No hay capitalismo sin capital (III)
Se sabe que el valor de una moneda se basa en la confianza, más si está respaldada por oro. En 1971 Estados Unidos, al estiloTrump, abandonó la convertibilidad del dólar con ese metal, pactada en los acuerdos de Breton Woods, que lo ungieron rector del orden mundial desde 1944, pero que lo obligaban a esa disciplina monetaria.
Roto ese corsé, en 1977 la única misión de la Reserva Federal de preservar el valor del dólar se relegó por ley a segundo lugar. La primera pasó a ser procurar el máximo nivel de empleo. Un antiobjetivo para un Banco Central.
Las teorías monetarias de Friedman y Nash, opuestas al keynesianismo, fueron usadas y deformadas por teorías ad hoc como la Modern Monetary Theory más la reinterpretación inversa de la dudosa curva de Philips, que creen que en ciertas condiciones la emisión monetaria no produce inflación y, en el extremo, que una “sana” inflación produce más empleo.
Ese desvió de los fundamentals se exageró cada vez que la FED sintió la necesidad de salvar a Wall Street de sus aventuras, lo opuesto a los principios liberales que apuntalan al capitalismo. Al aflojar la mano en la emisión, se condenó a tener que esterilizar los excesos manipulando la tasa de interés; poco de capitalismo y nada de liberalismo. Esa práctica fue exitosa y seria en la época de Paul Volcker, errática durante Alan Greenspan (duro y exitoso con Bush padre, concesivo y poco serio con Bush hijo), desesperada con Ben Bernanke, prolija y lenta con Janet Yellen, sin luces con Jerome Powell.
Al autoadjudicarse la nueva función de salvar a los Gordon Gekko, la FED destrozó sus mandatos, aunque no se note al instante. La mezcla es fatal: escasa regulación sin ninguna consecuencia económica para los prestidigitadores, más dos conceptos perversos: el de Too Big to Fail y el Moral Hazard. Al saber que siempre el superman de la FED acudirá a salvarlo, los ejecutivos toman riesgos absurdos y a veces delictivos porque además saben que nunca irán presos. (Moral Hazard es un término que aplica al tenedor de una póliza de seguros que actúa desaprensivamente porque su asegurador pagará) Si se une a la trampa de los bonus y las stock options de la nota previa, se está ante una asociación ilícita tácita y continua.
El rally de delirantes moderno se inicia con el Long Term Capital Management, un Hedge Fund, fondo de riesgo, o timba creado en 1994 por John Meriwether, despedido de Salomon Brothers y sancionado por prácticas poco claras. El fondo contrató a dos premios nobel, logrados por sus ecuaciones para prever el comportamiento de los derivados, que son otro invento o humo, del que toda entidad seria debería huir. Igual ocurre con los Hedge Funds, que deberían estar bajo la órbita de la Dirección de Casinos. La FED y la SEC no los supervisan, pero los salvan cuando colapsan.
El LTCM produjo en tres años ganancias de 43% anual. (¡Y bonus!) Los grandes bancos le prestaron insólitas cantidades para las apuestas, sin ningún respaldo ni análisis, lo que habría merecido al menos una investigación sobre los CEO’s. En 1998, como era obvio, el fondo se fundió. En vez de una demanda penal, la FED forzó a varios bancos a comprar el fondo y liquidarlo a pérdida, quien sabe con qué promesas y garantías. La libertad de emisión y la generosa ceguera regulatoria compensaron las pérdidas. Al poco tiempo Meriwether creaba otro Hedge Fund.
La crisis de 2008 fue aún peor. Un grupo de audaces securitizó hipotecas de alto riesgo. Los bancos las ofrecieron a sus clientes como grado inversor, apoyados en un seguro que otorgaba una sola compañía: ING. Cebados, compraron su propia basura para aumentar su ganancia nominal. Los CEO’s ganaron fortunas en bonus y los bancos en comisiones e intereses ante la mirada mansa de Greenspan, que en sus memorias balbucea al explicarlo. Al estallar la estafa la burbuja era tan grande que la FED y el BCU debieron salvar a todos. Sólo cae Lehman Brothers, que llevó su soberbia y el concepto de Too Big demasiado lejos. Nadie fue preso.
Merrill Lynch, en manos de unos pillos, rifa su visión de banca irlandesa católica, y compra a sabiendas esas acciones basura, una estafa al sistema. Luego engaña a su comprador-salvador obligado, el Bank of América, y paga los bonus a sus ejecutivos luego de la venta, sobre papeles que ya no valen nada. Nadie fue preso.
Bernanke, reparte billones, compra acciones privadas para no caer en el error de la FED en 1929. Los bancos centrales del mundo salvan a todas sus empresas involucradas, ING incluida, con el método de emitir más moneda y comprar acciones privadas.
La reabsorción de tanta emisión y la reventa de activos privados comprados apenas promediaba cuando llegó Trump con su idea de devaluación y tasa cero. Powell opuso una vacilante resistencia que terminó de caer con la pandemia, como en tantos países.
Pero la tasa cero es la negación del capitalismo. Facilita y aumenta la deuda privada y así perpetúa las empresas ineficientes. Vuelve invisible el déficit de los países. Adjudica al voleo los recursos. Las salvaciones estatales impiden la depuración de mercados y empresas obsoletas y el surgimiento de nuevas alternativas. Tratar de evadir los ciclos económicos y las recesiones también impide corregir los excesos en precios relativos. La combinación de esos elementos y la creación de una moneda que ya es siempre falsa con la pulsión de la emisión no conforman un capitalismo sostenible, son apenas un avatar, un zombi de él.
Un capitalismo sin moneda ni tasa no traccionará del mundo. Tal vez pueda recuperar parcialmente a EE.UU. pero nada más. Un nuevo Breton Woods es imprescindible pero inviable. A menos que el próximo presidente americano sea un estadista de mirada universal. De lo contrario el estadista tendrá ojos rasgados.
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