Publicado en El Observador 3/11/2020




El pensamiento chatarra que se enseña 

en las escuelas

 

El laicismo educativo que se pregona no es tal. El dios de la ideología socialista 

se inocula en los textos de estudio oficiales


 


Es sabido que, tras el fracaso de sus experimentos totalitarios estalinianos que azotaron a varias generaciones, el socialismo viró hacia lo que se conoce como gramscismo, la penetración cultural vía la educación y la prensa. Deformando convenientemente la primera hacia un pensamiento único y sembrando la corrección política con la segunda, disfrazada de sociología y sensibilidad. 

 

Si la enseñanza deja de ser ideológicamente laica, si se enseña una mirada única o falsa, de a poco el sistema democrático se vuelve superfluo, vacío y hasta ilegítimo. Por la misma razón que se defiende la libertad de prensa, tan odiada por la izquierda, se debe defender la libertad de enseñanza, tan odiada por la izquierda. 

 

No ocurre así. El sindicalismo docente está en manos trotskistas y eso influye en los programas oficiales y en los textos de enseñanza obligatorios. No es casual que uno de los puntos de la LUC que los gremios quieren neutralizar con el referéndum sea su exclusión de los Consejos de enseñanza, desde donde han convertido la educación en catequesis. 

 

Algunos pocos ejemplos extraídos de un texto obligatorio del último año de Primaria. Hablando del hambre, dice sobre la distribución de comestibles: “los alimentos… se han transformado en una mercancía que se compra y se vende con la finalidad de producir dinero, olvidando que su función principal es alimentar a la población”; para rematar: “obteniendo como resultado una distribución desigual”

 

Uno de los puntos centrales de la concepción socialista es que la distribución es una intermediación innecesaria. Eso lleva a su odio a los supermercados y a toda la cadena logística de abastecimiento. También conduce a los controles de precios, que han venido fracasando desde el proverbial Diocleciano y que constituyen una de las mayores causas de desabastecimiento. 

 

Enseñar este catecismo como idea única omite un hecho harto comprobado por la praxis: la mayoría de los países azotados por el hambre carecen de sistemas de distribución. Cuando el mundo les dona alimentos, estos terminan pudriéndose en depósitos o lotes en los puertos porque la corrupción, la ineficiencia o la inexistencia de sistemas adecuados impide que los productos lleguen a los lugares de consumo. Por eso todos los regímenes comunistas se caracterizaban por las colas de varias horas para comprar pan, o leche. Lo que no se pagaba con dinero se pagaba con tiempo. Con este fraseo y con esta literatura, los niños aprenden a odiar al capital y a la distribución, como si los alimentos pudieran llegar a la mesa por algún milagro (gratuito). 

 

Frases como las que siguen se estampan en el texto como un catecismo, un dogma de fe: 

 

“La soberanía alimentaria se obtiene cuando una sociedad no depende de empresas multinacionales para comprarles las semillas y demás elementos para producir el alimento”

 

“Los monocultivos… debido a la alta mecanización, suelen emplear a pocos trabajadores”

 

“Las semillas nativas… dejan de utilizarse a favor de las semillas patentadas e híbridas que comercializan determinadas empresas, tratadas de tal forma … que obliga a comprarlas todos los años”

 

Afirmaciones falaces que no se compadecen con la evidencia empírica, algo que al gramscismo no lo arredra ni le importa. La soja emplea gran cantidad de capital, tecnología y mano de obra directa e indirecta. Las semillas tratadas han multiplicado espectacularmente la producción agrícola. Usarlas o no es decisión del productor. Pretender no pagar esa semilla es como no pagar cualquier derecho de autor, o cualquier patente. Algo que también odia el socialismo. La soberanía alimentaria en términos de excluir a las empresas extranjeras es un relato que a nadie le importa, basta ver Japón y aún China. 

 

El crecimiento explosivo de la población obligó a un aumento de la producción alimenticia que, inexorablemente, afecta al medio ambiente, y es correcto trabajar sobre ello. Pero sin el capital y la biogenética, sin los avances en las técnicas de cultivo, sin los plaguicidas, la profecía de Malthus se habría cumplido y la mitad de la población mundial habría muerto de hambre. 

 

“Las grandes empresas han ido comprando tierras de productores que no pueden competir en la nueva realidad”, “…estimula que los capitales se queden en el país y aliviana la dependencia económica de empresas cuyos accionistas están a miles de kilómetros…”, “con la finalidad de obtener mayores réditos económicos” sigue el catecismo izquierdista, con amplio desconocimiento y negación. 

 

El otro dato crucial que omite el dogma impartido es la importancia para la economía uruguaya de todos los sistemas y mecanismos que se condenan en estos programas educativos obligatorios, tanto en las escuelas públicas como en las privadas, que deberían (y pocas veces lo hacen) al menos ocuparse de ofrecer visiones alternativas a sus alumnos, más cercanas a la realidad y la verdad. Sin el negocio del agro, sin la ambición y el capital, los países productores quedarían en la ruina instantánea. Y la humanidad se moriría de hambre fulminantemente.

 

Imagine la lectora el escándalo que sería que el programa oficial tratara de imponer un Dios o un creencia determinada. Sin embargo, la entronización del dios anticapitalista antiganancia no merece objeciones. 

 

El mismo libro obligatorio dedica una página entera a elogiar el proyecto Alur, por la soberanía, la eficiencia y las bondades que tiene la producción por parte del estado de alcohol y correlativos para el empleo, los productores y la riqueza de las naciones, que supuestamente no pueden ser logrados por el sector privado, salvo en 170 países. La columna no comentará sobre este punto para no caer en la burla. 

 

Quédese tranquilo. Su hijo está en buenas manos. 




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