Las
barbas del vecino
Desde Macchiavello para acá la política trata cada vez menos de los
derechos de la gente. Las discusiones y debates políticos tampoco contienen
ideas de fondo, ni siquiera ideologías. Este es un fenómeno global.
Como corolario, los programas que se exhiben en las campañas
electorales se componen meramente de una serie de eslóganes destinados a una
masa anónima y sin cerebro, con la que nadie se identifica pero que al final
parece imponerse sobre la voluntad de los individuos inteligentes.
El resultado es la pauperización del intelecto colectivo, y muchas
veces, la adopción de políticas y caminos alejados de la racionalidad, de la
buena praxis y hasta del bienestar que supuestamente se pretende.
Tengo la sensación, como un observador curioso, que este fenómeno se
da mucho menos en Uruguay, donde la discusión política, independientemente de
la posición y opinión de cada uno, respeta ciertos principios, ciertas reglas y
ciertas lógicas.
Es innegable que en Argentina pasa todo lo contrario. Lo digo con
tristeza.
Los dos candidatos con posibilidades despiertan expectativas
sorprendentes y estrambóticas, para no ser
exagerado. Al menos en los sectores que calificamos de productivos. Es decir
los que viven de su trabajo, de su empresa y de su esfuerzo en el sector
privado.
Estos sectores han venido aguantando casi heroicamente los últimos
años, que culminan en una sinusoide de desgracias y malas noticias
internacionales, como si faltara algún condimento. Muchos no han cerrado sus
empresas, o reducido su personal al mínimo, o dejado de ocuparse de sus campos,
con la esperanza de que un nuevo gobierno con alguna cuota de sensatez y
decencia, - únicos ingredientes que necesita Argentina para funcionar – volviera
a poner la producción y la inversión en marcha.
Ese sector privado, pongámosle casi el cuarenta por ciento de la
población, se encuentra ahora frente a dos candidatos que representan las dos
opciones disponibles: el kirchnerismo o la racionalidad. Civilización o barbarie, vida o muerte, cara o ceca. Como
se quiera.
No es difícil suponer que en su gran mayoría ese conglomerado de
voluntades - que es el que mantiene la economía funcionando – ya ha elegido a
Mauricio Macri como su candidato.
Y también es fácil colegir que el otro sector – 7 millones de pensionados
y jubilados más otro tanto en planes de desempleo y empleos públicos semi
inútiles - mas prebendarios y afines, tenderá a preferir a Daniel Scioli.
Una pequeña porción del electorado, que tal vez defina la presidencia,
elegirá por ideología, preferencias, cansancio del maltrato o resentimiento.
Mientras tanto, aquella masa productiva que favorece a Macri, también
necesita creer que habrá un futuro aunque su preferido no gane las elecciones. Esto
es inherente a la vocación de trabajo y de industriosidad que la caracteriza, y
que caracteriza en cualquier parte del globo a estos sectores. Ese grupo
necesita creer que con Scioli también habrá país.
En un mundo ahora mucho menos condescendiente que hasta ayer,
Argentina necesita recrear un posicionamiento geopolítico y económico que se ha
perdido casi criminalmente.
Pero los dos candidatos, fruto al fin del maquiavelismo y el concepto
de lograr el poder por el poder mismo, han eludido explicar sus ideas, sus
programas o sus políticas.
Scioli lucha por parecerse a Cristina frente a los sectores duros del
kirchnerismo y al mismo tiempo por diferenciarse de ella frente al resto.
Macri, para consumo de los progresistas, promete mantener los planes
y subsidios, jura que hará eficiente a la indefendible Aerolíneas Argentinas y
trasparente a la inescrutable YPF de contratos secretos con Chevron y PAE, y
hasta se embandera con el emblemático Fútbol para Todos, - un escupitajo a la
cara de los anti estatistas. De paso, reza que admira las banderas peronistas,
para muchos el germen de la decadencia argentina.
Quienes esperan la cárcel para Cristina Fernández y un cambio
drástico en el cepo, el gasto irresponsable y la emisión fatal, con un gran
impulso al comercio exterior, temen que Scioli sea sólo el brazo largo – perdón-
de la presidente, que continuará por lo menos un par de años reinando con la
ayuda de su infiltrado maoísta Zannini y sus gremlins de La Cámpora sembrados
en los tres poderes.
Macri ciertamente no hará un gobierno liberal. Como máximo, hará un
gobierno de centro, sin demasiado ajuste y con endeudamiento para generar
crecimiento. Su idea de hacer eficiente las empresas del estado es un sueño que
terminará en más gasto del estado.
Scioli pretende ser gradual, lo que quiere decir que tampoco cambiará
mucho de la estructura del déficit. También endeudamiento y gasto. E
incertidumbre.
Los dos cederán a las presiones de un grupo de empresas y empresarios
proteccionistas y prebendarios. No les costará ello demasiado esfuerzo
ideológico.
Entretanto, ese 40 por ciento o menos que constituye el país
productivo, discurre entre dos sueños, uno de máxima y otro de mínima.
Que Macri esté mintiendo y que si gana, liberará la economía, bajará
el gasto, limpiará el estado, hará un nuevo sistema impositivo y de
coparticipación federal.
O que si en cambio gana Scioli, traicionará a Cristina y se volverá
una especie de Menem liberal y privatista, y tal vez dejará actuar a la
justicia contra su forzada mentora.
Lo bueno de la democracia es que detrás de sus males siempre queda la
esperanza. Cualquier parecido con la caja de Pandora es pura coincidencia.
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