OPINIÓN | Edición del día Martes 01 de Noviembre de 2016
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador
La rebelión de los jóvenes
El Banco Central ha comenzado a plantear la necesidad de bajar el gasto del Estado. Una recomendación casi inevitable si se analiza con capacidad técnica y sin apasionamientos el proceso económico y el futuro.
El famoso y fatal viento de cola incrementó el PIB y consecuentemente permitió aumentar el Gasto sin que ello confluyera en porcentuales peligrosos (ver gráfico I). Al mismo tiempo, ese aumento inyectó una alta cuota de ineficiencia en el sistema e hizo perder la oportunidad de aplicar una política anticíclica. (El Frente Amplio quiere volverse anticíclico ahora, pero esa técnica se comienza a aplicar cuando los ingresos sobran, no cuando faltan.)
Hoy que el viento ha amainado, nadie quiere ceder lo que cree sus conquistas, en la línea suicida de pensamiento que sostiene que el gasto sólo puede subir. Eso produce una anemia terminal en el sistema productivo y en la inversión privada, de por sí escasa. Llamo a esto el proteccionismo estatal. Mientras en Argentina un auto construido localmente vale el doble que en Chile, para proteger a los privados prebendarios, en Uruguay un auto importado vale más caro aún para generar mayores ingresos al Estado y permitir más gasto. En esa línea, las tarifas de todas las empresas estatales son otro modo de proteccionismo y un nuevo impuesto a los sectores productivos y sobre todo al consumidor.
Estos mecanismos, como también ha alertado el Banco Central, carcomen la actividad privada y requieren aumentar continuamente la carga impositiva, círculo vicioso que puede llegar a extremos ridículos y graves. Eso justifica la desesperada búsqueda del presidente Vázquez de alguna clase de apertura, de algún tratado milagroso, de cualquier posibilidad que sea digerible para su Frente Amplio y que le permita aumentar el PIB y los puestos de trabajo privados. Esa búsqueda es bastante utópica, aunque elogiable, pero en realidad la apertura no requiere tratados y, como ya ha expresado esta columna, tiene que ver con la innovación o con la alternativa de producir a bajos costos, algo imposible en el sistema descripto.
Como también se ha demostrado hasta el hartazgo, la apertura comercial no afecta el empleo y en cambio aumenta vigorosamente el PIB. Esto se ve en la gráfica (II) que mostramos, donde Uruguay comparte orgullosamente un lugar mediocre junto con Argentina, fruto de su supuesta defensa de los puestos de trabajo y el crecimiento.
El gasto del Estado es también el alimento de la burocracia, un problema adicional a su efecto económico, porque la burocracia es veneno para cualquier actividad pública o privada, como tan bien lo ha explicitado en un reciente reportaje ese pintoresco filósofo viajero que es José Mujica.
El gasto y el proteccionismo, estatal o privado, son los hermanos gemelos que amenazan y empobrecen al consumidor y al contribuyente, las dos personalidades económicas del ciudadano. Por eso la prédica neomarxista de redistribución de la riqueza, además de totalitaria, injusta, paralizante y corrupta es ineficiente: la mejor manera de redistribuir la riqueza es mediante el consumo y lo prueban todas las mediciones de la historia. El problema es cuando ese consumo se intenta fomentar con aumento de emisión o gasto, porque ambos se convierten fatalmente en algún tipo de impuesto que castra todo crecimiento y todo progreso.
El inviable sistema económico oriental está teniendo consecuencias graves. Por un lado, ajusta por desempleo, que no es tan notorio porque el sistema estadístico de medición es inadecuado, porque está diseñado por los entes mundiales burocráticos (y consecuentemente incapaces). Y en el extremo, ajusta por expulsión. No sólo la juventud tiene poca propensión a buscar trabajo siquiera, sino que se marcha. Ese éxodo está reflejado en recientes análisis demográficos que prevén 10% de reducción en la población oriental en pocos años, con efectos muy serios en la pirámide poblacional.
