El blanqueo debe posponerse
para 2017
Como si no alcanzara con dos blanqueos en
6 años, el último de inusual facilidad, bajo costo y permisividad apenas
concluido en diciembre pasado, se prepara ya un tercero.
Por supuesto que esta vez será distinto y
el último, y además se justifica por el
supuesto requisito de la OCDE de otorgar un perdón fiscal antes de la entrada
en vigencia de los tratados de información automática entre países, que aún no
se han firmado, y que regirían desde fin de 2018.
Sin embargo, por lo que está comunicando
el gobierno y lo que se conoce de los proyectos, surge que lo que se intenta es
el retorno de dólares al país. O sea que los argentinos vendan sus tenencias de
la especie que fuere y traigan esos fondos a la Argentina para colocarlos o
bien en nuevos cedines o bien en nuevos bonos que pagarán una tasa, que se
supone algo menor a la reciente colocación, pero no demasiado.
Ello también se evidencia en la idea de
cobrar menos alícuota en los casos de repatriación que en los casos de simple
exteriorización con permanencia de los dólares donde estén actualmente.
Pongámoslo
más claro: el gobierno intenta que vengan dólares que se transformen en
préstamos para la actividad inmobiliaria, o en bonos de nueva deuda que tomará
el estado, para usarla con fines diversos.
En cualquiera de los dos casos, y
suponiendo que no fuera el Banco Central quien comprase esos dólares, sino el
mercado, habrá que rogar que no se cumpla la estimación que ha circulado, que
lleva la cifra a blanquearse a los 50.000 millones de dólares. Si tal cosa
ocurriese, el efecto sería igual al de cualquier invasión de hot money o capital golondrina.
Esto implica una baja potencial muy dura
del tipo de cambio nominal, en un contexto de inflación en auge que ha
neutralizado una parte importante de la devaluación del peso tras la liberación
del cepo. No parecería que fuera muy inteligente apurar un atraso cambiario ni
mucho menos empujar a una apreciación del peso mucho mayor que la esperable.
Tal vez se pueda responder estas
observaciones apelando a la esperanza de que los fondos que retornen se
apliquen a inversiones productivas, que sin embargo no parecen tener aún el
escenario mínimo que se requiere para esa etapa. Todavía parece no haberse
digerido el concepto de que la inversión no depende de la afluencia de dólares,
sino de las expectativas, proyectos, clima y sistema legal imperante. La lluvia de dólares, cualquiera fuera su origen,
no llevará apareada ninguna inversión por su sola presencia. La simetría
opuesta es mucho más probable: un clima y ambiente legal y laboral pro
inversión provocaría una lluvia de dólares.
Descarto que se le ocurra al Central emitir
para comprar estos dólares con cualquier formato, por cuanto ello sería una
locura que el presente equipo técnico no cometería.
Sin embargo, la financiación de gasto u
obras públicas implica algún mecanismo de conversión de esos dólares a pesos,
con los efectos que conocemos en el aspecto cambiario o en el inflacionario.
Queda por analizar si efectivamente el
blanqueo será tan exitoso como se espera, en momentos donde las tapas de los
diarios y portales no parecen ser un catálogo de oportunidades sino un listado
de reclamos e imposiciones populistas, algunas concedidas.
Creemos que no hay urgencia alguna en
lanzar este blanqueo, perdón, exteriorización o como se le quiera llamar a este
procedimiento. Desde el punto de vista
de los tratados de la OCDE, hacerlo en 2017 estaría perfectamente dentro de los
tiempos lógicos de decisión, a la vez que probablemente para ese momento
Estados Unidos también estará anunciando algún grado de facilidad de
información fiscal, lo que puede empujar más adhesiones.
En lo que hace a la confianza en el país
y a la inversión posible, tal vez el año próximo tenga más incógnitas
despejadas que las que hay en este momento, de previsible incertidumbre.
¿Cuál es el apuro, entonces? ¿Para qué
exponerse a una superabundancia de dólares si se es exitoso, o a un papelón si
no se logra atraer suficientes adherentes?
Si el tema es meramente cumplir con el
mandato supuesto de la OCDE, no habría que crear incentivos para inundar de
dólares al país en un momento donde no hay importaciones relevantes, suponiendo
que alguna vez las haya. Si tal fuera el caso, el blanqueo debería limitarse a
una simple exteriorización, pagando las alícuotas correspondientes sin
diferenciación alguna.
El tema de la cercanía entre esta
regularización fiscal y las escandalosas compras de cedines sin denuncia de
lavado, que el Banco Nación no ha explicado aún, es un tema aparte, pero no
sería insensato poner algún espacio de tiempo entre una y otro, máxime cuando
las noticias de operaciones similares a las que ahora se quieren promover
aparecen todos los días, y los sospechosos de ilícitos están desesperados
buscando regularizar sus activos.
¿Cuál es la urgencia estratégica en
hacerlo ahora?
Aún aceptando todos los argumentos a
favor, es mucho mejor que este perdón ocurra después de alcanzados ciertos objetivos centrales que constituyan
un marco de referencia, no antes de
que todo ello esté plasmado. Se trataría así del colofón de un proceso, no del
preámbulo.
Tantos blanqueos acumulados configuran ya
una sistemática "doctrina del perdón que puede anular el pasado", como
decía Borges. Habría que tratar de que en esta oportunidad, también cambiemos.
888888888888