Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
Balotaje: el dilema del prisionero
Los argentinos han usado su poder de decisión. También le han mostrado al mundo que no tienen más ganas de ser un país de cuarta, enojado con la humanidad, incumplidor, vociferante y autoritario.
El resultado de la primera vuelta ha sido suficientemente comentado y suficientemente claro. Ahora es importante concentrarse en la segunda vuelta y las estrategias de cada uno de los candidatos.
Como ya anticipara en una nota el día de las PASO, Sergio Massa, con su alianza UNA, se ha transformado en un kingmaker, como dicen los ingleses. En tal carácter, será tentado por los dos candidatos sobrevivientes.
Hay sólo una cosa que no hará Massa: dejar de pactar con alguno de los dos. Ello significaría resignar su protagonismo político y dejar en el limbo a sus intendentes, gobernadores y legisladores, que quedarían casi condenados a disolver su influencia o a diluirse a lo largo del tiempo. Él no lo ignora y está preparado para negociar.
Hay una sola cosa que no pueden hacer ni Macri ni Scioli. Creer que sólo mediante el discurso podrán convencer a los votantes de UNA a preferirlos. Un riesgo políticamente insensato de correr.
Como los votos no tienen dueños ni jefes, cualquier acuerdo requiere que los votantes sientan que son respetados y no que son prenda de cambio como si se tratase de un mercado persa. Esa necesidad de coherencia entre la propuesta y cualquier alianza es vital no sólo para conseguir nuevos votos, sino para no resignar votos propios si se cambia el rumbo.
Massa tiene que pasar primero por una introspección personal y entre sus aliados. Tienen una bala de plata y sólo pueden usarla una vez. De la Sota, que puede ser clave para movilizar votos del peronismo ortodoxo, ha dicho que Macri es su límite. Pero eso ahora está seguramente lejano, lejano, como dice el tango.
Felipe Solá es muy combativo y arisco, pero el más frío a la hora de elegir conveniencias. Massa necesita de los dos, no solo de su arrastre, sino de sus opiniones. Y también tiene que considerar a sus gobernadores, intendentes y legisladores, cuyos destinos políticos se verán afectados por cualquier decisión.
Llevar a su frente UNA hacia el sciolismo kirchnerista y bendecirlo como peronismo es tentador para el tigrense. Se puede convertir en el salvador del partido y su futuro líder político. Tiene el problema de que en los referentes y los votantes de su alianza hay mucho enojo contra Cristina, que desplazó y maltrató a los líderes del justicialismo histórico y los reemplazó por la Cámpora, el cáncer del peronismo, y por el diablo Zannini, casi un López Rega para los ortodoxos.
También tiene otros problemas para esta opción: la capacidad de traición del peronismo, edificado sobre ese atributo. Y el hecho de que estaría negociando con Cristina, tarea imposible e insalubre.
Por el lado del macrismo, la negociación parece más fácil. Macri cumplió prolijamente sus pactos en Cambiemos, que tiene la garantía del radical Ernesto Sanz, cuya acción fue esencial para la concreción y sostenimiento de la alianza, y que mostró su positiva influencia interna en varias decisiones, como la designación del candidato radical a vicegobernador de María Eugenia Vidal.
Pero aquí habrá que encontrar el papel de Massa en caso de un acuerdo, que le asegure mantener su importancia política en el peronismo, ahora sin líder. Lo cierto es que no le conviene ayudar a Scioli a competirle por la conducción partidaria.
El desafío de Massa es cómo aliarse con Cambiemos sin perder su identidad y su capacidad de liderazgo en el peronismo. Programáticamente, hay más cercanías entre Massa y Macri que entre Massa y Scioli. El resto se conversa.
Del lado de Scioli, cuando se recupere, antes de acordar con Massa, si decide hacerlo, tiene que pasar por las horcas caudinas del kirchnerismo y sobre todo del cristinismo, léase Cristina, si esta no cae en algún brote que atisbo. Pasado ese rubicón, tendría que recomponer muchas relaciones y cicatrizar muchas heridas. En especial, tendría que aceptar compartir la escena con el líder de UNA.
Desde la óptica de Macri, además de las obvias ventajas electorales, UNA le ofrece la posibilidad de resolver buena parte del cuadro de ingobernabilidad que le dejó deliberadamente preparado Fernández, ya que le aportaría una virtual mayoría en diputados y un entramado de gobernadores e intendentes muy poderoso.
El secreto es que el votante peronista de Massa o de Scioli, perciba esa alianza como un cambio positivo institucional y económico. O mejor, que toda la ciudadanía lo perciba así.
Si hubiera que apostar, me jugaría por un acuerdo Cambiemos – UNA. Es bueno para ellos y es potencialmente bueno para el país. Macri puede ser el nuevo presidente. Massa, el nuevo peronismo.
Lo que está claro es que el kirchnerismo, el cristinismo y el feudalismo mafioso, patotero e irrespetuoso ha sido derrotado.