Porque en esencia, en Uruguay, como en muchos aspectos Argentina, los jóvenes no tienen porvenir. El proteccionismo, tanto estatal como privado, es la concepción y al mismo tiempo la génesis de una sociedad de gerontes mentales. De empresarios, burócratas, sindicalistas,viejos y ricos, que buscan que nadie les compita ni les saque su ventaja, casi siempre con la excusa de las fuentes de trabajo, la industria nacional o la soberanía, todas declamadas víctimas de algún contubernio contra el país, con conclusiones que jamás se han probado, que no resisten la confrontación con los datos crudos, y que al contrario, han empobrecido a los pueblos.
Frente a tales enemigos, los jóvenes rioplatenses deberían abogar por un sistema liberal tanto social como económico. Una Constitución liberal. Es el único que les dará un lugar para desafiar a la vieja riqueza y el viejo establishment, el que les ahorrará la penuria de tener que irse de su patria o de tener que transformarse en un subsidiado mendigo a los 25 años, según cómo venga la mano en cada momento dado. El que les permitirá abrir su cabeza y sentirse capaces de innovar, de arriesgar, de medir sus fuerzas, de hacer un mundo nuevo.
Se suele admirar la audacia de los entrepreneurs de internet, de los jóvenes que rompen los cánones, los que crean UBER, Facebook, Amazon o Google, los que desafían la fuerza de la gravedad, los que cambian los mercados e imponen sus nuevos enfoques, los que no temen competir, los que se sienten seguros de sí mismo y jamás, jamás le piden nada al Estado, salvo que no los moleste. Los que cambian de rumbo cada vez que la tecnología cambia o cuando alguien mejor que ellos les quita mercado. Esos jóvenes, sabiéndolo o no, son liberales.
Internet es liberal. De ahí el empecinamiento en regularla. Por el miedo que produce la competencia y cualquier nueva idea, y por el miedo que produce la destrucción creativa de que hablaba Schumpeter cuando ataca en carne propia.
El estatismo y el proteccionismo son en definitiva las defensas de un mundo obsoleto contra el empuje de la juventud. Se ataca con ideología la innovación y se ataca el conocimiento torpedeando la calidad educativa.
A los jóvenes les queda el liberalismo o el éxodo.
El famoso y fatal viento de cola incrementó el PIB y consecuentemente permitió aumentar el Gasto sin que ello confluyera en porcentuales peligrosos (ver gráfico I). Al mismo tiempo, ese aumento inyectó una alta cuota de ineficiencia en el sistema e hizo perder la oportunidad de aplicar una política anticíclica. (El Frente Amplio quiere volverse anticíclico ahora, pero esa técnica se comienza a aplicar cuando los ingresos sobran, no cuando faltan.)
Hoy que el viento ha amainado, nadie quiere ceder lo que cree sus conquistas, en la línea suicida de pensamiento que sostiene que el gasto sólo puede subir. Eso produce una anemia terminal en el sistema productivo y en la inversión privada, de por sí escasa. Llamo a esto el proteccionismo estatal. Mientras en Argentina un auto construido localmente vale el doble que en Chile, para proteger a los privados prebendarios, en Uruguay un auto importado vale más caro aún para generar mayores ingresos al Estado y permitir más gasto. En esa línea, las tarifas de todas las empresas estatales son otro modo de proteccionismo y un nuevo impuesto a los sectores productivos y sobre todo al consumidor.
Estos mecanismos, como también ha alertado el Banco Central, carcomen la actividad privada y requieren aumentar continuamente la carga impositiva, círculo vicioso que puede llegar a extremos ridículos y graves. Eso justifica la desesperada búsqueda del presidente Vázquez de alguna clase de apertura, de algún tratado milagroso, de cualquier posibilidad que sea digerible para su Frente Amplio y que le permita aumentar el PIB y los puestos de trabajo privados. Esa búsqueda es bastante utópica, aunque elogiable, pero en realidad la apertura no requiere tratados y, como ya ha expresado esta columna, tiene que ver con la innovación o con la alternativa de producir a bajos costos, algo imposible en el sistema descripto.
