Presidenciales
en Argentina
Lo único claro es la oscuridad,
lo único cierto es la mentira
Las elecciones
en mi país ya son una mezcla equilibrada de murga oriental jocosa y sainete de
conventillo porteño.
Desde lo legal,
la idea de que se puede ganar la presidencia en primera vuelta con el 45% de
los votos desafía la más elemental aritmética política. Todo el mundo sabe que mayoría
es la mitad más uno. Bueno, los argentinos nos merecemos una excepción.
Como el lector
ya conoce, tenemos otro truco. También se puede ganar la presidencia con el
40.01 % de los votos si el segundo está a más de 10 puntos de diferencia. Esa norma
es un engendro de ese gran demócrata, como se recuerda a Raúl Alfonsín, que nos
dejó esta originalidad que ahora supuestamente debemos agradecerle.
Ambos avances
jurídicos se plasmaron en la Constitución de 1994 que concibiera don Raúl con
Carlos Saúl Menem, cuando el riojano canjeó su reelección por la promesa de
permitir ganar al radicalismo en 1999, cosa que cumplió como buen peronista,
con toda lealtad.
Con esas
ecuaciones, al oficialismo le resulta muy conveniente que el único opositor
real, Mauricio Macri, pierda votos a manos de tres candidatos que a modo de
hienas políticas, le arrebatan votos opositores por todos los flancos. (Hay
quienes piensan que esa funcionalidad es rentada)
Daniel Scioli
no llega al 45% que lo consagraría sin más, pero pelea por el 40,01 que lo deje
más de 10 puntos arriba que Macri y lo lleva a ganar en primera vuelta.
Las
encuestadoras agregan confusión al panorama. Algunas de ellas están contratadas
formalmente por los partidos. Otras parecen estar contratadas informalmente. Es
decir, pagas para mentir en los resultados que publican.
Desbrozando el
matorral de incoherencias estadísticas,
se puede concluir que Scioli está en este momento en el 38-39% de intención de
voto, Macri entre el 28-29% y Massa en 19-21%. Pero todas las pesquisas se
protegen determinando un nivel de indecisos que está entre 25 y 30% , con un margen
de error de 2-3%.
Es evidente
entonces que todos esos datos que llueven a diario no aportan demasiado, en
especial cuando varias de las mediciones son telefónicas u online, lo que le
resta precisión en los distritos más poblados.
A esto debe
agregársele la tendencia a un ausentismo de alrededor de 25%, lo que permite
que, sumando todas esas incógnitas, cada uno, partido o encuestadora, haga su
juego político y diga lo que le conviene y proyecte lo que le quede mejor. No
hay modo preciso de proyectar indecisos, que se sepa.
Pero en la
intimidad, el oficialismo y el macrismo saben que están atrapados y limitados
en esas rigideces numéricas que mencionamos y que no están superando. Massa
sueña con ser segundo y disputar la segunda vuelta, pero pareciera que no logrará mucho más que
ser funcional al kirchnerismo al restarle a Macri los votos peronistas que se
oponen a Cristina.
En esa especie
de deadlock, Scioli sigue tratando de
convencer a la ciudadanía de lo que nadie cree: que será independiente de Cristina
y eventualmente, que romperá su pacto con ella. Debe simultáneamente predicar que será la
continuidad y al mismo tiempo el cambio.
Ahora se agrega
una nueva línea de operación de propaganda: se echa a correr el rumor de que
Cristina siente que Zannini, su comisario político a quien impusiera como
candidato vice presidencial, se está acercando y asimilando demasiado a Scioli
y la está traicionando. Infantil, pero el peronismo está lleno de
infantilismos.
Macri ha dejado
de lado su discurso ortodoxo económico y ahora sostiene que nadie perderá sus dádivas
ni subsidios, ha escondido sus figuras económicas con imagen más liberal, y
aparece con planes desarrollistas de mediados del siglo pasado. También
inaugura monumentos a Perón, como es público.
Massa promete
cuanta cosa se puede prometer, sabiendo que no necesitará preocuparse por
cumplirlas porque no tendrá la oportunidad.
El Frente Para
la Victoria quiere ganar en primera vuelta por dos razones: para no exponerse a
una alianza tácita o explícita de Macri con Massa y Stolbizer en segunda
vuelta, o a una simple decisión de los votantes, y porque probablemente la
economía mostrará mayores debilidades en un mes más.
El sistema es
evidentemente desastroso, y el manoseo de candidatos todavía lo es más. Podría
darse el extraño caso de que Scioli ganase las presidenciales pero el FPV con
Aníbal Fernández perdiese la Provincia de Buenos Aires a manos de María Eugenia
Vidal, de Cambiemos. El desprecio del Papa por el candidato acusado de narco
haría el milagro del corte de boletas, tradicionalmente mínimo.
Cristina
Kirchner continúa burlándose de la ley que impide que haga proselitismo a estas
alturas de la campaña con cadenas o cuasi cadenas donde inaugura cualquier cosa
y debate consigo misma, para compensar la negativa de su candidato a debatir
con sus rivales.
En la lucha
dialéctica que se ha planteado, el sciolismo dice que ya ganó en primera
vuelta, Macri dice que todo se trata de una farsa para crear la sensación de
que el FPV ya ganó, y Massa sostiene que el mejor rival en segunda vuelta para
ganarle al kirchnerismo es su Frente Renovador.
Macri sabe que
si logra pasar a segunda vuelta tendrá inapelablemente que tragarse el sapo y negociar con Massa un
acuerdo de gobierno, y ahí el radicalismo, su aliado en Cambiemos, puede ser
una rémora. Pero sin acordar con el tigrense el ingeniero no gana en un
ballotage.
La ciudadanía
participa de la dualidad y la mentira: todos quieren un cambio pero no saben o
no quieren definir lo que significa un cambio. Todos saben que todos los
candidatos mienten y que harán un ajuste, pero sueñan con que a ellos no les
toque el recorte.
Muchos
sospechan que ante lo exiguo de las diferencias y con la rara ley electoral de
no-mayorías, el kirchnerismo recurrirá a su arma secreta, el fraude, para
conseguir los dos puntos que le faltan para ganar en primera vuelta.
Entretanto,
Cristina sigue sembrando el futuro de leyes obstruccionistas que impedirán o
demorarán el arreglo del descalabro monumental en que deja al país.
A tan pocos
días de las elecciones, Macri necesitaría de una acción audaz o de una
genialidad para salir de este laberinto electoral.