Por qué el plan del Fondo no sirvió
Hace muchos años que este blog lucha contra dos conceptos que considera errores centrales en la concepción económica nacional. Uno es la sensibilidad exprés popular ante los ajustes del gasto, que paraliza fatalmente cualquier intento de eliminar las barbaridades, excesos y robos incluidos en los presupuestos, y que perpetúa y espiraliza exponencialmente el deterioro del crecimiento y del bienestar.
Esta sensiblería no es prerrogativa de las amas de casa supuestamente desinformadas, sino que abarca a muchos comunicadores, con grados diversos de conocimiento, que prefieren creer que los males que se repiten como en una pesadilla kruegeriana, tienen que ver conque “así es este país” y en consecuencia, sólo puede aspirarse a administrar la decadencia con cuidados paliativos hasta la muerte del enfermo.
El otro concepto enfermizo es la creencia de que todo ajuste del déficit es nocivo, afecta al crecimiento y al bienestar, achica el empleo y el país y hace perder elecciones. Tras de esta idea no se encolumnan solamente los ideologizados, el progresismo y dos zurditos con alguna lectura de Marx y Keynes. También políticos sesudos, empresarios billonarios y economistas que ahora aparecen como abanderados liberales, tan pronto como ganó Macri en 2015 corrieron a explicarle y a explicar que, si no se podía evitar un ajuste, por lo menos se lo debía parcializar, diferir y diluir en el tiempo.
Por un lado, ignorancia de la resiliencia del estatismo y la perseverancia del empresariado industrial-sindical argentino, por otro lado, una falta de confianza en las leyes económicas que se vanaglorian de haber aprendido y por lo que exhiben tantas cucardas.
Como una concesión suprema a la realidad del fracaso, los políticos gestálticos, los ciudadanos sensibles y los economistas inseguros y complacientes, mas los gremios incalificables, aceptan que se haga un ajuste por vía de aumentos de impuestos, retenciones e inflación, porque finalmente -creen- se llega al mismo resultado: bajar el déficit.
Las opiniones de quienes sostienen que no es lo mismo llegar al equilibrio bajando gasto que subiendo impuestos se suelen descalificar motejándolas como teorías obsoletas, insensibles y siempre ruinosas. Se usan para ello como ejemplo los efectos supuestamente negativos de diversos planes de ajuste en otros países, como si los descalificadores tuvieran una alternativa superadora y con consecuencias mejores, salvo el relato ideológico o la ironía barata. Y como si no se hubiera llegado a las crisis desencadenantes como consecuencia de las mismas ideas que proponen vagamente como solución.
Por esa combinación de factores, es que el peronismo bueno-racional-federal acompañó a Cambiemos solamente en las leyes que implicaban más gasto, más deuda y más impuestos, y en ninguna otra. El kirchperonismo no lo acompañó en nada, un viejo truco, un tic del partido de Perón, que siempre se comportó con esa dualidad traidora de sainete de Vacarezza.
El plan, o lo que fuera, del FMI o de quien fuera, no es seriamente un plan, como se sabe. Tampoco tiene tiempo ni espacio para serlo. Aplica un remedio que es elemental, y que conoce todo bombero: combatir la fuente del fuego. Y la fuente de la inflación es el déficit, que a su vez es la causa de la emisión, fuente primaria. Como no tiene consenso político ni social para bajar el gasto, el único camino que resta es subir impuestos y retenciones, más la propia inflación enemiga-amiga, que, por un corto tiempo, crea el espejismo de que la importancia del gasto en dólares se reduce. Por un corto tiempo.
Pero al usar la suba de impuestos como herramienta principal del ajuste, condena a la sociedad y se condena a una recesión de alcances y duración difíciles de prever, aunque la esperanza y los deseos crean algo diferente. Por supuesto que paralelamente a la recesión inducidas por los impuestos, está el crawding out que producen las altas tasas, para frenar los efectos de varios años consecutivos de emisión desesperada y descontrolada. El efecto sobre el crédito a las pyme las destroza junto con el empleo.
Es de suponer que - en algún lugar del corazón y de la vergüenza – muchos se están arrepintiendo de haber recomendando y abogado por no bajar el gasto al comienzo del mandato de Macri, lo que habría ahorrado este pésimo ajuste inevitable en el peor momento.
Para terminar con las divagaciones dialécticas, es muy oportuna la aparición de un trabajo publicado hace unos días por la Princeton University Press: Austeridad, cuando funciona y cuando no. De tres prestigiosos investigadores, Alberto Alesina, Carlo Favero y Francesco Giavazzi. Se trata de un estudio comparativo de 200 planes de ajuste, aplicados durante los últimos 30 años en EEUU, Australia, Canadá y una variedad de países de Europa, con perfiles diversos.
