Publicada en El
Observador de Montevideo 21/07/2015
Los tratados más cortos del
mundo
Para simplificar la conversación, querría reducir la economía a sólo
dos aspectos. La cantidad de empleo y la calidad del salario. ¿Le parece
lógico?
Hace algunos años, en un discurso de campaña, el actual Presidente Vázquez
dijo, refiriéndose a la necesidad de crear empleos, que los países emergentes
estaban a veces obligados a sacrificar la ecología en aras de crear nuevos
puestos, y que eso debería ser una preocupación de todo el sistema, no de los
países en desarrollo solamente.
Me pareció una reflexión trascendente y también una definición de la
importancia que las sociedades deben darle a la creación de puestos de trabajo,
no sólo por su valor económico inmediato y obvio, sino por todo el bagaje de
inserción psicosocial que conlleva.
Entonces pongamos en el primer renglón de lo que los americanos
llamarían Vision, a la generación de
empleo.
Ahora viene el condicionamiento. Sin entrar aún a analizar la
conveniencia o no de que el estado se ocupe de una serie de actividades,
funciones y prestaciones, el empleo público debe hoy descartarse como generador
de nuevos puestos de trabajo. Y eso es un cambio que debe empezar en las
agrupaciones políticas, si son serias.
Esto es porque si se aumenta la cantidad de personal para hacer las
mismas cosas, por un lado se generará más burocracia, ya bastante crecidita, y
por el otro se necesitará aplicar más impuestos para pagar esos salarios, por
definición improductivos.
Si además se pretende que esos empleos tengan una remuneración de
calidad, la única alternativa es crear empleo privado, que era exactamente a lo
que se refería el Presidente Vázquez en su discurso citado más arriba.
Porque el empleo público, o el subsidio permanente, tienen límites
muy precisos, como ser la tolerancia del sistema económico a la carga fiscal. Esto
no se ve tan claramente en los ciclos de abundancia, pero estalla en
estabilidad o en recesión. Y es más evidente cuanto más se exagera la carga.
En el segundo renglón de nuestra carta a Papá Noel, pongamos la
calidad de la remuneración. Entendemos por calidad la capacidad adquisitiva del
salario, no su valor en pesos en dólares o en euros. Lo que puede comprar un
salario.
Y ahí de nuevo, mirar para el lado del estado en este rubro también
es iluso. El sistema de tributación creativa está agotado. Cada nuevo impuesto
achica más al sector privado, que mal puede hacerse cargo ni siquiera de los
mismos costos que antes.
A menos que se quiera llegar a un cien por ciento de economía
estatal. O sea el viejo comunismo. Va a ser difícil ahí vivir de impuestos,
claro. Es mejor seguir con el socialismo moderno, que mantiene una clase
productiva y trabajadora privada, sojuzgada bajo la figura de la democracia y
la va ordeñando hasta la escualidez, como los Massai a las vacas africanas.
De modo que el único empleo genuino con buenas remuneraciones es el privado. Y el único modo actual de
aumentar ese empleo es aumentando el intercambio comercial. Y ahí volvemos a la
discusión de siempre.
Uruguay necesita imperiosamente establecer tratados de libre comercio
que lo saquen del cepo del Mercosur, una ratonera en todo sentido. Pero nadie entiende bien esto. Se escudriña
renglón por renglón las posiciones arancelarias para que ni por error se vaya a
bajar un recargo o permitir una actividad que no le convenga a alguien.
En esto están unidos los sindicatos, los políticos y las actividades
empresarias protegidas. Y muchos funcionarios. Al paso que van, los tratados
que se firmen serán solamente formales, para un grupo minúsculo de casos, sin
relevancia alguna y sin capacidad de generar nuevos empleos.
El concepto teórico es muy simple. Un aumento de las importaciones de
cualquier índole, genera un aumento de exportaciones por igual monto. De esa
ecuación se beneficia doblemente el trabajador. Por un lado, porque hay mayor
demanda laboral con mejores ingresos. Por el otro, por la baja en los precios
que el mecanismo produce al aumentar la competencia.
Una conveniente y malévola conjunción entre los sindicatos y las
empresas prebendarias protegidas con altos aranceles y otro tipo de
restricciones a la importación, hace creer que abrir la importación reduce las
fuentes de trabajo. Del mismo modo que logran que el estado aplique aranceles o
restricciones cuando se instalan, con la promesa de crear puestos de trabajo.
Todos los estudios en todo el mundo muestran que es mucho más lo que
se pierde en puestos de trabajo, calidad salarial y costo de vida que lo que se
gana con el cierre de importaciones.
Los sectores más humildes, por otra parte, deberían pensar siempre
como consumidores, antes que como trabajadores. No hay manera de que le
convenga un sistema que les encarezca los productos que compran y restrinja la
competencia.
Pero si no me cree, venga, lo invito a comer un asado en Argentina.
Usted cree que Cristina es mala porque puso el cepo, no quiere importar, corta
el turismo y correlativas, ¿no? ¿Sabe quién hizo eso? El proteccionismo
industrial. Las empresas que con la excusa de crear trabajo suben los precios,
impiden exportar, y terminan chupándose las reservas. Pero si le conviene,
échele la culpa a Cristina y siga defendiendo su supuesta fuente de trabajo.
En términos más técnicos, la clásica simetría de Lerner, que dice que
se termina exportando lo mismo que se importa, se cumple más rápidamente en
economías relativamente pequeñas y con tipo de cambio libre. Uruguay debería
bucear en ese modelo. Aunque la experiencia dice que cuando se entra en el
modelo proteccionista, de contubernio sindical-empresario-prebendario-estado,
la salida es casi imposible o es por caos.
Imagino con una sonrisa, pero también con dolor, a miles de
burócratas, lobbystas y socialistas, revisando con lupa las partidas
arancelarias, y tachando todo lo que puede significar un mínimo peligro para
sus intereses.
Los tratados de libre comercio que se firmen pueden llegar a tener
media carilla.
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