Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
El presidente preso
La conspicua ausencia del presidente Tabaré Vázquez en la celebración del Bicentenario entristeció a mis compatriotas. Uruguay es para Argentina un hermano en serio, aunque exista la posibilidad de que la inversa no sea totalmente válida. Nos unen muchos vínculos culturales, deportivos, afectos, rencillas, el tango, Borges, Gardel, la migración de los que buscaron muchas veces una oportunidad laboral en la orilla occidental, y de los que buscaron refugio tantas veces en la orilla oriental, cuando las tiranías democráticas y las dictatoriales apretaron.
Nos unen Florencio Sánchez y Julio Bocca, Cambiaso y Pelón, Les Luthiers y China Zorrilla, La Cumparsita y Julio Sosa, Fattoruso y Charlie, Severino Varela y El Enzo, muchas solidaridades y luchas, muchas alegrías, penas y sueños. Pero nos une algo más: nos une la historia. Y la historia es más fuerte que los hombres, que las ideologías que mueren inexorablemente con el tiempo, que cualquier miedo o cualquier especulación.
La gesta de la Independencia argentina, nació del mismo brote, del mismo árbol que la uruguaya. Desde la batalla de Las Piedras, cuando el colosal Artigas, al mando del ejército de la Junta Grande de Buenos Aires libró la primera batalla común contra el español. Con la epopeya de los 33 Orientales que partieron de Buenos Aires con cuatro argentinos entre ellos, para plantarse ante el portugués.
Otros intereses que no fueron rioplatenses nos empujaron a ser dos países, pero eso no cambia el origen, el sendero común ni el afecto. Cuando en años recientes un gobernador corrupto y una presidente desquiciada intentaron primero aislar a la orilla oriental y luego atacarla económica y políticamente, muchos en la orilla occidental luchamos de todos los modos para oponernos a tales barbaridades y para hacerles saber a los uruguayos que los problemas psiquiátricos de los mandatarios jamás harían mella en la hermandad. Esa hermandad que los propios mandatarios orientales tuvieron que invocar varias veces ante el absurdo.
Sin embargo, no nos ofendimos por esta ausencia de ahora; al contrario, comprendimos. Uruguay tiene hoy un presidente preso, preferimos creer. Preso de una ideología económica y social vetusta, decadente, perdedora. Preso de un sistema político antidemocrático aunque parezca lo opuesto, que lo engrilla con la lealtad a la poliarquía en vez de la lealtad al país, que le impide soñar, volar, crear, como al resto de los habitantes del país.
Preso también del Mercosur, del pasado, de los preconceptos, del estatismo, del proteccionismo, del miedo a competir, de la inseguridad que crea la mano protectora del estado, de la falta de confianza en las propias fuerzas y en las propias capacidades. Preso de la obligación de negociar solamente con Europa tratados comerciales que Europa no quiere ni puede firmar y Uruguay no quiere negociar en serio.
En esas circunstancias, Argentina es una oportunidad, no solo como socio comercial, sino como socio político en un minibloque para salir de un atolladero que no lleva a ninguna salida, salvo a Venezuela y a la pequeñez.
Las medias tintas que usó el presidente Vázquez en este Bicentenario, lastiman a los argentinos. Pero le hacen mucho más daño a Uruguay. Las relaciones rioplatenses no deben estar teñidas de hipocresía, sino llenas de puentes de todo tipo, incluso de puentes físicos. Se dirá que no asistió el presidente de ningún otro país. Tal vez sea posible entender que para Argentina, Uruguay no es “otro país”, simplemente. Vázquez desperdicia esa relación, la transforma en anecdótica, cursi y tanguera.
Es posible que el Frente Amplio esté satisfecho con el desplante que se le hizo a un presidente del otro lado del río supuestamente neoliberal, de derecha y prorricos, sea lo que fuere que crean que significan esos encasillamientos. Sin embargo, esa política va a dejar a la República Oriental en soledad –como es fácil advertir– y cada vez más lejos del futuro.
Como dijera el emblemático Deng Xiaoping cuando impulsó la apertura económica y los acuerdos con Estados Unidos, no importa si el gato es negro o blanco, sino que cace ratones. Pero ni la afinidad ideológica con el líder comunista hace que el Frente libere las cadenas de la prisión a que somete a los funcionarios elegidos por el pueblo. Porque el frenteamplismo no es ya socialista, ni comunista. Es estatista, sin contrapesos doctrinarios de ningún tipo. Su criterio es luchar contra la riqueza, no reducir la pobreza hasta eliminarla. Quiere que el que tiene tenga menos, no que el que no tiene gane más: una filosofía de perdedores, fracasados y resentidos.
En algún punto, con este desplante, se ha caído en la actitud simétrica a la de Cristina Fernández de Kirchner. Ella, presa de su ignorancia y espíritu vengativo. Tabaré Vázquez, preso del Frente Amplio y su lealtad patética a él, no a su país. Distintos grados éticos. Igual nivel de mezquina concepción política.
Se puede argumentar que las relaciones entre países se rigen solo por intereses, no por otros conceptos. Cierto. Justamente eso es lo que reprocha esta nota. El haber hecho pasar a segundo plano los intereses de la Nación, para conformar a las enfermizas supersticiones de la poliarquía arcaica.
Cuando amigos y colegas uruguayos dicen “somos un país chico”, como justificando por qué no pueden volar más alto y más lejos, indigna y desespera. No estoy en capacidad de dar lecciones de grandeza a nadie, pero pareciera que tengo más confianza en los orientales que ellos mismos.
