¿La lucha contra la pobreza o la
lucha
contra la riqueza?
Nadie
en su sano juicio quiere que haya pobres.
A
medida que la organización social fue evolucionando, desde el imperio romano a
los reyes del medioevo y a la democracia, la pobreza fue un elemento vital en
la formación de políticas y teorías sociales.
El
socialismo, con su máxima expresión política, el comunismo, hizo de la pobreza
su causa y su materia prima, el tejido mismo del que se compone la teoría
marxista.
En
1912, un economista e importante teórico del fascismo, Corrado Gini, aplicó las curvas de Lorenz
sobre distribución estadística y determinó un coeficiente que mide la relación
de la distribución de los ingresos.
Para
no entrar en detalles técnicos, si el coeficiente se acerca a cero, la igualdad
es perfecta y a medida que llega a uno, (o a cien) la desigualdad es máxima.
Sobre
ese coeficiente se han desarrollado numerosas políticas y el mundo lo usa hoy
como un elemento muy importante en la medición de la pobreza.
Esto es porque el comunismo ha sido
aniquilado políticamente, pero ha vencido en la concepción intelectual de los
profesionales burócratas y en los organismos internacionales, compuestos de
inútiles vividores en su gran mayoría, con enorme resentimiento.
Que
un país sea "justo o injusto" para usar el término de los resentidos
universitarios, no elimina ni aumenta la pobreza. Esto se ve claramente si se observa que EEUU
tiene el mismo coeficiente Gini que China, o mayor que la India o Afganistán.
"Pobreza"
es un término relativo y también absoluto.
Se puede ser pobre en EEUU y vivir mucho mejor que un rico en Afganistán.
Cualesquiera fueran las curvas de Gini. En cambio la pobreza absoluta es
diferente. Es universal y compleja, y no se mide con este coeficiente.
Peor
es cuando los genios burócratas del resentimiento y de la teoría del comunismo
de living, como el de Marx, usan este índice para intentar corregir la
desigualdad, creyendo que así corrigen la pobreza.
Así
surgen los Piketty y la nueva versión de Roubini, que pretenden aplicar un
impuesto global anual sobre el capital y el patrimonio, para repartirlo entre
los pobres. Algo tan estúpido que
probablemente tenga éxito.
Lo
grave es que la teoría de forzar la igualdad se da de patadas con la concepción
misma del capitalismo liberal, nunca refutada, de que la mejor manera de
combatir la pobreza es creando riqueza, y permitiendo que ésta se expanda a la
comunidad en forma de trabajo.
Combatiendo
la riqueza y la desigualdad, seguramente se aumentará la pobreza. Porque el
coeficiente de Gini y quienes lo
esgrimen como una acusación, no
tienen en cuenta que no se trata de reducir la riqueza, sino de reducir la
pobreza.
Pero
lamentablemente, los costosísimos organismos internacionales, inútiles para
producir ningún cambio en beneficio de la sociedad mundial, tienen sin embargo
un enorme poder de daño.
Cuando
por ejemplo se citan datos del Banco Mundial como si fuera la Biblia, se omite
que esos datos son provistos por los gobiernos de cada país. Es decir, los
datos que publica ese organismo, y todos, sobre Argentina, son los mismos de
los que nos reímos y nos indignamos
diariamente.
Confrontada
en el Parlamento con la evolución del coeficiente de Gini durante su gestión,
la estadista más importante y con más testosterona del siglo XX, Margaret
Thatcher, respondió: "son tan
resentidos que estas cifras no les dejan ver que nunca los pobres han tenido
tanto ingreso como ahora, a valores constantes".
Lo
que importa es que los pobres tengan mejores ingresos cada vez, no cuánto
gana el vecino.
Si
no entendemos eso, somos comunistas obsoletos y nostálgicos. Aunque no lo
sepamos.
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