Como también se ha demostrado hasta el hartazgo, la apertura comercial no afecta el empleo y en cambio aumenta vigorosamente el PIB. Esto se ve en la gráfica (II) que mostramos, donde Uruguay comparte orgullosamente un lugar mediocre junto con Argentina, fruto de su supuesta defensa de los puestos de trabajo y el crecimiento.
El gasto del Estado es también el alimento de la burocracia, un problema adicional a su efecto económico, porque la burocracia es veneno para cualquier actividad pública o privada, como tan bien lo ha explicitado en un reciente reportaje ese pintoresco filósofo viajero que es José Mujica.
El gasto y el proteccionismo, estatal o privado, son los hermanos gemelos que amenazan y empobrecen al consumidor y al contribuyente, las dos personalidades económicas del ciudadano. Por eso la prédica neomarxista de redistribución de la riqueza, además de totalitaria, injusta, paralizante y corrupta es ineficiente: la mejor manera de redistribuir la riqueza es mediante el consumo y lo prueban todas las mediciones de la historia. El problema es cuando ese consumo se intenta fomentar con aumento de emisión o gasto, porque ambos se convierten fatalmente en algún tipo de impuesto que castra todo crecimiento y todo progreso.
El inviable sistema económico oriental está teniendo consecuencias graves. Por un lado, ajusta por desempleo, que no es tan notorio porque el sistema estadístico de medición es inadecuado, porque está diseñado por los entes mundiales burocráticos (y consecuentemente incapaces). Y en el extremo, ajusta por expulsión. No sólo la juventud tiene poca propensión a buscar trabajo siquiera, sino que se marcha. Ese éxodo está reflejado en recientes análisis demográficos que prevén 10% de reducción en la población oriental en pocos años, con efectos muy serios en la pirámide poblacional.
Porque en esencia, en Uruguay, como en muchos aspectos Argentina, los jóvenes no tienen porvenir. El proteccionismo, tanto estatal como privado, es la concepción y al mismo tiempo la génesis de una sociedad de gerontes mentales. De empresarios, burócratas, sindicalistas,viejos y ricos, que buscan que nadie les compita ni les saque su ventaja, casi siempre con la excusa de las fuentes de trabajo, la industria nacional o la soberanía, todas declamadas víctimas de algún contubernio contra el país, con conclusiones que jamás se han probado, que no resisten la confrontación con los datos crudos, y que al contrario, han empobrecido a los pueblos.
Frente a tales enemigos, los jóvenes rioplatenses deberían abogar por un sistema liberal tanto social como económico. Una Constitución liberal. Es el único que les dará un lugar para desafiar a la vieja riqueza y el viejo establishment, el que les ahorrará la penuria de tener que irse de su patria o de tener que transformarse en un subsidiado mendigo a los 25 años, según cómo venga la mano en cada momento dado. El que les permitirá abrir su cabeza y sentirse capaces de innovar, de arriesgar, de medir sus fuerzas, de hacer un mundo nuevo.
Se suele admirar la audacia de los entrepreneurs de internet, de los jóvenes que rompen los cánones, los que crean UBER, Facebook, Amazon o Google, los que desafían la fuerza de la gravedad, los que cambian los mercados e imponen sus nuevos enfoques, los que no temen competir, los que se sienten seguros de sí mismo y jamás, jamás le piden nada al Estado, salvo que no los moleste. Los que cambian de rumbo cada vez que la tecnología cambia o cuando alguien mejor que ellos les quita mercado. Esos jóvenes, sabiéndolo o no, son liberales.
Internet es liberal. De ahí el empecinamiento en regularla. Por el miedo que produce la competencia y cualquier nueva idea, y por el miedo que produce la destrucción creativa de que hablaba Schumpeter cuando ataca en carne propia.
El estatismo y el proteccionismo son en definitiva las defensas de un mundo obsoleto contra el empuje de la juventud. Se ataca con ideología la innovación y se ataca el conocimiento torpedeando la calidad educativa.
A los jóvenes les queda el liberalismo o el éxodo.
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