Publicado
en El Observador de Montevideo 15/09/2015
La
democracia latinoamericana,
¿ un óximoron?
Empiezo
esta nota con una pregunta: ¿qué más tendría que hacer Venezuela para ganarse
el repudio unánime de la región, del continente, del mundo democrático, del
Papa y de todos los defensores universales de derechos humanos y ciudadanos?
Esta
apelación a la mayéutica resulta obvia, lo acepto, pero requiere alguna
respuesta, aunque fuere en nuestra intimidad. Porque si no se condena y se
combate el accionar del gobierno ofensiva e irreverentemente autodenominado
bolivariano, se va a perder el significado mismo de las palabras más aberrantes
que se han pronunciado en la historia para describir el accionar de un régimen
político.
¿Qué es
tiranía si no lo que hace Maduro? ¿Cómo se definirían opresión, absolutismo,
avasallamiento de derechos - humanos y ciudadanos - destrucción masiva de bienes y patrimonios,
aniquilación de los recursos productivos, privación de justicia, de salud, de
libertad de expresión, de pensamiento y física?
Y en el
plano de los derechos políticos, ¿qué valor tiene la Constitución Venezolana?
¿Cuál es la definición de Democracia que se aplica en su caso?
No
sorprende el cómplice silencio de Argentina, por cuanto su gobierno, si bien no
aún con tanto desenfado, (aunque descontado terreno) es émulo de su dictatorial
homólogo, ni el de Brasil, ya convertido
en una mafia tratando de salvarse con cualquier alianza. Sí hace rememorar con
nostalgia una tradición de libertades y grandezas de nuestras naciones, como
cuando Saavedra Lamas resolvió el conflicto del chaco paraguayo y mereció el
premio Nobel de la Paz, por ejemplo. O cuando Uruguay fue refugio de los
perseguidos peronistas de los 50 y sus radios fueron mensajeras de libertad.
Un pedido
de la avasallada Colombia para lograr una mediación de la OEA y una reunión de
Cancilleres fue rechazado con la abstención cobarde de Argentina y Brasil. Los
mismos que se conmueven ante el drama de los migrantes sirios no parpadean ante
un drama similar de sus declamados hermanos colombianos tratados como leprosos.
Ni pensar en recurrir a la Unasur, una payasesca corporación de políticos
sospechados.
Es cierto
que Estados Unidos, Chile y Uruguay votaron a favor de una simple reunión de
Cancilleres para buscar una solución pacífica a la prepotencia venezolana. Pero ninguno de los tres ha hecho escuchar su
voz para protestar con dureza frente a los hechos que no pueden ser omitidos
por quienes defienden en sus países y en el mundo, a veces con las armas y las
muertes, la doctrina de los derechos humanos y las libertades individuales.
El silencio
papal sorprende a todo el mundo, literalmente, no sólo por su prédica universal
contra lo mismo que hace Maduro, sino por su condición de hijo de la región,
que no puede ignorar la magnitud de la tragedia humana que transcurre en el
país caribeño.
Como si se
estuviera viviendo regionalmente un nuevo Broken Glass, la ceguera deliberada y
conveniente que impide ver la tragedia que sufre una gran parte de la población
de Venezuela, oímos el silencio ensordecedor de las democracias y de la Iglesia.
Se adivinan
razones. Venezuela ha sido la ruta de mucho dinero kirchnerista, empezando por
el ruinoso y escandaloso lanzamiento de los Boden 2015, “comprados” por Chávez
con una prima de 15 puntos. Argentina, además, es una versión atrasada de los
atropellos venezolanos, y hasta a su presidente le faltan minutos para empezar
a hablar con el pajarito, con perdón.
Uruguay y
Chile comparten desde sus gobiernos el sueño macoñano de la Patria Grande
socialista y parecen creer que con el silencio se solidarizan con un proyecto
común. ¿ Será Venezuela el proyecto común bolivariano – artiguista?
Estados
Unidos se encuentra en un extraño viaje geopolítico, otra ensoñación obámica,
que ata Venezuela con Irán y Cuba. Una contradicción ideológica monumental, que
difícilmente obedezca a una concepción geopolítica. El efecto parece ser
también el silencio ante los atropellos similares a aquellos que combatió por
décadas, sembrando de muertos propios y ajenos las arenas de las playas y los
desiertos del mundo.
El silencio
papal es aún más complejo de comprender. Suponiendo que pudiera comprenderse. La
necesidad de no enojarse con gobiernos de países católicos, de mantener algunas
prebendas económicas, o alguna estrategia superior que se nos escapa. Pero cuesta
aceptar que quien se ha enfrentado a la temible Curia Vaticana tenga miedo de
condenar a Nicolás Maduro y sus prácticas nocivas.
Pero hay
otra óptica. Que también expreso mayéuticamente. ¿Dónde está quedando la
democracia? Y no me refiero a la denominación pueril que se nos quiere vender.
La asociación casi ilícita de la región entre varios gobiernos, de los que la
UNASUR podría ser un sindicato, ¿No constituye un intento de apoderarse de la
democracia primero por vía de un partido y luego por vía de la dialéctica y la
complicidad regional?
La
exclusión de Paraguay y el ingreso de Venezuela al Mercosur, usando justamente
la llamada “cláusula democrática” ¿no
fue justamente un acto de prestidigitación política? Curiosamente, esa
sensibilidad seudo democrática no se aplica hoy, cuando el pueblo venezolano
sufre el oprobio.
Hay varios
gobiernos regionales abrazados a la “Patria Grande”, al Mercosur, a la UNASUR,
a la OEA, a la ONU, al G20, que también guardan silencio ante el saqueo
sistemático de la economía y las instituciones. Eso sí, todo en nombre del
respeto por la autodeterminación de los pueblos.
Detrás de
una regionalización que los pueblos no sentimos demasiado, fuera de algunas
conveniencias comerciales mal explotadas, se puede estar escondiendo una
bastardización de la democracia, una reducción al concepto de Tocqueville: “El
pueblo sale de su sopor una vez cada dos años, elige quién será el soberano y
vuelve a sumirse en su marasmo”.
Si se
analiza la tendencia al crecimiento mundial del gasto del estado, ya por encima
del 50 por ciento del PBI, el avasallamiento de la carga impositiva, el
escamoteo de la voluntad popular en nombre de los organismos supranacionales y
regionales, que cubren con su silencio y su respaldo por omisión cualquier
despropósito, la auténtica representatividad parece esfumarse en un trabalenguas de esas siglas
y acrónimos que comentamos y que intentan reemplazar o distorsionar la voluntad
popular.
El peligro
es que la Patria Grande sea el eufemismo para la venezolización de la
democracia.
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