresarios decía hace pocos días que –como el sistema uruguayo se negaba a bajar el gasto– la alternativa, si se requería algún ajuste adicional, eran nuevos impuestos. No querría ser asesorado por especialistas con este pensamiento limitado y complaciente, pero la aseveración tiene una dosis de verdad: la única alternativa que parece restarle al gobierno es seguir aumentando impuestos o tarifas, que es lo mismo pero solapadamente.
Esto es lo que técnicamente se llama populismo. Esto es lo que ha llevado a Europa al Brexit: el voto popular decidiendo que para no ser insensible y en nombre de la libertad, hay que aumentar el déficit, el reparto y el cierre de la economía. Aunque, en un mundo de dialéctica vacua, no se le llama populismo. Se le llama democracia.
La ficción del euro, sostenida hace rato con alfileres monetarios y emisionistas, continuará con más programas de compra de activos, refinanciaciones de deudas, rescates bancarios, salvatajes de países y empresas. Ahora se le agregarán tolerancias y déficits mayores.
Como consecuencia de estas políticas, los términos competitivos se deteriorarán. Eso, unido a la necesidad de crear trabajo para compensar el que fue supuestamente expropiado por la migración, llevará a políticas proteccionistas que cerrarán el intercambio extrazona y transformarán el bloque de un espacio de libre comercio imperfecto, como era, en una unión aduanera.
Los ajustes que se preveían en los sistemas jubilatorios y laborales, como en el caso de Francia, se retrotraerán o suavizarán hasta la nada, para evitar más Euroexits. El Reino Unido será tratado con poca consideración con fines ejemplificantes y porque el resto de Europa se repartirá sus exportaciones como la herencia de un gitano muerto.
La amenaza de secesiones o separatismos en cada país, o de fuertes presiones para salir de la Unión, es un germen mortal de populismo que se ha plantado ya en Europa y que se reproducirá durante varios años. El populismo acaba de mudarse de América del Sur al viejo continente.
Ese populismo se extenderá a los temas de inmigración, de modo que preparémonos para hacer aflorar nuestra proverbial sensibilidad con dinero ajeno cuando los camiones con migrantes no puedan entrar a ningún país y sean abandonados al hambre, lo que de paso vendrá bien para obligar a tomar posición en el tema del Islam, lo que se ha evitado hacer con declaraciones políticamente correctas, pero inconducentes. Y no habría que excluir a priori una mayor participación bélica de la OTAN en las zonas de terrorismo.
(Uruguay ya aprendió, por otra parte, que los migrantes islamitas no huyen desesperados por la guerra, sino que usan la guerra para conseguir emigrar con ventajas a los países más ricos del sistema, no a cualquier refugio).
La situación en el Reino Unido no será distinta. Tras el gigantesco error político de Cameron, sus sucesores serán complacientes y lábiles, la tendencia será proteccionista y populista, las ideas arcaicas. No hay razón alguna para creer que detrás de este exabrupto democrático descansa un intento de grandeza, de libertad de comercio, de apuesta a la creatividad y la innovación, de seriedad fiscal ni de ortodoxia económica.
Coherente con esas tendencias, y también con la enorme incertidumbre que se ha creado en el área, no es difícil prever que la inversión se retaceará, con lo que también caerá el empleo, agudizando el círculo vicioso que describimos y por la tozudez en seguir aumentando salarios contra toda lógica.
Se ha profundizado la grieta en Europa y dentro de cada uno de sus países. La que tanto conocemos por estas tierras. Entre los que crean, trabajan, estudian, se forman, producen y los que votan por un mundo de bienestar donde el estado garantiza la felicidad, ya se trate de las naciones o de las uniones supranacionales. Entre los que creen en la libertad de comerciar y progresar y los que sostienen que “Bruselas es insensible”. Europa volverá a ser un mundo de desempleados caros y de jóvenes timoratos de competir y hasta de tomar el riesgo de vivir.
Esta predicción no es para amargar al lector, simplemente, aunque a veces creo que se lo merece, sino porque interesa para repasar las opciones del Río de la Plata.
Durante años, cada vez que Uruguay llegó a la conclusión imperiosa de que debía abrirse comercialmente, la frase que surgía a continuación era “se están haciendo los acercamientos con la Unión Europea”. Tenía una razón. Europa no era el capitalismo yanqui y se soñaba conque ese bloque no exigiría reciprocidades, y hasta se especulaba con que abandonaría su proteccionismo agrícola.
Esas posibilidades, suponiendo que alguna vez hayan existido, han desaparecido, tanto en Europa como en el Reino Unido. Salvo la afinidad del populismo y algunas ideas obsoletas compartidas o que irán resucitando, el viejo mundo será nuevamente para los uruguayos un lugar turístico, de museos, shopping y buena comida, tan solo.
El panorama es similar para Argentina, pero mi país tiene más esperanzas puestas en Estados Unidos y eventualmente en China, y más posibilidades y alternativas de intercambio. Con lo que Uruguay se sigue quedando atrapado en su ideología, sus temores, su proteccionismo sindical-empresario y su dialéctica.
Un importante estudio internacional de auditoría y servicios empresarios decía hace pocos días que –como el sistema uruguayo se negaba a bajar el gasto– la alternativa, si se requería algún ajuste adicional, eran nuevos impuestos. No querría ser asesorado por especialistas con este pensamiento limitado y complaciente, pero la aseveración tiene una dosis de verdad: la única alternativa que parece restarle al gobierno es seguir aumentando impuestos o tarifas, que es lo mismo pero solapadamente.
Esto es lo que técnicamente se llama populismo. Esto es lo que ha llevado a Europa al Brexit: el voto popular decidiendo que para no ser insensible y en nombre de la libertad, hay que aumentar el déficit, el reparto y el cierre de la economía. Aunque, en un mundo de dialéctica vacua, no se le llama populismo. Se le llama democracia.
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