Nota de abril de 1994 - El Cronista






Convertibilidad y reelección


El inminente triunfo de Menem cambia su óptica económica de mediano plazo.

Cavallo compara su relación con el Presidente con la que tiene con su esposa.
¿Necesitará un asesor político o un consejero matrimonial?




El ministro de Economía ha comenzado a anunciar en los medios de prensa amigos
que se inicia una nueva etapa del plan económico, la del crecimiento. Puede parecer que se trata de un paso perfectamente previsto en un minucioso cronograma. Basta analizar las declaraciones ministeriales de los últimos 36 meses para comprobar que no es así.


La teoría de la convertibilidad establecía que habría una deflación, que se bajaría el gasto del Estado y el costo argentino, se generarían exportaciones de alto valor agregado y se revalorizarían las economías regionales. Todo ello está certificado en tres años de recortes y grabaciones periodísticas. Todo ello no sucede aún, ni hay síntomas de que vaya a ocurrir en el futuro cercano.


Ni bajó el gasto – al contrario - ni el costo argentino, ni hay posibilidades serias de exportar tecnología contenida, ni se puede afirmar que las economías regionales o provinciales tienen grandes posibilidades. Los comentarios de este tenor son ahogados por quienes claman que se ha desregulado como nunca el sistema, que la estabilidad es prioritaria, que hay un gran interés en el país, que la solución es el aumento de ahorro interno que implicará el mecanismo de jubilación privada, que se ha crecido en estos tres años, que ahora la gente compra autos y puede hacer planes, y que hay grandes proyectos de inversión.


Haremos nuestra propia lista de descalificados. Los representantes de bancos y
brokers extranjeros tienen derecho a decir que están haciendo un buen negocio, y es legítimo que lo hagan. Pero su visión no es objetiva, no hace falta que lo sea, y sería peligroso que se creyera que lo es. Iguales consideraciones caben para los beneficiarios de regímenes de protección, como el automotor y similares, existentes o por venir, porque están recibiendo un regalo incompatible con la realidad mundial, que definitivamente, afecta el crecimiento. Tampoco tiene sentido escuchar el testimonio de los servicios privatizados. Sus contratos, si bien obtenidos legítimamente, les aseguran una rentabilidad también incompatible con la realidad mundial, con la necesidad de crecimiento local, y con el costo argentino. Hace muy pocos días se planteó un magnífico ejemplo: el más conspicuo ejecutivo internacional de Volkswagen elogió, casi hasta la emoción, el sistema de protección a la industria automotriz. Pero dijo algo más. Que la filial argentina había obtenido los mejores resultados económicos de la empresa en el mundo.

Pregunta 1: ¿justificará la ridícula venta local la obtención de semejantes ganancias?

Pregunta 2: ¿el aumento de autos vendidos se deberá al régimen proteccionista o a la estabilidad, que permite los planes de ahorro? Pregunta 3: si con tal estabilidad se hubiese podido importar autos a mitad de precio, ¿cuántos más se habrían vendido, y con entrega instantánea? Siguiendo con la lista de descalificados, se deberían tomar con reservas los artículos favorables o los reportajes que se publican. La costumbre de algún sector del Gobierno de motejar de ignorante o corrupto a quien opine distinto, de decidir quién es un analista confiable y quién no, de acercar información o reportajes a quienes son buenos y de cambiar esas definiciones con frecuencia, según la línea editorial, llama a tener cuidado. Máxime cuando la discriminación empieza a ser internacional. Otro ejemplo.


 Cuando se le dice que el gasto subió, la gente de Economía reacciona con respuestas multiuso. O no se sabe nada de técnica presupuestaria. O era imprescindible subir el gasto. O se debe a los jubilados. O antes se gastaba y no se pagaba. Prefiere no entender que lo que se le está diciendo es que una vez aplicado un sistema de convertibilidad, cualquier suba del gasto es mala, con justicia o no, con seriedad o no. Lo grave es que, una vez que se pone un cepo, sólo algunos sectores lo eludan. Máxime si es el Estado, cuyas erogaciones son causa primera de la inflación estructural.
Porque nadie ignora que la convertibilidad ha sido vital para lograr la estabilidad. Pero una estabilidad sin bajar el gasto, ni los precios, ni crear exportaciones, habrá calmado la memoria inflacionaria, pero no ha eliminado las razones íntimas de la inflación. En esas condiciones, cualquier plan para empujar el crecimiento será regulador, estatista, teórico, necesariamente poco equitativo y probablemente inoperante. Exactamente igual que todo plan para solucionar el desempleo, la injusticia social y la pobreza. Cuando el Gobierno dice que el gasto es el adecuado mete miedo sobre el futuro de la convertibilidad y sobre la estabilidad.


