Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
La hora de jugarse
Está claro que la visita del presidente Obama a Buenos Aires no tuvo para Mauricio Macri propósitos decorativos. Está determinado a avanzar en un tratado comercial sólido con Estados Unidos y solamente el respeto por sus socios del Mercosur le ha hecho suavizar el anuncio. Obama, que no está atado por esa obligación, fue muy explícito en el objetivo.
La decisión no debe leerse como la consecuencia de la actual situación de Brasil, con un desenlace muy difícil de predecir tanto en lo político como en lo económico, sino como el resultado de la inoperancia deliberada de nuestro mercado común, y en especial de su integrante más grande, en salir del criterio cerrado de la unión aduanera para dar pasos más contundentes de apertura.
Tanto la industria brasileña como las automotrices de Brasil y Argentina, evitan la apertura. A lo máximo que atinan es a balbucear la posibilidad de un tratado con Europa. No es casual. Las automotrices, máximas beneficiarias del proteccionismo regional, son mayoritariamente de ese origen y buscarán mantener o ampliar sus ventajas. No es muy común el nivel de precios (y ganancias) que se pueden obtener en la zona cautiva del Mercosur.
Pero más allá de la conveniencia prebendaria, desde el punto de vista de los consumidores y de los intereses de cada país, Europa no es la mejor contraparte para ensayar un tratado de libre comercio. Más bien es nuestro mayor enemigo con el proteccionismo agrícola, que defiende casi con ensañamiento y que nos ha hecho mucho daño. Es utópico creer que se conseguirá algún tipo de concesión en este punto nada menor.
Europa es además, mucho más proteccionista que Estados Unidos extra zona, ya que su alianza funciona con una gran apertura hacia adentro, pero suma las barreras de todos sus miembros hacia afuera, con lo que los obstáculos paraarancelarios son insalvables, al igual que las cuotas y limitaciones.
Un tratado de libre comercio con Europa tiene por ello mucho de dialéctico, y es casi una excusa para postergar cualquier apertura. Las automotrices americanas se benefician también del proteccionismo del Mercosur, pero están más condicionadas por el conjunto de industrias americanas que esperan una mayor apertura mutua. Jamás la industria autopartista brasileña va a consentir un tratado con Estados Unidos por propia voluntad.
Argentina tratará de persuadir a Brasil para que el Mercosur firme un tratado con Estados Unidos, con fuerte influencia americana en ese proceso, que ahora tendrá más posibilidades de éxito por la necesidad brasileña de apoyo estadounidense.
A ambos les conviene mucho más un tratado de libre comercio con los americanos que uno con los europeos, además de que será más rápido y seguramente más equitativo, a la vez que un firme punto de acceso al TPP.
Si no consigue convencerlo, es muy probable que Argentina termine logrando un acuerdo interno en el Mercosur que la autorice a la negociación individual con EEUU. A la luz de las perspectivas de mediano y largo plazo de Europa, tanto económicas como geopolíticas, ese es el camino que le conviene.
Sería mejor que el acuerdo se hiciera con el Mercosur como paraguas y protagonista, porque el bloque tiene más fuerza y posibilidades de negociación. Sin embargo, a Argentina le alcanza su propio peso para poder hacer un tratado suficientemente valioso, si no se pudiese lograr la unidad.
Paraguay, como siempre, oscilará entre las distintas posiciones, pero no tiene una oposición salvaje a este acuerdo. Ninguno de los tres países tiene una oposición ideológica a negociar con los americanos, más allá de la pirotecnia vernácula.
La pregunta de cajón que viene es: ¿qué hará Uruguay? La ideología y el prejuicio le impiden evaluar la posibilidad de un TLC con Estados Unidos. Sin embargo, es el que más le convendría. La vaga y permanente referencia al acuerdo con Europa tiene los inconvenientes y la cuota de utopía que hemos descripto. De ahí sacará poco beneficio.
Ahora se está agitando la bandera de un acuerdo solitario con China, en el peor momento del gigante asiático, con precios y prácticas que pueden destrozar a cualquier contraparte. Encarar un tratado con cualquier país requeriría de todos modos un acto de profunda contrición económica que difícilmente se haga.
Algo indica que a Uruguay le convendría adherirse a la posición argentina y revisar con una nueva luz la posibilidad de un acuerdo conjunto con Estados Unidos, que está más predispuesto además a hacer concesiones continentales. Debe recordarse que pequeños porcentajes de esa economía representan mucho en las nuestras.
En la ponderación de las alternativas, debería analizarse en profundidad qué tiene Uruguay para vender y qué tiene para ofrecer a cambio y sobre todo qué sacrificios está dispuesto a hacer en ese proceso.
Ningún país del mundo querrá comprar impuestos, indexaciones salariales, leyes laborales inflexibles y gremiales cebadas. Tampoco será fácil para Uruguay vencer su renuencia a competir y sus preconceptos ideológicos. Temo que siga eternamente enredado entre el tratado con Europa y el acuerdo con China, que aún cuando se firmasen algún día, serán irrelevantes en sus resultados por una elemental cuestión de costos.
No es posible decir hoy si Argentina tendrá éxito en este rumbo que parece haber elegido: un tratado con Estados Unidos y una apertura hacia todos los demás mercados. En algún punto tiene los mismos problemas y la misma renuencia que su vecino oriental para competir. Pero sí es seguro que atraerá muy pronto inversiones americanas que Uruguay debería aprovechar, ahora con un gobierno vecino predecible y amistoso. La opción de no hacer nada no luce como la más aconsejable, pese al optimismo que se intenta trasmitir localmente.
