Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
El duro trabajo de crear trabajo
Si hay un aspecto de la economía que preocupa a los gobiernos, las sociedades y las personas mundialmente, es la generación de empleo. Y con razón. Es el tejido mismo del bienestar, la autoestima, el progreso, el crecimiento personal y de la economía de los países y si se va a los principios, es la base del capital y de la riqueza.
Antes de avanzar un milímetro más, permítaseme definir el término empleo. Es el trabajo ofrecido y contratado por los privados. El estado no provee empleo genuino en ninguna de sus formas. Ni como parte de la burocracia estatal, se cumpla o no con un horario y con una tarea, ni en la forma de planes u otras dádivas, ni con el ropaje de proteccionismo.
Esto también es cierto en el caso de las mal llamadas empresas del estado o empresas públicas, penosos disfraces de emprendimiento sin riesgo ni eficiencia. Como es sabido y probado, el estado es incapaz de crear riqueza o ganancia. Lo que hace en cualesquiera de las personalidades que elige, es simplemente apoderarse de los bienes y la riqueza ajenos y repartirlos con más o menos justicia, más o menos honestidad.
Reformular entonces nuestra afirmación inicial: la gran preocupación de la economía moderna es generar empleo privado. Ciertamente eso es muy complejo, como se puede notar, pero no por eso se está exento de tener que lograrlo. Cuando se habla de que ha cesado el viento de cola, lo que se intenta decir son dos cosas: a) Cada vez es más difícil exportar bienes o servicios, en definitiva trabajo transformado. b) Para exportar hay que bajar los precios, o sea los salarios.
Ahora vamos a llevar esta radiografía al plano doméstico. El desempleo en el sector privado ha empezado a medir y es significativo. Eso es malo en sí mismo, porque la baja de empleo es causa y efecto de la falta de crecimiento y se recicla en una espiral “hacia adentro” que lleva a un estancamiento, a un decrecimiento o a una implosión. Pero también es grave por la muy desfavorable relación entre el empleo privado y eso que se llama “empleo público”. que es sólo riqueza confiscada en la forma de impuestos y tarifas que luego se redistribuye, con mayor o menor requerimiento de contraprestación, entre la población.
Baja el empleo y también baja el nivel de exportaciones. Lo que no es sorprendente. El sistema de indexación inflacionaria salarial tanto en el sector privado como en el público, es sencillamente suicida. Cada año ya parte de un sistema de costos privados y de gastos estatales que contienen la inflación del año previo. A partir de allí, si se emite para pagar esos gastos, se genera más inflación, y si no se emite o se esteriliza el circulante con intereses, se genera una recesión, como ocurre hoy.
Respeto el voluntarismo oriental que sostiene que no hay una crisis. Cada uno tiene derecho a llamar a su enfermedad como le de la gana. Lo cierto es que en las actuales circunstancias, los salarios en dólares deberían bajar más. Eso no ocurre. Los sueldos siguen subiendo por la indexación automática que orgullosamente se cree un logro, y el ritmo del tipo de cambio está muy lejos de alcanzar para tener costos competitivos, lo que es claro si se observan las devaluaciones de Brasil y Argentina.
Cuanto más se defienda el empleo público, más caerá el empleo privado, y los que conserven sus puestos tendrán que mantener a más empleados/beneficiarios/subsidiados o mendigos del estado. Para ello, se recurrirá a la clásica combinación de nuevos impuestos, aumentos de tarifas sin relación con la prestación, emisión/inflación, déficit y toma de deuda.
Las exportaciones de materias primas no están afectadas porque la formación de precios está a cargo del mercado global, pero las exportaciones que contengan un mínimo de valor agregado se encarecerán y disminuirán, que es lo que ya ha empezado a pasar. Eso es menos empleo.
Como los países de nuestra zona no han sabido crear un diferencial de calidad o de innovación –mucho menos de competitividad– cualquier mercado nuevo deberá conquistarse por precio, como hemos dicho tantas veces. De modo que parece bastante inútil hacer el esfuerzo de “insertarse en el mundo” si no se está dispuesto a bajar los precios, o sea a bajar los costos, el gasto, los impuestos y los sueldos en dólares.
Aún aceptando la hipótesis patriótica de que no hay crisis, es fácil advertir que la habrá si no se cambia algo. ¿Qué hacer?
Una idea sería endeudarse como parece querer hacer Argentina, y de ese modo sostener el gasto del estado y la “transformación” que nadie sabe exactamente qué es. Requiere esfuerzo apoyar semejante plan, que lleva directamente al default, a corto o mediano plazo.
Las otras ideas sería seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. Indexar la inflación, neutralizar con monetarismo los efectos negativos del déficit, manosear las tarifas y las valuaciones, ordeñar a un campo cada vez más escuálido e ir “manejando” el tipo de cambio para mantenerlo en un nivel insatisfactorio hasta que las reservas aguanten.
Ese camino lleva a la creación de nuevos impuestos, a más inflación, más déficit y a una peligrosa espiralización auto reciclada que necesariamente termina en la peor de las crisis y la más destructiva para la sociedad.
El Frente Amplio ha demostrado su incapacidad para poder resolver esta ecuación. Por ignorancia en muchos casos, por voluntarismo en otros, por ineficacia casi siempre, por disputas ideológicas y populistas que le impiden digerir la realidad. Una realidad que es difícil para cualquier sociedad, cualquier funcionario y cualquier ideología, pero que empeora cuando se la quiere resolver con los enfoques arcaicos de la izquierda.