En el trabajo, de gran factura técnica, se utilizan modernas herramientas para excluir las cuestiones exógenas y ponderar las endógenas a cada plan, y para poder medir los resultados de las medidas sobre cada variable afectada, tanto los buscados como cualquier otra resultante. La cantidad, calidad y el ordenamiento de los datos, así como la explicación metodológica, son, per se, un tratado sobre el tema, al aportar resultados empíricos por cada tipo de acción, y medir las consecuencias a lo largo de varios años. Algo invalorable para la economía clásica, que necesita de este tipo de corroboraciones como lo necesita cualquier otra ciencia. Y para disipar el humo de la charlatanería.
Lo más interesante son las conclusiones, que están debidamente respaldada por los resultados de las mediciones procesadas como se acaba de describir. La primera, fundamental, es que resulta imprescindible que se confeccione un plan integral, de aplicación durante varios años, con un conjunto de medidas conexas. Ese plan, su metodología y los retoques que se le vayan haciendo, debe ser convenientemente verbalizado, explicado y difundido. El trabajo concluye que, son las expectativas y decisiones que se toman aún antes de que el plan entre en vigencia o tenga resultados, las que producen el mayor efecto.
Una conclusión fuerte es que no importa que los resultados sean demasiado rápidos, sino que se cree la confianza de que la tendencia es positiva y a veces, basta con anunciar el ajuste futuro, pero con precisión de detalles, como en el caso de las jubilaciones. Y por eso es tan relevante formular un plan, adecuarlo y sostenerlo en el tiempo, a la vez que convertirlo en una misión, un credo. Debe ser detallado, verificable, mantenido, respetado y cumplido.
Los datos muestran que todo ajuste usando primordialmente aumento de impuestos produce mucha mayor y larga recesión que los planes con preminencia de baja de gastos. Estos últimos, producen reactivación antes del año y medio de aplicados. En cambio, los que se basan en aumento de tributos, tardan varios años hasta producir una reactivación.
En lo que hace a baja del déficit y de la deuda, también los planes con baja de gasto son más efectivos que los de suba de impuestos, y con menor pérdida de puestos privados de trabajo. También la inversión comienza a retornar casi de inmediato con los planes de reducción de gasto, mientras no vuelve nunca al mismo ritmo en los casos de suba de carga impositiva.
Los autores infieren que esto se debe a que los planes con baja de gastos hacen suponer – con razón – que el paso siguiente será una baja de impuestos, lo que moviliza de inmediato la inversión y aumenta la propensión al consumo.
Otra conclusión que no le gustará a los solidarios, pero que muestra una vez más lo acertado de algunos planteos: las bajas de gasto que producen más rápida reactivación de consumo e inversión son las que se aplican sobre subsidios y salarios estatales. Algo que por teoría e intuición era sostenido por una parte de la profesión. Ahora surge con claridad en este estudio.
Y una resultante política que puede tranquilizar a los pusilánimes: el número de gobiernos que fueron reelectos luego de la aplicación de planes basados en ajuste de gastos es mucho mayor que los que perdieron las elecciones luego de un ajuste. Por supuesto, el paper habla de planes serios y sostenidos en el tiempo, con un formato técnico preciso. Y ciertamente, con medidas adicionales como flexibilización de condiciones laborales y apertura comercial.
Nada de lo que en esta obra se muestra es algo nuevo, ni era desconocido, ni una originalidad en ningún sentido. Pero tiene la virtud de estar demostrado y publicado científicamente, ofreciendo todos los datos, su tratamiento y metodología para análisis y discusión. Eso, supuestamente, obligará a quienquiera dispute los principios, si se trata de una opinión seria, a refutar los conceptos del mismo modo, algo que parece fundamental en un medio donde el relato se impone hasta cuando se toma la fiebre a un engripado.
En lo técnico, el libro merece leerse por lo aleccionador de sus resultados, y por la técnica del tratamiento de los datos, al igual que por la investigación bibliográfica, así como por el esfuerzo en ponerlos disponibles online para consulta pública.
También puede obrar como un empuje al coraje político y técnico de quienes parecen no tener suficiente fe en lo que han aprendido en su formación, que subordinan a conceptos tales como “te incendian el país”, “aquí no se puede”, “resignémonos a lo que hay”, “somos nosotros” y similares.
Esa resignación por default, (con perdón del término) no solamente ridiculiza, descalifica y desmoraliza a quienes intentan con paciencia, buena fe y mucho de heroísmo cívico recuperar la seriedad republicana del país. Y de paso, es la aceptación de una esclavitud fiscal y de decadencia política, económica, espiritual, ética y moral que por lo menos una parte de los argentinos no cree merecer.