La bendición del trabajo esclavo
Sostengo la tesis de que la mayoría de las críticas
contra el trabajo esclavo son inspiradas por el proteccionismo.
Aquí debería dejar libre un espacio virtual para que
el lector sensible consignase su repudio y sus insultos ante mi idea, que
pasaré a defender, si no me matan antes.
Analizando los casos de Japón, Corea del Sur, China,
India, Taiwán, Hong Kong y otros milagros orientales, es fácil encontrar un
mismo “pattern” : un crecimiento monstruoso de industrias y/o servicios basado estrictamente
en la exportación.
Pero como exportar implica vencer el proteccionismo innato
de los futuros clientes, el método para lograrlo pasa por una única
herramienta: el bajo precio. Cobrar
precios tan ridículamente bajos que venzan todos los obstáculos, incluida la
baja calidad.
Así fue el comienzo de la recuperación de Japón y el
de todos los ejemplos que he dado. Y para lograr ese único objetivo de precios
ridículos, los orientales no inventaron el trabajo esclavo: simplemente usaron las condiciones
laborales existentes: Enorme desempleo o directamente no empleo, ausencia
de cualquier clase de protección laboral o jubilatoria, mínima o ninguna
legislación de trabajo. Gran población. Todo en el marco de monedas locales
subvaluadas a tasas de mendicidad.
Con regímenes políticos totalitarios a veces, o con
regímenes sociales o religiosos igualmente totalitarios, esos países se convirtieron
en paradigmas de progreso y crecimiento. Grandes empresas trasnacionales
terminaron radicando sus industrias en ellos. Y hasta eludiendo el pago de
impuestos en sus países de origen.
Por supuesto
que con matices. Hong Kong llegó
a ser el paraíso de los “copycats”, ciertamente una competencia indefendible.
De a
poco, la calidad fue mejorando hasta
tornarse proverbial, y también los salarios y las coberturas laborales y
sociales fueron creciendo, pero
recién luego de que esos países lograran una presencia por derecho propio en el
mercado mundial.
Los países perdedores en esa competencia, y sus
sindicatos, prefirieron defender sus conquistas sociales – no siempre
merecidas- y sus prebendas industriales. El resultado es conocido. Hoy nos
sorprenden el ingreso per cápita de Japón o la educación coreana, que son el
fruto del proceso que describo.
Está claro que para un país cuyos sectores gozan de
salarios y protección laboral e industrial elevados, no es fácil social ni
políticamente retroceder a los niveles de precariedad laboral de los nuevos
participantes, que luchan por existir, o subsistir.
Defienden entonces por todos los medios el status quo,
y por supuesto, califican de trabajo
esclavo el esquema descripto. Como sabemos en esta zona del mundo, esa
defensa se aplica solamente a los sectores que ya tienen empleo en una
sociedad. No así a quienes con menos capacidades o menos suerte, se han quedado
fuera del sistema, que no son pocos.
Esos sectores sólo
pueden recurrir a tres mecanismos para sobrevivir: el delito, el
subsidio en alguna de sus formas, incluyendo la mendicidad, o lo que llamamos
el trabajo esclavo.
Las sociedades locales, sin posibilidades de competir
por el esquema de precios descripto, tienen que elegir entre alguno de esos
tres caminos. En esa situación, la lucha contra el trabajo esclavo no es
aplaudida por los supuestos trabajadores esclavos, a quienes el sistema no ofrece alternativas
de subsistencia.
Para una “víctima” del trabajo esclavo, ¿será un
beneficio que se cierre su fábrica clandestina? Cuando se boicotean los
productos locales fruto del trabajo esclavo, ¿no es un acto de proteccionismo
igual al de boicotear la importación de bienes de cualquiera de los países
citados?
¿No será mejor bajar impuestos, requisitos, costos
laborales, cargas administrativas, recargos, gasto del estado, feriados,
reglas, trabas de toda clase a la producción y creatividad, y hasta algo de las
conquistas salariales para achicar la brecha entre “el trabajo digno” y “el
trabajo esclavo”? Por supuesto que sí.
Por eso hablo de proteccionismo.
A diferencia de lo que ocurre internacionalmente,
donde cada país tiene sus reglas, en el orden nacional este tipo de formato
infringe leyes impositivas y laborales, y a veces cambiarias, marcarias y de
lavado. No propugnaré ni defenderé esos delitos. Simplemente me limito a
sostener que varias de esas leyes que se infringen son también proteccionistas.
A lo que agrego los tipos de cambio
estúpidos y encepados.
Esas leyes son las que nos alejan de la competencia y
el mercado. No hay que incumplirlas, pero si que cambiarlas. Nos hemos olvidado
de que el precio es el mejor sistema de distribución de bienes escasos que se
conoce. Y el empleo será un bien cada vez más escaso.
Como han demostrado Japón o China, los esclavos de hoy
serán tus imperialistas de mañana.
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