Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
Rendición de Cuentas, ¿de quién?
Dura tarea del presidente Vázquez y su ministro de Economía. Por más de un año, el Frente Amplio se empecinó en negar la existencia de una recesión y mucho menos de una crisis. Algo obvio porque aceptarlo habría implicado resignar las ventajas prebendarias y los sagrados derechos adquiridos.
En esa misma línea, desoyeron todas las advertencias desde el Ejecutivo sobre la necesidad de moderar los reclamos y aun el ritmo de generosidad fiscal. Ahora los mismos que ejercieron esa soberbia miran a Danilo Astori y le reprochan no haber evaluado en su total dimensión los efectos de las recesiones brasileñas y argentinas.
Es un planteo ignorante e hipócrita, por partes iguales. La economía venía mostrando signos de caída de actividad interna y externa desde bastante antes de que el socialismo barato de Dilma le estallara en la cara y de que Macri abriera la carta explosiva que le dejara Cristina de regalo de Navidad.
Lo que le está ocurriendo y lo que le ocurrirá a Uruguay es lo mismo que le pasó a todo el populismo regional, cada uno en su estilo y a su modo: se repartió alegremente el ingreso adicional transitorio fruto de un fenómeno único en un siglo. En ese momento, se desoyeron las advertencias, se despreciaron los conceptos de la economía ortodoxa, se vituperó a quienes sostenían la necesidad de seriedad fiscal, entre ellos al actual ministro.
Ahora se acusa a quienes advirtieron sobre la barbaridad que se estaba cometiendo de no haber anticipado la importancia del choque inexorable que sobrevendría en la próxima curva.
Es el truco de la conveniente ignorancia. Los prudentes principios de la ortodoxia económica aconsejaban otra cosa. Por ejemplo, en vez de repartir aumentos de sueldos y puestos estatales, crear un fondo anticrisis. En vez de dilapidar en ANCAP o Pluna, renovar la infraestructura, el próximo problema que se “descubrirá”, como si no hubiera sido algo evidente.
No es muy distinto a cuando el médico nos dice que no fumemos, no nos inundemos de whisky, no nos reventemos con drogas. La respuesta conveniente es siempre el clásico “yo estoy fenómeno”. El día que la tomografía dice lo contrario, seguramente reprocharemos al profesional el no haber previsto la magnitud del problema.
El punto ahora es más grave, porque la enfermedad propia afecta a toda la sociedad. Nadie acepta que, pasado el auge llovido del cielo y la repartija consecuente, se debe resignar el ingreso adicional, el bonus que nos dio la suerte. Ahora se esgrimen los derechos adquiridos. ¿Adquiridos cómo? ¿Con más esfuerzo, con más talento, con más innovación, con más productividad?
Con nada de eso. Solo se tomó el maná caído del cielo y se lo repartió del modo económico más arbitrario posible, creyendo que el caudal electoral era el mejor modo de distribución de la riqueza.
El fruto de un instante de bonanza temporal se ha transformado mágicamente en un derecho permanente. Entonces se pretende, ahora que la bonanza ha desaparecido, seguir cobrando lo que ya no hay, obviamente que esgrimiendo los sacrosantos derechos constitucionales.
Difícil de digerir para el frenteamplismo, que sacó patente de experto en economía y de mago de la equidad y el redistribucionismo gracias a factores exógenos que ahora se le dan vuelta.
En esa lucha épica, la idea salvadora que se esgrime, es cobrar más impuestos a cada vez menos contribuyentes. Que es la mejor manera de sumir en una recesión más rápida y terminal a la economía.
Por supuesto que este principio básico también es descartado, como antes se descartara la prudencia fiscal, en nombre de la justicia social y las reivindicaciones. Al igual que la apertura comercial, que solo fue admitida dentro del corsé mentiroso y proteccionista del Mercosur, que ahora implosiona ruidosamente en el fracaso, cuando ya se ha perdido buena parte de la posibilidad de inserción global. ¿También acusarán al presidente por esa estupidez conceptual que tanto daño le ha hecho y hará a los uruguayos?
Subyacentemente, se está poniendo en evidencia, como en toda la región, la ineficacia del Estado como productor de riqueza y hasta como prestador de servicios esenciales, que han pasado a ser meros centros de recaudación para repartir y de ineficiencias para sufrir.
El presidente y su ministro de Economía han tomado el camino inteligente: oponerse a cualquier facilismo, reducir el gasto, no aumentar la carga impositiva, buscar una apertura comercial que de todos modos es ahora muy difícil. Hay que destacar esa actitud valiente poco común entre los políticos modernos, y poco común entre los economistas en el mundo, que buscan justificar con ecuaciones, fórmulas y teorías la irresponsabilidad de la emisión, el endeudamiento y el populismo.
Estas medidas no serán fáciles ni exentas de dolor, pero son la consecuencia ineludible del atracón irresponsable de los políticos, las gremiales y buena parte de la sociedad, que en su momento resolvieron desoír al médico y vivir la vida. Y también la contrapartida de ganar votos y elecciones con políticas cortoplacistas y oportunistas.
