Migrantes:
entre la sensibilidad
y la
geopolítica
Poco antes del ataque a la Amia almorcé con el embajador iraní en
Argentina, como parte de una rutina semanal de mi diario.
En esa charla, le pregunté a Hadi Soleimanpour, si creía que la política de
enfrentamiento con Occidente era lo mejor para su pueblo. Su respuesta fue
frontal y brutal. - “Si no nos opusiéramos a Estados Unidos, ni siquiera nos tendría
en cuenta. De este modo, somos una amenaza latente que tiene que respetar y
considerar”.
Si bien la charla era off the record, me pareció una respuesta
demasiado descarnada y sincera para un diplomático. Pero luego comprendí que
Irán quería que se supiese universalmente que esa era su línea inamovible de
política exterior. Desaparecida la URSS, transformarse en el nuevo demonio era
una alternativa no sólo interesante, sino imprescindible en la concepción
persa.
Irán ha seguido esa línea al
pie de la letra en la región. Con la diplomacia, con el financiamiento del
terror, usando su disfraz de nación cuando le conviene y su ropaje de Islam
cuando quiere atravesar y romper todas las convenciones.
No hay que confundir la fe
individual con el concepto liminar político
del Ayatollah Ali Khamenei: la creación de un Califato Islámico. Lo que
originalmente fuera un desvarío de un sector de descarriados, los Chiitas,
tanto en las formas como en el fondo, hoy es credo en casi todas las ramas y
sectas musulmanas: la Yihad, que originalmente era una obligación religiosa,
hoy se interpreta casi unánimemente como la obligación de todo musulmán de
morir para imponer el Islam. La Yihad ya no es religión. Es política.
La proverbial intervención
americana ha dejado a Irán sin rivales en la región, al destruir al Talibán y al
régimen de Irak. Como para equilibrar, también ayudó a armarse a ISIS, que
lucha con el gobierno Sirio para ver quién es más sanguinario. El saldo:
200,000 muertos.
Estados Unidos ha impulsado
un tratado con Irán que lo libera ahora de los embargos y sanciones que le
había impuesto. Más comodidad para que sigan con sus cruzadas yihadistas.
Aquí agrego otro componente
anecdótico. En 1989, con el petróleo debajo de los 20 dólares, asistí a una
conferencia del gran estadista Shimon Peres ante el Congreso Mundial Judío.
Para mi sorpresa, abogó por un precio mucho más alto para el petróleo. Sostenía
que la pobreza de los países árabes terminaba siempre en ataques entre sí o a
Israel, como forma de transferir al fanatismo religioso la disconformidad
económica.
La
característica común de los países petroleros árabes es la pobreza en la que
los sumen sus sátrapas. Y el desprecio de esos sátrapas por sus pueblos.
Entre esos dos vectores, la masacre
y la economía, se encuadran estas invasiones de pobladores africanos y de
Oriente medio a Europa. Empezaron hace décadas. Ahora se potencian. En 2014
entraron 250.000 migrantes, hasta julio de este año ya se llegó a igual cifra.
La foto de Aylan es el
equivalente a la masacre de Mỹ Lai en Vietnam. Ha estallado en la
cara de la sensibilidad mundial. También probablemente haga perder el match de
ajedrez geopolítico a Occidente: no puede olvidarse la conclusión del gran
historiador Will Durant en su libro Las
Lecciones de la Historia: “Siempre hay un
pueblo bárbaro, que no controla la natalidad, que domina por la fuerza o por su
número a un pueblo culto que controla la natalidad”. Europa lo recuerda, lo ha sufrido varias veces.
Pero no es
esa la mayor razón de la reticencia europea a aceptar migrantes.
(Refugiados y exiliados son términos demasiado precisos y técnicos) La UE tenía
hasta ahora un raro criterio: los migrantes asiáticos y africanos debían ser
aceptados por el primer país europeo al que llegaran.
Grecia, recibió
ya 340.000 inmigrantes forzados. ¿Hay derecho a pedirle más? Hungría, saturada
ya por la invasión, no ayudó a los desesperados: simplemente los puso en trenes
y se los arrojó a Austria por la cabeza.
Merkel
presionó para que cada país aceptase una cuota de solidaridad, incluyendo a los
casi miembros, como Turquía. ¿Las
democracias de cada país no tendrán derecho a opinar? Irlanda, tras un duro
ajuste para cumplir con la UE parece creer que sí: no quiere recibir
inmigrantes por causas económicas. (Se estima que la mitad lo es) Otros países
tampoco los quieren.
Los
migrantes no se quedan en Turquía, ni en Italia, ni en Hungría. Quieren
destinos más prósperos. Buscan bienestar, no supervivencia. Las calles de París
están llenas de manteros que llegaron con igual propósito en las últimas
décadas.
Eslovaquia,
en el otro extremo, no quiere recibir árabes.
Alemania, con una imagen inflexible, es, sin embargo, quien más abierta
está a recibir estas masas desesperadas. Su antecedente con los alemanes
orientales no es casual.
El resto de
Occidente parece creer que el problema es europeo. Cómodamente, todas las
sociedades, incluyendo la nuestra, le pide solidaridad a los demás.
La
globalización ha planteado este raro sistema por el cual los bienes entran y salen
libremente de todos los países. Pero la gente es presa de su nacionalidad. Si
le toca en suerte nacer en una satrapía, pues allí debe morir.
Hasta que
aparece la foto de un Aylan. Cuya muerte no es más injusta ni más dramática que
la de otros miles. Pero está fotografiada.
Muchos
recuerdan la inmigración europea a Estados Unidos y a toda américa en la
primera guerra. Pero hay algunas
diferencias. Por un lado, el empleo no era un bien escaso. Por el otro, esa
inmigración tenía una cultura de trabajo.
Y algo más.
Esas masas desesperadas tenían costumbres similares y una religión con los
mismos principios que la del nuevo mundo. Aceptaban, tarde o temprano la ley y
las reglas.
En cambio, estos
migrantes profesan mayoritariamente una religión que se cree por encima del
estado, de la sociedad y de las leyes, cuando les conviene. El Islam será
considerado un peligro mientras los imanes y sus máximas autoridades no acepten
que el Corán no es una garantía de inmortalidad impune y gloriosa ni está por
encima del orden social. De lo contrario jamás se incorporarán a ninguna
sociedad, y jamás serán aceptados.
Aylan debe
ser un clamor de solidaridad. Pero no debe ser el cristo musulmán.
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