El día en que empezó la decadencia
Hace
69 años asumía la presidencia constitucional de la Nación el General Juan
Domingo Perón. Seis días antes había sido reincorporado al servicio activo y
ascendido a General de Brigada. El país venía de una gran prosperidad
consolidada durante la guerra.
En
1943 había participado activamente del golpe al presidente Castillo, y ocupado
en el gobierno militar el cargo de secretario del Ministro de Guerra, para ascender meteóricamente a Director de
Trabajo y en los siguientes seis meses a
Secretario de Trabajo, Ministro de
Guerra y Vicepresidente de la Nación, tres cargos que ocupó simultáneamente, caso histórico.
Su
figura había sido cultivada
cuidadosamente para que fuese continuador democrático del proceso nazi –
fascista iniciado exactamente tres años antes por el General Pedro Pablo
Ramírez, formado en el ejército alemán. En
esa línea se entroncan su renuncia, discurso al pueblo, prisión en Martín García
y liberación por presión popular, todo en el mágico lapso de 6 días.
Si
bien el golpe había sido dado para evitar que se declarase la guerra al Eje y
para impedir el crecimiento del socialismo y comunismo, esos objetivos no se
cumplieron. Los golpistas fueron forzados a declarar la guerra al Eje y Perón
había tejido, desde su personalidad de Secretario de Trabajo, firmes alianzas
con el sindicalismo socialista y comunista. Luego las aprovecharía en la creación
del Partido Laborista, germen de su movimiento.
Ya
en 1945 había legislado la generalización de la jubilación, la
jornada de 8 horas, el régimen de vacaciones, la indemnización por
despido, el descanso semanal y el aguinaldo, y creado los tribunales de
trabajo, cuyas decisiones, como hoy, eran sesgadas a favor del trabajador.
Esas
medidas eran necesarias y bastante justas y se encuadraban dentro de la
tendencia mundial de las conquistas sociales, ignoradas por los gobiernos
conservadores.
El paso siguiente es el primer error
económico importante del líder justicialista: decide que los salarios de los
trabajadores deben representar el 50% del PBI, para reflejar un equilibrio
entre capital y trabajo. Para
apurar esa relación, aumenta los sueldos sistemática y colectivamente por medio
de las organizaciones obreras unificadas en la CGT.
Esa
decisión lleva posteriormente a la inflación, el desabastecimiento, la
recesión, la pérdida de competitividad y de exportaciones y una serie de
desaciertos que culminan con la ridícula lucha contra el agio y la
especulación, con precios cuidados y panaderos y almaceneros presos.
Durante
la campaña política recibe una gran ayuda (nunca se sabrá si deliberada o no) con la publicación del libro Azul, un ataque
del embajador americano Spruille Braden. Se crea la famosa frase Braden o
Perón, consigna victoriosa.
Según
Robert Potach, Perón era el más potable de
todos los coroneles del GOU para los americanos, que lo consideraban el
menos pro nazi entre sus pares. Ignoramos si el odio contra Estados Unidos a
partir de este libro fue real o fingido. Pero no resultó favorable para los
intereses argentinos.
Pocos
días antes de asumir, a pedido del mandatario, se crea el IAPI, Instituto
Argentino de Promoción del Intercambio, que monopolizaría toda la importación y
exportación del país, al comprar a los productores y vender al exterior, para
repartir luego sus enormes utilidades discrecionalmente a sectores industriales
protegidos y caer en numerosos casos de corrupción empresaria que terminaron por
costar la vida al cuñado del presidente, Juan Duarte. Nace aquí el monumental negociado de las
licencias de importación.
Nunca, fuera de la URSS, existió un
organismo estatal con tanto poder sobre las actividades productivas de un país
como el IAPI. Dependía del Banco
Central, nacionalizado por Farrell horas
antes de asumir Perón. Con esa medida se nacionalizaron todos los depósitos
bancarios, se eliminó la garantía oro del peso y se creó un mercado de cambios monopólico
y regulado. La libertad de comercio y de
cambios acababa de morir. Comenzaba a nacer el
empresariado prebendario.