Por eso no debería tratarse de la Rendición de Cuentas del presidente. Quien debe rendir cuentas es el Frente Amplio.
En esa misma línea, desoyeron todas las advertencias desde el Ejecutivo sobre la necesidad de moderar los reclamos y aun el ritmo de generosidad fiscal. Ahora los mismos que ejercieron esa soberbia miran a Danilo Astori y le reprochan no haber evaluado en su total dimensión los efectos de las recesiones brasileñas y argentinas.
Es un planteo ignorante e hipócrita, por partes iguales. La economía venía mostrando signos de caída de actividad interna y externa desde bastante antes de que el socialismo barato de Dilma le estallara en la cara y de que Macri abriera la carta explosiva que le dejara Cristina de regalo de Navidad.
Lo que le está ocurriendo y lo que le ocurrirá a Uruguay es lo mismo que le pasó a todo el populismo regional, cada uno en su estilo y a su modo: se repartió alegremente el ingreso adicional transitorio fruto de un fenómeno único en un siglo. En ese momento, se desoyeron las advertencias, se despreciaron los conceptos de la economía ortodoxa, se vituperó a quienes sostenían la necesidad de seriedad fiscal, entre ellos al actual ministro.
Ahora se acusa a quienes advirtieron sobre la barbaridad que se estaba cometiendo de no haber anticipado la importancia del choque inexorable que sobrevendría en la próxima curva.
Es el truco de la conveniente ignorancia. Los prudentes principios de la ortodoxia económica aconsejaban otra cosa. Por ejemplo, en vez de repartir aumentos de sueldos y puestos estatales, crear un fondo anticrisis. En vez de dilapidar en ANCAP o Pluna, renovar la infraestructura, el próximo problema que se “descubrirá”, como si no hubiera sido algo evidente.
No es muy distinto a cuando el médico nos dice que no fumemos, no nos inundemos de whisky, no nos reventemos con drogas. La respuesta conveniente es siempre el clásico “yo estoy fenómeno”. El día que la tomografía dice lo contrario, seguramente reprocharemos al profesional el no haber previsto la magnitud del problema.
El punto ahora es más grave, porque la enfermedad propia afecta a toda la sociedad. Nadie acepta que, pasado el auge llovido del cielo y la repartija consecuente, se debe resignar el ingreso adicional, el bonus que nos dio la suerte. Ahora se esgrimen los derechos adquiridos. ¿Adquiridos cómo? ¿Con más esfuerzo, con más talento, con más innovación, con más productividad?
Con nada de eso. Solo se tomó el maná caído del cielo y se lo repartió del modo económico más arbitrario posible, creyendo que el caudal electoral era el mejor modo de distribución de la riqueza.
El fruto de un instante de bonanza temporal se ha transformado mágicamente en un derecho permanente. Entonces se pretende, ahora que la bonanza ha desaparecido, seguir cobrando lo que ya no hay, obviamente que esgrimiendo los sacrosantos derechos constitucionales.
Difícil de digerir para el frenteamplismo, que sacó patente de experto en economía y de mago de la equidad y el redistribucionismo gracias a factores exógenos que ahora se le dan vuelta.
En esa lucha épica, la idea salvadora que se esgrime, es cobrar más impuestos a cada vez menos contribuyentes. Que es la mejor manera de sumir en una recesión más rápida y terminal a la economía.
Por supuesto que este principio básico también es descartado, como antes se descartara la prudencia fiscal, en nombre de la justicia social y las reivindicaciones. Al igual que la apertura comercial, que solo fue admitida dentro del corsé mentiroso y proteccionista del Mercosur, que ahora implosiona ruidosamente en el fracaso, cuando ya se ha perdido buena parte de la posibilidad de inserción global. ¿También acusarán al presidente por esa estupidez conceptual que tanto daño le ha hecho y hará a los uruguayos?
Subyacentemente, se está poniendo en evidencia, como en toda la región, la ineficacia del Estado como productor de riqueza y hasta como prestador de servicios esenciales, que han pasado a ser meros centros de recaudación para repartir y de ineficiencias para sufrir.
El presidente y su ministro de Economía han tomado el camino inteligente: oponerse a cualquier facilismo, reducir el gasto, no aumentar la carga impositiva, buscar una apertura comercial que de todos modos es ahora muy difícil. Hay que destacar esa actitud valiente poco común entre los políticos modernos, y poco común entre los economistas en el mundo, que buscan justificar con ecuaciones, fórmulas y teorías la irresponsabilidad de la emisión, el endeudamiento y el populismo.
Estas medidas no serán fáciles ni exentas de dolor, pero son la consecuencia ineludible del atracón irresponsable de los políticos, las gremiales y buena parte de la sociedad, que en su momento resolvieron desoír al médico y vivir la vida. Y también la contrapartida de ganar votos y elecciones con políticas cortoplacistas y oportunistas.
Por eso no debería tratarse de la Rendición de Cuentas del presidente. Quien debe rendir cuentas es el Frente Amplio.