Por eso dentro de los descalificados hay un lugar especial, como diría el Dante, reservado para los soñadores. Los que dicen ``este es el modelo con el que soñé toda mi vida. Por eso lo poyo''. Dicen los psiquiatras que los sueños se olvidan con facilidad. Tal vez aquí pasa lo mismo. El país jugado al Primer Mundo, sí. El país que cobra presencia internacional en múltiples foros, sí. El país que arregla su deuda externa, sí. El país que vende sus empresas estatales, sí. Pero el país con un bajísimo nivel de integración comercial, con exportaciones raquíticas, con un símbolo proteccionista tan grosero como el régimen automotor, con altísimas tarifas de servicios, ya sea que la paguen las empresas o los particulares, no. Un gasto público como el actual, no. Un país que dice que se ha desregulado, pero donde se pagan las tarifas aéreas más caras del mundo, y además, no se puede viajar cómodamente porque no hay frecuencias suficientes no. Algunas cosas que pasan, eran sueños. Otras, siguen siendo una pesadilla.
Si supuestamente todo está tan mal,  ¿por qué la política económica recibe tanta adhesión en las encuestas, y por qué le ha ganado la reelección a Menem?


Porque la convertibilidad fue y es un excelente método para lograr estabilidad. Y esta es apreciada como un valor básico. Sobre todo cuando la oposición no presenta alternativas, por incompetencia, claudicación o por compartir sueños. Porque al aumentar el gasto público y elevar la recaudación se ha producido una redistribución de riqueza que, por un tiempo, ayuda a las clases bajas y a las empresas grandes y sus periféricas, en detrimento de la clase media. Se ha cambiado el modo de cobrar la ineficiencia del sistema, no la ineficiencia en sí. No es casualidad, ni se debe sólo al mandato suicida genético de la UCR, que la Capital, tradicional baluarte de esa clase media, esté privilegiando en estas elecciones a Chacho Alvarez.

No es casualidad que se esté pensando, como tabla de salvación, usar los fondos del sistema de jubilación privada para financiar el endeudamiento, lo que no debería será aceptado, porque vuelve a poner la plata de los jubilados en manos del Estado, y porque se corre el riesgo de que las AFJP se claven con títulos a bajo interés fijo, cuando todo indica que por ahora se debe estar en el corto plazo o a tasa variable. Y quienes dicen que el endeudamiento se está produciendo en  el sector privado, deben recordar que esas deudas se pagan con divisas y, para obtenerlas, el país deberá exportar para generar esos montos, o deberá endeudarse a su vez.


La convertibilidad tiraba hasta 1995. El problema era del que venía. Junto a la alegría de saberse ya reelecto, Menem tiene la preocupación de saber que ahora el que viene es él mismo. Cavallo dice que sus relaciones y su confianza en el Presidente se equiparan a las que tiene con su esposa. Pero el marido, o el ministro, es siempre el último en enterarse.


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1 comment:

  1. Por completo de acuerdo. De todos modos, en lo que al mundo discursivo se refiere, los ideólogos en materia económica del actual gobierno (azpiazu RIP, e. basualdo), además de la gran mayoría en la UBA, explican que, debido a que la mayor parte del gasto estatal en aquella era destinado a los servicios de la deuda y al sostenimiento de un sistema de tasas de interés que favorecía una especie de bicicleta financiera, cualquier discusión en torno al equilibrio de ingresos y egresos era automáticamente estigmatizada con la etiqueta del ajuste. Claro, desde este punto de vista, referirse al control del gasto estatal implicaba necesariamente la idea de que sólo era posible reduciendo las erogaciones en los servicios publicos y sociales más básicos. Lo más gracioso, o triste, de todo esto es que la politica económica actual está marcada por esta concepción, y a pesar de haberse acotado el servicio de la deuda (hoy dibujada), sufrimos una inflación del 35% anual.

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