Ese miedo disfrazado de cualquier otra cosa que parezca patriotismo o liberación es el que lleva al estatismo y al proteccionismo. Provengo de un país que fue grande y que gracias a esas prácticas se hizo pequeño. Es por eso difícil callar mientras Uruguay insiste en ese camino que le hará mucho daño en un mundo como el que se perfila hoy.
La ausencia de Tabaré fue triste para Argentina. Debe serlo más para Uruguay.
Nos unen Florencio Sánchez y Julio Bocca, Cambiaso y Pelón, Les Luthiers y China Zorrilla, La Cumparsita y Julio Sosa, Fattoruso y Charlie, Severino Varela y El Enzo, muchas solidaridades y luchas, muchas alegrías, penas y sueños. Pero nos une algo más: nos une la historia. Y la historia es más fuerte que los hombres, que las ideologías que mueren inexorablemente con el tiempo, que cualquier miedo o cualquier especulación.
La gesta de la Independencia argentina, nació del mismo brote, del mismo árbol que la uruguaya. Desde la batalla de Las Piedras, cuando el colosal Artigas, al mando del ejército de la Junta Grande de Buenos Aires libró la primera batalla común contra el español. Con la epopeya de los 33 Orientales que partieron de Buenos Aires con cuatro argentinos entre ellos, para plantarse ante el portugués.
Otros intereses que no fueron rioplatenses nos empujaron a ser dos países, pero eso no cambia el origen, el sendero común ni el afecto. Cuando en años recientes un gobernador corrupto y una presidente desquiciada intentaron primero aislar a la orilla oriental y luego atacarla económica y políticamente, muchos en la orilla occidental luchamos de todos los modos para oponernos a tales barbaridades y para hacerles saber a los uruguayos que los problemas psiquiátricos de los mandatarios jamás harían mella en la hermandad. Esa hermandad que los propios mandatarios orientales tuvieron que invocar varias veces ante el absurdo.
Sin embargo, no nos ofendimos por esta ausencia de ahora; al contrario, comprendimos. Uruguay tiene hoy un presidente preso, preferimos creer. Preso de una ideología económica y social vetusta, decadente, perdedora. Preso de un sistema político antidemocrático aunque parezca lo opuesto, que lo engrilla con la lealtad a la poliarquía en vez de la lealtad al país, que le impide soñar, volar, crear, como al resto de los habitantes del país.
Preso también del Mercosur, del pasado, de los preconceptos, del estatismo, del proteccionismo, del miedo a competir, de la inseguridad que crea la mano protectora del estado, de la falta de confianza en las propias fuerzas y en las propias capacidades. Preso de la obligación de negociar solamente con Europa tratados comerciales que Europa no quiere ni puede firmar y Uruguay no quiere negociar en serio.
En esas circunstancias, Argentina es una oportunidad, no solo como socio comercial, sino como socio político en un minibloque para salir de un atolladero que no lleva a ninguna salida, salvo a Venezuela y a la pequeñez.
Las medias tintas que usó el presidente Vázquez en este Bicentenario, lastiman a los argentinos. Pero le hacen mucho más daño a Uruguay. Las relaciones rioplatenses no deben estar teñidas de hipocresía, sino llenas de puentes de todo tipo, incluso de puentes físicos. Se dirá que no asistió el presidente de ningún otro país. Tal vez sea posible entender que para Argentina, Uruguay no es “otro país”, simplemente. Vázquez desperdicia esa relación, la transforma en anecdótica, cursi y tanguera.
Es posible que el Frente Amplio esté satisfecho con el desplante que se le hizo a un presidente del otro lado del río supuestamente neoliberal, de derecha y prorricos, sea lo que fuere que crean que significan esos encasillamientos. Sin embargo, esa política va a dejar a la República Oriental en soledad –como es fácil advertir– y cada vez más lejos del futuro.
Como dijera el emblemático Deng Xiaoping cuando impulsó la apertura económica y los acuerdos con Estados Unidos, no importa si el gato es negro o blanco, sino que cace ratones. Pero ni la afinidad ideológica con el líder comunista hace que el Frente libere las cadenas de la prisión a que somete a los funcionarios elegidos por el pueblo. Porque el frenteamplismo no es ya socialista, ni comunista. Es estatista, sin contrapesos doctrinarios de ningún tipo. Su criterio es luchar contra la riqueza, no reducir la pobreza hasta eliminarla. Quiere que el que tiene tenga menos, no que el que no tiene gane más: una filosofía de perdedores, fracasados y resentidos.
En algún punto, con este desplante, se ha caído en la actitud simétrica a la de Cristina Fernández de Kirchner. Ella, presa de su ignorancia y espíritu vengativo. Tabaré Vázquez, preso del Frente Amplio y su lealtad patética a él, no a su país. Distintos grados éticos. Igual nivel de mezquina concepción política.
Se puede argumentar que las relaciones entre países se rigen solo por intereses, no por otros conceptos. Cierto. Justamente eso es lo que reprocha esta nota. El haber hecho pasar a segundo plano los intereses de la Nación, para conformar a las enfermizas supersticiones de la poliarquía arcaica.
Cuando amigos y colegas uruguayos dicen “somos un país chico”, como justificando por qué no pueden volar más alto y más lejos, indigna y desespera. No estoy en capacidad de dar lecciones de grandeza a nadie, pero pareciera que tengo más confianza en los orientales que ellos mismos.
Ese miedo disfrazado de cualquier otra cosa que parezca patriotismo o liberación es el que lleva al estatismo y al proteccionismo. Provengo de un país que fue grande y que gracias a esas prácticas se hizo pequeño. Es por eso difícil callar mientras Uruguay insiste en ese camino que le hará mucho daño en un mundo como el que se perfila hoy.
La ausencia de Tabaré fue triste para Argentina. Debe serlo más para Uruguay.
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