Cuando la sociedad acepte que enfrenta una crisis económica, o cuando ésta sea tan dura que ya no se pueda negar, inevitablemente sobrevendrá la otra doble crisis política y del modelo. Tal vez a partir de allí se pueda esperar una solución.
Mientras, la economía real se achicará cada vez más.
Antes de avanzar un milímetro más, permítaseme definir el término empleo. Es el trabajo ofrecido y contratado por los privados. El estado no provee empleo genuino en ninguna de sus formas. Ni como parte de la burocracia estatal, se cumpla o no con un horario y con una tarea, ni en la forma de planes u otras dádivas, ni con el ropaje de proteccionismo.
Esto también es cierto en el caso de las mal llamadas empresas del estado o empresas públicas, penosos disfraces de emprendimiento sin riesgo ni eficiencia. Como es sabido y probado, el estado es incapaz de crear riqueza o ganancia. Lo que hace en cualesquiera de las personalidades que elige, es simplemente apoderarse de los bienes y la riqueza ajenos y repartirlos con más o menos justicia, más o menos honestidad.
Reformular entonces nuestra afirmación inicial: la gran preocupación de la economía moderna es generar empleo privado. Ciertamente eso es muy complejo, como se puede notar, pero no por eso se está exento de tener que lograrlo. Cuando se habla de que ha cesado el viento de cola, lo que se intenta decir son dos cosas: a) Cada vez es más difícil exportar bienes o servicios, en definitiva trabajo transformado. b) Para exportar hay que bajar los precios, o sea los salarios.
Ahora vamos a llevar esta radiografía al plano doméstico. El desempleo en el sector privado ha empezado a medir y es significativo. Eso es malo en sí mismo, porque la baja de empleo es causa y efecto de la falta de crecimiento y se recicla en una espiral “hacia adentro” que lleva a un estancamiento, a un decrecimiento o a una implosión. Pero también es grave por la muy desfavorable relación entre el empleo privado y eso que se llama “empleo público”. que es sólo riqueza confiscada en la forma de impuestos y tarifas que luego se redistribuye, con mayor o menor requerimiento de contraprestación, entre la población.
Baja el empleo y también baja el nivel de exportaciones. Lo que no es sorprendente. El sistema de indexación inflacionaria salarial tanto en el sector privado como en el público, es sencillamente suicida. Cada año ya parte de un sistema de costos privados y de gastos estatales que contienen la inflación del año previo. A partir de allí, si se emite para pagar esos gastos, se genera más inflación, y si no se emite o se esteriliza el circulante con intereses, se genera una recesión, como ocurre hoy.
Respeto el voluntarismo oriental que sostiene que no hay una crisis. Cada uno tiene derecho a llamar a su enfermedad como le de la gana. Lo cierto es que en las actuales circunstancias, los salarios en dólares deberían bajar más. Eso no ocurre. Los sueldos siguen subiendo por la indexación automática que orgullosamente se cree un logro, y el ritmo del tipo de cambio está muy lejos de alcanzar para tener costos competitivos, lo que es claro si se observan las devaluaciones de Brasil y Argentina.
Cuanto más se defienda el empleo público, más caerá el empleo privado, y los que conserven sus puestos tendrán que mantener a más empleados/beneficiarios/subsidiados o mendigos del estado. Para ello, se recurrirá a la clásica combinación de nuevos impuestos, aumentos de tarifas sin relación con la prestación, emisión/inflación, déficit y toma de deuda.
Las exportaciones de materias primas no están afectadas porque la formación de precios está a cargo del mercado global, pero las exportaciones que contengan un mínimo de valor agregado se encarecerán y disminuirán, que es lo que ya ha empezado a pasar. Eso es menos empleo.
Como los países de nuestra zona no han sabido crear un diferencial de calidad o de innovación –mucho menos de competitividad– cualquier mercado nuevo deberá conquistarse por precio, como hemos dicho tantas veces. De modo que parece bastante inútil hacer el esfuerzo de “insertarse en el mundo” si no se está dispuesto a bajar los precios, o sea a bajar los costos, el gasto, los impuestos y los sueldos en dólares.
Aún aceptando la hipótesis patriótica de que no hay crisis, es fácil advertir que la habrá si no se cambia algo. ¿Qué hacer?
Una idea sería endeudarse como parece querer hacer Argentina, y de ese modo sostener el gasto del estado y la “transformación” que nadie sabe exactamente qué es. Requiere esfuerzo apoyar semejante plan, que lleva directamente al default, a corto o mediano plazo.
Las otras ideas sería seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. Indexar la inflación, neutralizar con monetarismo los efectos negativos del déficit, manosear las tarifas y las valuaciones, ordeñar a un campo cada vez más escuálido e ir “manejando” el tipo de cambio para mantenerlo en un nivel insatisfactorio hasta que las reservas aguanten.
Ese camino lleva a la creación de nuevos impuestos, a más inflación, más déficit y a una peligrosa espiralización auto reciclada que necesariamente termina en la peor de las crisis y la más destructiva para la sociedad.
El Frente Amplio ha demostrado su incapacidad para poder resolver esta ecuación. Por ignorancia en muchos casos, por voluntarismo en otros, por ineficacia casi siempre, por disputas ideológicas y populistas que le impiden digerir la realidad. Una realidad que es difícil para cualquier sociedad, cualquier funcionario y cualquier ideología, pero que empeora cuando se la quiere resolver con los enfoques arcaicos de la izquierda.
Cuando la sociedad acepte que enfrenta una crisis económica, o cuando ésta sea tan dura que ya no se pueda negar, inevitablemente sobrevendrá la otra doble crisis política y del modelo. Tal vez a partir de allí se pueda esperar una solución.
Mientras, la economía real se achicará cada vez más.