La sorpresa cacheteó a Cristina Fernández de Kirchner simplemente porque ella creyó en serio que era superior a la democracia.
El domingo a la noche descubrió que no. l
Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América
El resultado de la primera vuelta ha sido suficientemente comentado y suficientemente claro. Ahora es importante concentrarse en la segunda vuelta y las estrategias de cada uno de los candidatos.
Como ya anticipara en una nota el día de las PASO, Sergio Massa, con su alianza UNA, se ha transformado en un kingmaker, como dicen los ingleses. En tal carácter, será tentado por los dos candidatos sobrevivientes.
Hay sólo una cosa que no hará Massa: dejar de pactar con alguno de los dos. Ello significaría resignar su protagonismo político y dejar en el limbo a sus intendentes, gobernadores y legisladores, que quedarían casi condenados a disolver su influencia o a diluirse a lo largo del tiempo. Él no lo ignora y está preparado para negociar.
Hay una sola cosa que no pueden hacer ni Macri ni Scioli. Creer que sólo mediante el discurso podrán convencer a los votantes de UNA a preferirlos. Un riesgo políticamente insensato de correr.
Como los votos no tienen dueños ni jefes, cualquier acuerdo requiere que los votantes sientan que son respetados y no que son prenda de cambio como si se tratase de un mercado persa. Esa necesidad de coherencia entre la propuesta y cualquier alianza es vital no sólo para conseguir nuevos votos, sino para no resignar votos propios si se cambia el rumbo.
Massa tiene que pasar primero por una introspección personal y entre sus aliados. Tienen una bala de plata y sólo pueden usarla una vez. De la Sota, que puede ser clave para movilizar votos del peronismo ortodoxo, ha dicho que Macri es su límite. Pero eso ahora está seguramente lejano, lejano, como dice el tango.
Felipe Solá es muy combativo y arisco, pero el más frío a la hora de elegir conveniencias. Massa necesita de los dos, no solo de su arrastre, sino de sus opiniones. Y también tiene que considerar a sus gobernadores, intendentes y legisladores, cuyos destinos políticos se verán afectados por cualquier decisión.
Llevar a su frente UNA hacia el sciolismo kirchnerista y bendecirlo como peronismo es tentador para el tigrense. Se puede convertir en el salvador del partido y su futuro líder político. Tiene el problema de que en los referentes y los votantes de su alianza hay mucho enojo contra Cristina, que desplazó y maltrató a los líderes del justicialismo histórico y los reemplazó por la Cámpora, el cáncer del peronismo, y por el diablo Zannini, casi un López Rega para los ortodoxos.
También tiene otros problemas para esta opción: la capacidad de traición del peronismo, edificado sobre ese atributo. Y el hecho de que estaría negociando con Cristina, tarea imposible e insalubre.
Por el lado del macrismo, la negociación parece más fácil. Macri cumplió prolijamente sus pactos en Cambiemos, que tiene la garantía del radical Ernesto Sanz, cuya acción fue esencial para la concreción y sostenimiento de la alianza, y que mostró su positiva influencia interna en varias decisiones, como la designación del candidato radical a vicegobernador de María Eugenia Vidal.
Pero aquí habrá que encontrar el papel de Massa en caso de un acuerdo, que le asegure mantener su importancia política en el peronismo, ahora sin líder. Lo cierto es que no le conviene ayudar a Scioli a competirle por la conducción partidaria.
El desafío de Massa es cómo aliarse con Cambiemos sin perder su identidad y su capacidad de liderazgo en el peronismo. Programáticamente, hay más cercanías entre Massa y Macri que entre Massa y Scioli. El resto se conversa.
Del lado de Scioli, cuando se recupere, antes de acordar con Massa, si decide hacerlo, tiene que pasar por las horcas caudinas del kirchnerismo y sobre todo del cristinismo, léase Cristina, si esta no cae en algún brote que atisbo. Pasado ese rubicón, tendría que recomponer muchas relaciones y cicatrizar muchas heridas. En especial, tendría que aceptar compartir la escena con el líder de UNA.
Desde la óptica de Macri, además de las obvias ventajas electorales, UNA le ofrece la posibilidad de resolver buena parte del cuadro de ingobernabilidad que le dejó deliberadamente preparado Fernández, ya que le aportaría una virtual mayoría en diputados y un entramado de gobernadores e intendentes muy poderoso.
El secreto es que el votante peronista de Massa o de Scioli, perciba esa alianza como un cambio positivo institucional y económico. O mejor, que toda la ciudadanía lo perciba así.
Si hubiera que apostar, me jugaría por un acuerdo Cambiemos – UNA. Es bueno para ellos y es potencialmente bueno para el país. Macri puede ser el nuevo presidente. Massa, el nuevo peronismo.
Lo que está claro es que el kirchnerismo, el cristinismo y el feudalismo mafioso, patotero e irrespetuoso ha sido derrotado.
La sorpresa cacheteó a Cristina Fernández de Kirchner simplemente porque ella creyó en serio que era superior a la democracia.
El domingo a la noche descubrió que no. l
Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América
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