En qué nos equivocamos los argentinos
(No es necesario leer todas las notas de referencia, salvo si se quiere profundizar)
Se escuchan críticas a la gestión de Cambiemos que intentan explicar el cachetazo del resultado de las PASO. Muchas de ellas pasan por los aspectos económicos. Con razón. En este blog se pueden encontrar al menos quince notas donde aún desde antes de asumir se advierte al presidente Macri de esas equivocaciones. Basta como ejemplo el error de endeudarse monumentalmente en dólares para pagar gastos corrientes en vez de usar esos fondos para costear la transición entre el despilfarro y la seriedad. Ver nota.
La discusión en rigor nunca fue entre la timorata idea del gradualismo y un degüello del presupuesto que dejara en la calle a un millón y medio de empleados del estado, vagos o no, y que dejara sin subsidios de un día para otro a millones de beneficiarios y sus punteros mafiosos, por muy justo que ello hubiera sido en muchos casos. Ver nota.
La discusión fue entre un gradualismo engañoso sin plan ni metas, que estaba condenado a fracasar - como se vió - y un plan con metas graduales debidamente comunicado a la sociedad, con rendimiento de cuentas periódicos, que se expusiera a los mercados mundiales, y que hubiera convertido el endeudamiento sin destino en una inversión para transformar el país en una economía productiva y generadora de empleo. Eso es exactamente lo que se hizo en los casos más exitosos de salida de la gastomanía estatal, comenzando por Suecia. Ver nota.
La poca predisposición a hurgar en las cuentas detalladas, la creencia de que “incendiarían el país” si se encaraba cualquier reforma, la necesidad de conseguir apoyo legislativo de la oposición para la formulación de leyes, el intento de reproducir el mecanismo de favores conque se gobernó CABA en minoría, el miedo a no poder cumplir el mandato completo, y la creencia pueril de que el crédito sin ajuste sería eterno, terminó en un pedido desesperado al Fondo, y en un plan tardío de ajuste que cayó sobre el sector privado y las Pyme, sin tiempo para dar frutos. Ver nota.
La lucha contra la inflación estaba perdida en el mismo momento de lanzarse, cualquiera hubiera sido el método que se usase, salvo el de parar la emisión y el déficit. La recesión era inevitable con cualquiera de los caminos, errados o acertados. La diferencia hubiera podido darse en la velocidad de recuperación, cosa que no pasó.
También en este sitio hay otras quince notas donde se puntualiza el accionar estilo marabunta del peronismo, que, en la práctica, y a un alto costo, aprobó sólo las leyes que implicaban mayor aumento impositivo, mayor endeudamiento y mayor gasto. Ver nota. Otra nota.
Esas leyes costaron caras por las negociaciones a las que obligaron, donde cada sector del peronismo en sus mil formas le fue sacando una libra de carne a Cambiemos, hasta dejarlo desangrado y moribundo. Ver nota.También a la sociedad.
Pero no es ahí donde puede encontrarse el mayor error de Cambiemos y acaso el de toda la sociedad, confundida por la droga barrabrava del hinchismo fomentado y sus pequeños o grandes resentimientos y odios.
Por descabellada que fuera la plataforma o la ideología de una fuerza triunfante, ese triunfo no debería partir el país, cambiar su rumbo con un golpe de timón alocado, poner en riesgo la convivencia, la justicia, la seguridad jurídica, los grandes lineamientos geopolíticos, el derecho de propiedad, el derecho, simplemente. Como resulta absolutamente impensable que se adopten políticas públicas en una sociedad que es lo más parecido a unas carnestolendas, lo que debe asegurarse es el derecho de las minorías, el supuesto básico de la democracia.
El problema que tiene la sociedad y también el resto del mundo, con el kirchnerismo y que podría darse con cualquier otro partido o movimiento, es su tendencia absolutista a imponer su criterio por la fuerza, incluyendo la fuerza de leyes arbitrarias y sin un adecuado mecanismo de controles. Tanto políticos como jurídicos y mucho más de la justicia.
No se puede definir como democracia un sistema político en el que un gobierno con Congreso propio y justicia intimidada o comprada, impone sus convicciones, caprichos y hasta impunidad sobre toda la sociedad. Y esto tiene validez desde los movimientos de reivindicación de todo tipo hasta la épica rentada de los derechos humanos. La vocación de imponer las convicciones personales sobre el resto de la sociedad no tiene mucho de democrático.
No sólo Macri, se equivocó, sino todos nos equivocamos. Al no poder cambiar las bases de un sistema político que, desde el vamos, garantiza el predominio de oligopolios partidarios que controlan y prohíben las postulaciones de candidatos individuales a las bancas de diputados o senadores. El sistema que se plasmó desde la Constitución socialista de Alfonsín fue evolucionando hasta convertirse en lodazal en que cualquiera que quiere postularse es obligado a entrar en sucios manejos, compras de lugares en las boletas, negociaciones turbias con partidos-sellos-de-goma, carreras de obstáculos que sirven para desgastarlo y desanimarlo.
Una democracia de doble boleta sábana. Las que se votan en los grandes distritos para legisladores, y las boletas bandoneón donde en el mejor estilo caudillesco barato se mezclan deliberadamente cargos diversos, pero que se pueden desdoblar y cambiar de fecha alegremente según le convenga a cada mandamás. Una burla.
Las mismas PASO, ese lamentable invento kirchnerista que funciona como una criba de opositores, restringe drásticamente la postulación individual de candidatos a legisladores, o peor, lleva a la lista única en todas las candidaturas. Una perversión que pone en manos de dos o tres capos (Sic) la rigurosa preselección de candidatos.
Por supuesto que la nómina continúa con la desproporcionalidad en el sistema de elección de senadores, y aún de diputados, la intromisión de los partidos en el Consejo de la Magistratura, una burla a la república, y el engendro en que se ha convertido el Ministerio Público, que pone en manos del poder de turno una herramienta peligrosísima.
Al asumir, Mauricio Macri prometió modificar el sistema político. Como era previsible, el intento fracasó, enredado en un lobby antitecnológico que neutralizó la urna electrónica y que empantanó toda la discusión hasta llegar a la nada. Preocupados por la economía, los ciudadanos dejaron de lado el tema que sin embargo era fundamental.
La situación de incertidumbre local y global que se plantea hoy no existiría, por lo menos en este grado, de haberse realizado esos cambios, entre ellos el de todo el sistema electoral. Ver nota. Otra nota.
El sistema debería reunir, en la letra y en la práctica, las condiciones mínimas para que una elección no se transformara en una cuestión de vida o muerte, de éxodos y retornos, de odios y revanchas, de desesperación y grito, de miedo y castigos, de carpetazos que cambian de lado, de jueces que se doblan con el viento, de sobreseimientos e indultos, de procesamientos que cambian de dirección, de impunidad y lavado de pecados, de temor por el patrimonio o por la pérdida del estilo de vida, o de los principios de cada uno.
El sistema debería ser tal que cualquiera fuera el resultado de una compulsa electoral no haya que tener miedo. Ni de Cristina Kirchner ni de nadie. Esa es la grieta que hay que sellar. Esa era la prioridad de estos cuatro años. Al no entenderlo nos equivocamos todos.