Tanto en el orden interno como en el global, el estado tiene una función conferida por el mismísimo Adam Smith: obligar a los factores productivos a competir. En eso consiste la apertura comercial que lleva al crecimiento. Si no se entiende eso, no habrá socio que nos venga bien.
La decisión no debe leerse como la consecuencia de la actual situación de Brasil, con un desenlace muy difícil de predecir tanto en lo político como en lo económico, sino como el resultado de la inoperancia deliberada de nuestro mercado común, y en especial de su integrante más grande, en salir del criterio cerrado de la unión aduanera para dar pasos más contundentes de apertura.
Tanto la industria brasileña como las automotrices de Brasil y Argentina, evitan la apertura. A lo máximo que atinan es a balbucear la posibilidad de un tratado con Europa. No es casual. Las automotrices, máximas beneficiarias del proteccionismo regional, son mayoritariamente de ese origen y buscarán mantener o ampliar sus ventajas. No es muy común el nivel de precios (y ganancias) que se pueden obtener en la zona cautiva del Mercosur.
Pero más allá de la conveniencia prebendaria, desde el punto de vista de los consumidores y de los intereses de cada país, Europa no es la mejor contraparte para ensayar un tratado de libre comercio. Más bien es nuestro mayor enemigo con el proteccionismo agrícola, que defiende casi con ensañamiento y que nos ha hecho mucho daño. Es utópico creer que se conseguirá algún tipo de concesión en este punto nada menor.
Europa es además, mucho más proteccionista que Estados Unidos extra zona, ya que su alianza funciona con una gran apertura hacia adentro, pero suma las barreras de todos sus miembros hacia afuera, con lo que los obstáculos paraarancelarios son insalvables, al igual que las cuotas y limitaciones.
Un tratado de libre comercio con Europa tiene por ello mucho de dialéctico, y es casi una excusa para postergar cualquier apertura. Las automotrices americanas se benefician también del proteccionismo del Mercosur, pero están más condicionadas por el conjunto de industrias americanas que esperan una mayor apertura mutua. Jamás la industria autopartista brasileña va a consentir un tratado con Estados Unidos por propia voluntad.
Argentina tratará de persuadir a Brasil para que el Mercosur firme un tratado con Estados Unidos, con fuerte influencia americana en ese proceso, que ahora tendrá más posibilidades de éxito por la necesidad brasileña de apoyo estadounidense.
A ambos les conviene mucho más un tratado de libre comercio con los americanos que uno con los europeos, además de que será más rápido y seguramente más equitativo, a la vez que un firme punto de acceso al TPP.
Si no consigue convencerlo, es muy probable que Argentina termine logrando un acuerdo interno en el Mercosur que la autorice a la negociación individual con EEUU. A la luz de las perspectivas de mediano y largo plazo de Europa, tanto económicas como geopolíticas, ese es el camino que le conviene.
Sería mejor que el acuerdo se hiciera con el Mercosur como paraguas y protagonista, porque el bloque tiene más fuerza y posibilidades de negociación. Sin embargo, a Argentina le alcanza su propio peso para poder hacer un tratado suficientemente valioso, si no se pudiese lograr la unidad.
Paraguay, como siempre, oscilará entre las distintas posiciones, pero no tiene una oposición salvaje a este acuerdo. Ninguno de los tres países tiene una oposición ideológica a negociar con los americanos, más allá de la pirotecnia vernácula.
La pregunta de cajón que viene es: ¿qué hará Uruguay? La ideología y el prejuicio le impiden evaluar la posibilidad de un TLC con Estados Unidos. Sin embargo, es el que más le convendría. La vaga y permanente referencia al acuerdo con Europa tiene los inconvenientes y la cuota de utopía que hemos descripto. De ahí sacará poco beneficio.
Ahora se está agitando la bandera de un acuerdo solitario con China, en el peor momento del gigante asiático, con precios y prácticas que pueden destrozar a cualquier contraparte. Encarar un tratado con cualquier país requeriría de todos modos un acto de profunda contrición económica que difícilmente se haga.
Algo indica que a Uruguay le convendría adherirse a la posición argentina y revisar con una nueva luz la posibilidad de un acuerdo conjunto con Estados Unidos, que está más predispuesto además a hacer concesiones continentales. Debe recordarse que pequeños porcentajes de esa economía representan mucho en las nuestras.
En la ponderación de las alternativas, debería analizarse en profundidad qué tiene Uruguay para vender y qué tiene para ofrecer a cambio y sobre todo qué sacrificios está dispuesto a hacer en ese proceso.
Ningún país del mundo querrá comprar impuestos, indexaciones salariales, leyes laborales inflexibles y gremiales cebadas. Tampoco será fácil para Uruguay vencer su renuencia a competir y sus preconceptos ideológicos. Temo que siga eternamente enredado entre el tratado con Europa y el acuerdo con China, que aún cuando se firmasen algún día, serán irrelevantes en sus resultados por una elemental cuestión de costos.
No es posible decir hoy si Argentina tendrá éxito en este rumbo que parece haber elegido: un tratado con Estados Unidos y una apertura hacia todos los demás mercados. En algún punto tiene los mismos problemas y la misma renuencia que su vecino oriental para competir. Pero sí es seguro que atraerá muy pronto inversiones americanas que Uruguay debería aprovechar, ahora con un gobierno vecino predecible y amistoso. La opción de no hacer nada no luce como la más aconsejable, pese al optimismo que se intenta trasmitir localmente.
Tanto en el orden interno como en el global, el estado tiene una función conferida por el mismísimo Adam Smith: obligar a los factores productivos a competir. En eso consiste la apertura comercial que lleva al crecimiento. Si no se entiende eso, no habrá socio que nos venga bien.
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