El eterno retorno



El cepo cambiario, 20 años después
Por Dardo Gasparré 
Igual que en los 90, pero una convertibilidad
sin reservas. Aunque el efecto y las consecuencias
son y serán los mismos.



En marzo de 1991 publiqué en Ámbito Financiero un artículo titulado «El cepo cambiario». Bauticé entonces de ese modo, al sistema de tipo de cambio fijo, luego denominado Convertibilidad, que al atrasarse (previsiblemente) frente al incremento exagerado del gasto público terminaría 10 años después en el corralito, corralón, default, maxidevaluación, pesificación asimétrica compulsiva, caída de un gobierno democrático y pérdida del patrimonio y los sueños de muchos compatriotas.

En ese entonces la metáfora se aplicaba simplemente a la rigidez que creaba la fijación del tipo de cambio, que era la regla cambiara que había elegido el flamante ministro de Economía, Domingo Cavallo, para frenar la inflación. No voy a contar lo que todos sabemos que pasó, ni los porqués, ni voy a señalar culpables, ya que cada uno de los argentinos hemos elegido nuestro culpable preferido. (Olvidando las ventajas que cada cual supo disfrutar del subsidio al dólar que significó la fantasía)

Si bien las condiciones de la economía interna y externa son diferentes hoy, sin embargo los dos cepos se parecen en tres aspectos: Las características psicológicas del numen del ingenio perpetrado, los orígenes y efectos, y el final augurado.

La primera aseveración sólo será defendida con un enunciado. El cepo de 1991 fue capitaneado por un desaforado con conocimientos, el de 2012, por una desaforada sin conocimientos. El calificativo psicológico iguala la capacidades académicas, a los efectos pertinentes.

Si bien pareciera que los dos cepos son distintos, dado que la Convertibilidad sólo impidió la compra de dólares en su agonía, es posible advertir que, con alguna trasposición irrelevante, se trata del mismo animal con distinto pelaje, o con las manchas pintadas para disimularlas.

. Orígenes y efectos

El origen de la escasez de dólares que sufre el gobierno actual, que lo llevó a la desesperada medida, radica en la idea inicial de no agregar combustible a la inflación, que había sido ya suficientemente alimentada con un aumento enloquecido del gasto y una convalidación vía emisión de los incrementos salariales en el sector privado fogoneados por el propio estado.  (Hay que recordar que el kirchnerismo copió el objetivo de Perón en 1946 de elevar la participación de la masa salarial al 50% del producto bruto, igualmente desastroso) Cavallo en los 90 luchó con una hiperinflación heredada, mediante esa regla cambiaria, Cristina lucha contra la hiperinflación latente provocada por su propio gobierno. Ambos congelaron el dólar y se condenaron a perder ilimitadamente competitividad y puestos de trabajo.

Cavallo no recurrió a la emisión para paliar los efectos de su Cepo. Pero endeudó al país hasta desangrarlo y lo condenó a una inflación futura y un default, pasando por el desempleo del 18% que un buen día Menem descubrió que tenía.  Cristina apela a la emisión y se engaña con sus propias cifras, mientras dice desendeudar un país al que hipoteca cada día un poco más.

Porque no hace falta mucho análisis para comprender que el país se está endeudando sin contabilizarlo: jubilados, juicios nacionales e internacionales perdidos o que perderá, las deudas e intereses con el Club de París que tendrá que pagar algún día con creces, las llamadas expropiaciones/usurpaciones que nos costarán caro, la tasa de interés que nos cobrarán cuando tengamos que tomar crédito, cosa que pasará, el ajuste por la estafa del Indec a los bonistas, los costos de poder volver a ser autosuficiente energético, y un déficit de infraestructura que costará décadas resolver.

Capítulo aparte dentro del punto anterior merece la absurda política de subsidios de la energía, que es y será una fuente de endeudamiento en dólares imparable, que no tiene un final cercano, ni es siquiera posible imaginar cómo se hará para lograr que la gente acepte pagar entre 5 y 7 veces más lo que paga hoy de luz y gas, y 30% más lo que paga la nafta. El costo en dólares será inconmensurable. El subsidio a la energía, que implicó el pecado económico de subsidiar un bien escaso, lo que condena a un mayor consumo, y así hasta el suicidio. Subsidio y suicidio son dos términos que se parecen y se correlacionan, en este caso.

También el Menemismo tuvo sus propias deudas impagables y sus nudos gordianos. Las privatizaciones, imprescindibles en su momento, y el desprecio por el derecho de los ciudadanos y la destrucción de la juricidad pergeñada por Cavallo y sus asesores, ayudaron a salir de ese entuerto, junto a una adecuada patada al futuro vía la toma de deuda, más la estafa a los jubilados al cambiar la ley anticonstitucionalmente.  

El actual gobierno tiene la ventaja de una exportación cautiva como es la de la soja, lo que le da dólares tanto presupuestariamente, vía las retenciones, como en términos de balanza comercial, al quedarse con una masa de ingresos que el mundo le está aportando.  Menem-Cavallo tuvieron el impulso de inversión y mano de obra que les dieron las privatizaciones y el crédito desmedido de que gozó la Argentina en esa época, que supo honrar Cavallo en términos personales con sus amigos de la Banca Rockefeller, no con el país.


.El subsidio, un suicidio

Tanto en los 90 como en la actualidad, el subsidio a una mercadería escasa como el dólar produjo la misma fiebre compradora, tanto para atesorar como para gastar. El menemismo, con plata dulce, eligió satisfacerlo y luego quedarse con los ahorros de todos en dólares que había permitido atesorar. El kirchnerismo impide el atesoramiento y confisca de antemano al obligar a los argentinos a recibir pesos que no sirven para nada. En algún lugar, se produce el racionamiento y la confiscación.

No hace falta mucho esfuerzo para encontrar las similitudes entre la política comunicacional del desaguisado cambiario. La soberbia, la descalificación técnica y moral hacia los críticos, la lealtad interna al jefe convalidando cualquier disparate, el convencimiento de estar poseídos por una inspiración divina, o por un mandato superior, el ostracismo de los pares que se opongan al dogma, son fáciles parangones que no por fáciles debe dejar de enunciarse, en este curso colectivo de espejismo económico, que Paul Krugman, cuando aún no era mercenario, calificó en su libro homónimo como «Peddling prosperity». Mingo y Cris, un solo corazón, diría el slogan.

Y no es para nada casual que el Hopkins de Menem haya sido asesor personal del ilustre muerto del relato, inclusive cuando le recomendó sacar los fondos del país fuera de Santa Cruz, consejo suficiente y públicamente agradecido por el llorado y mentado Néstor.


.Final y consecuencias

            Haría falta grandes dosis de generosidad, benevolencia y desprecio por la evidencia, virtudes de las que carezco, para no advertir las coincidencias últimas y el resultado postrero, en su doble sentido, entre ambos cepos. Pérdida de competitividad, de exportaciones con valor agregado, cero inversión, (y cero ahorro, su correlato) desempleo, hiperinflación, default, convulsión social, pesificación que ya empezó, y daños colaterales graves al mercado inmobiliario, financiero, turístico, energético, y siguen las firmas.  

            Como el peronismo de los 50 y los 90, el kirchnerismo se copia en un eterno retorno. Veinte años después, como si la historia en vez del erudito de la nada Felipe Pigna, la escribiera Alejandro Dumas, (perdón por el literazgo) estamos donde estábamos. Un poco peor, eso sí.

            Una buena noticia. No cobraré derechos de autor a quienes usen la metáfora del cepo cambiario. Todos saben que no hay ningún cepo, ¿verdad?

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