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Han pasado más de 24 horas y el gobierno de Mauricio Macri no ha tomado ninguna medida de importancia.

Salvo los decretos y actos protocolares, el nuevo Ejecutivo parece británico más que argentino, sin analizar si eso es bueno o malo. Una colección de gestos es todo lo que se puede encontrar y sobre lo que elaboramos conclusiones, acaso desesperados para empezar a funcionar nuevamente como un país más o menos serio. Los funcionarios por ahora están ocupados en ver qué es lo que han dejado en pie.

Hay algunos puntos litúrgicos y simbólicos en los actos y reuniones del jueves y viernes que marcan un estilo.

Macri no llega tarde nunca. Pecó de poco diplomático por la inversa. También deja que hablen sus ministros aun delante de él. Eso es bueno. Acaso sus ministros deban aprender pronto a prescindir del “Mauricio piensa...” o “como Mauricio dijo...”, ya pasará.

Se aprobó el examen de la jura, los símbolos, la plaza, la ausencia de legisladores del FPV, la amenaza de patoterismo por parte de La Cámpora. Pese al atentado contra el buen gusto y el protocolo que fue el baile con bastón y banda en el balcón sagrado de Perón, con canto de Michetti, todos los actos rituales resultaron impecables.

La discusión de sainete inventada por Cristina, ocultaba la trampa de mostrar a un Mauricio miedoso y con poca firmeza para ejercer su poder. La mentira burda de los gritos del ingeniero es la digestión psicológica de Kirchner ante otro líder que le marcó la cancha.

Tampoco perdió el flamante presidente en la pelea por la convocatoria. Su multitud fue por lo menos igual a la de la expresidenta, (repito por placer: expresidenta), pero sin micros, choripanes ni estandartes volumétricos en primer plano. Y en un día laborable, felizmente: buen síntoma.

Otra conclusión es la necesidad auténtica de Macri de trabajar en equipo. Su plantel de trabajo es como un grupo de profesionales acostumbrados a trabajar juntos, con sus bromas, sus afectos, seguramente sus broncas. Un equipo pleno de diversidades en varios sentidos. Nadie puede dejar de sentirse representado en él.

Tal vez quien mejor definió este aspecto fue el expresidente De la Rúa, que abandonó su sopor habitual para dejar una gran frase: “No es un simple cambio de partido o de gobierno. Es un cambio generacional”. Toda una esperanza de futuro. Justamente la crítica camporista que sufre Cambiemos es que su gabinete está lleno de gente de empresa. Quienes odiamos la burocracia y la ideología como modo de crear trabajo, curiosamente creemos que ese punto es el más elogiable.

El kirchnerismo ensayó otra pobre crítica: “Salir al balcón de Perón es toda una provocación”. Además del obvio e inmediato retruécano de la exhibición del título de propiedad, cabe recordar que desde ese balcón el líder peronista produjo dos de sus frases más inspiradas.

Una, en 1954: “Vamos a repartir alambre de fardo para colgar a nuestros enemigos. Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El general siempre fue un filósofo. La otra enoja mucho a la gente de La Cámpora: “ Esos imberbes que ahora gritan”, proferida en 1973 cuando echó a la guerrilla de la Plaza de Mayo.

Las reuniones individuales del presidente con los otros candidatos en las recientes elecciones han resultado muy constructivas. Seguramente surgirá algún paquete modesto de políticas de Estado, pero es un buen comienzo para los acuerdos legislativos que se requieren. Sergio Massa explicó una idea: aportar sus equipos para trabajar en los DNU fundamentales. De ese modo, podrán contar con sus observaciones ahora y su posterior aprobación en el Congreso.

Un avance increíble luego del gobierno autoritario, despótico y hormonal (por carencia o exceso) del que fue víctima el país. Hoy tiene Macri su almuerzo con los 24 gobernadores. No solo es importante por la necesidad de su apoyo para obtener la aprobación de leyes claves en el Senado. También es vital rearmar, o acaso crear desde cero, un nuevo sistema rentístico nacional. Un país federal empieza por no depender de la caja del gobierno central.

El único candidato que se negó a una reunión fue el mendocino Del Caño, comunista, con un caudal electoral mínimo. Aquí Mauricio tiene suerte. Los extremos como Cristina y del Caño se le borran solos, lo que permite ejercer mejor el “arte del acuerdo” que preconiza.

La izquierda, como sabemos, tiene la verdad absoluta, por lo que no necesita negociar con nadie.

El único hecho fuerte fue la comunicación del Banco Central que rechaza el precio por los contratos (seguros) sobre futuros del dólar pagado por los inversores arriesgados sobre el final de la gestión kirchnerista. Tiene algo de razón. El precio implícito, legal y oficial en todos los mercados del mundo, incluyendo la Bolsa de Valores de Buenos Aires, era 30% mayor al valor asegurado en esos contratos, una especie de compra de billete premiado.

Se trata de un valor de 70 millones de pesos: compárelo con el PIB de Uruguay. Los argentinos hacemos las cosas en grande. Ya están los interesados oponiendo la seguridad jurídica que no supieron defender en 12 años de gobierno K. Este columnista ya ha perdido en esta discusión a casi todos sus amigos.

También el gobierno ha decidido no apelar la inconstitucionalidad del tratado con Irán. Eso pone a Cristina Kirchner en una incómoda situación judicial, la más inmediata que deberá afrontar.

Un último dato de color es la unanimidad sobre Juliana Awada, la nueva primera dama. Parece que los argentinos hemos llegado rápidamente a un consenso en este punto.

Con su mezquina decisión de no participar de la jura y transmisión, Fernández, apelando a una precaria memorización de Cenicienta, dijo “a las 12 me vuelvo calabaza”; se equivocó. Se volvió invisible. 


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