El
ejército y el industrialismo incipiente amaban el modelo mussoliniano de
industria, que imbricaba a las empresas con el estado y le garantizaba a unos
protección, créditos fáciles, permisos,
divisas sustraídas al campo mediante el IAPI, y al estado un enorme poder y muchos
futuros empleos, imprescindibles para las masas poblacionales crecientes.
Sobre
ese modelo se construye la industria nacional. Perón acierta varias veces en
explorar caminos de innovación, pero no en el formato empresario. Adopta el
esquema de Sociedad Mixta, (vg: SOMISA) que combina lo peor del estado y lo
peor de la ambición privada. La semilla de la corrupción estaba sembrada.
La
filosofía militar de controlar la industria considerada estratégica marcó para
siempre a la economía. Así se amplia el modelo de empresas del estado, como el
caso de Aerolineas Argentinas y la FANU tras la compra de la arruinada DODERO.
Los
ferrocarriles, extraña compra a los ingleses forzada por su default vergonzante,
siguen igual camino. La sustitución de importaciones, alentada por Raúl Prebich
desde la CEPAL, es rápidamente adoptada, hasta nuestros días. La necesaria
industrialización se hizo con un modelo a la italiana, que aún perdura.
En
septiembre de 1946 se expropia la Unión Telefónica, subsidiaria de ITT,
inaugurando una práctica que luego, combinada con la persecución, sería
nefasta; de paso, cimenta la enemistad con Estados Unidos.
Seguirían
luego entre otros el embargo del grupo Bemberg y la alevosa apropiación del diario
y los bienes del opositor David Michel Torino.
Con
la unificación de la CGT comienzan las huelgas sistemáticas, como método de
negociación partidaria y a veces de confiscación, como el caso de La Prensa.
En
Bretton Woods se había creado el Fondo Monetario Internacional, al cual
Argentina no adhiere. La gestión del
General transcurre en una relación de amor-odio con Gran Bretaña y de enemistad
con EEUU. El país pagó duros precios por ambos enojos.
La
ley de alquileres, que los congela, además de invadir los contratos y la
propiedad privada, aleja de la vivienda propia a las clases más pobres, a las
que se quería favorecer.
La
reforma de la Constitución de 1949 agregó importantes ataques contra la
propiedad privada, y la tendencia a transformar
las oportunidades en derechos, tan común hoy.
De a
poco, la generosidad distributiva y una creciente impericia, más un
desendeudamiento innecesario, comenzaron a mostrar sus efectos en el
segundo mandato: falta de divisas por caída de exportación, desabastecimiento,
inflación, pérdida de reservas y empleo, y desbalance energético.
En
sus discursos semanales, Perón culpa a la posguerra y a las acciones proteccionistas
americanas e inglesas de la pérdida de mercados agropecuarios, devalúa el peso y
por consejo de Prebisch convoca a aumentar la productividad y bajar el consumo,
que antes fomentara.
Consumidas
las reservas, presionado por la CGT, el IAPI paradójicamente en la ruina, Perón recurre al crédito americano y a
desesperados contratos con la Californian Oil (Hoy Chevron), pero ya es tarde. El
experimento justicialista se ha agotado.
Desesperado
por sus fracasos, el hombre inteligente y culto se transforma en un energúmeno,
enardece a la masa con el 5 por 1, ataca a las iglesias y quema el Jockey Club. El golpe que mata a muchos
inocentes en junio y lo depone casi con su anuencia en septiembre de 1955, lo
salva de un final al estilo de Mussolini, al que tanto admiraba.
Repasemos.
Busquemos las diez diferencias con la actualidad. Si. Acertó. Lo psicológico es
sólo condimento. La doctrina económica de CFK es la doctrina peronista.
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