Mi pequeña reflexión
de hoy
La
salud mental como camino
No
me referiré a la ética de Dilma Roussef. Hablaré de su reacción ante la
adversidad política.
En
momentos graves para la economía y más graves aún para su proyecto político y hasta
para su situación personal, la presidente de Brasil podría haberse dejado
llevar por sus nervios, por sus deseos
de revancha, por su enojo con una ciudadanía que le da la espalda y la denuesta
en las calles de Río y Sao Pablo.
Podría
haber “doblado la apuesta” como decimos los argentinos timberos y jugar a
dividir a la sociedad brasileña, apostar
a aumentar el populismo que llevó a su país a esta encrucijada o cualquier otra
decisión histérica, irracional y vengativa. Usted me entiende.
Pero
sea porque le conviene, porque el establishment la presionó en el sentido
adecuado o por el asesoramiento de quienes la rodean, eligió hacer lo que debe
hacer. Permitir la depreciación del real, bajar el gasto como acaba de anunciar
hoy, eliminar ocho ministerios, cambiar a su jefe de gabinete, reducir sueldos
y número de cargos.
Lo
hace a pesar de que el ajuste puede restarle amigos en el Congreso, que
necesita para evitar el juicio político eventual que seguramente se merece por
el caso del Petrolão.
Al
tomar este camino, la presidente le da a Brasil la mejor oportunidad para una
salida rápida de su crisis económica y probablemente se salva de su propia
catástrofe política y personal.
Los
políticos y gobernantes son imperfectos e incurren siempre en errores y a veces
en groseras acciones. Pero tienen una obligación ineludible: mantener la
cordura. Máxime en los más altos niveles.
La
locura, la irracionalidad y la toma de decisiones delirantes ante los momentos
críticos no son errores anecdóticos. Son delitos de lesa patria.
Dilma
Roussef es una mala presidente. Pero está tratando de ser una buena brasileña.
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