Publicado en El Observador 17/11/2020
La importancia de alinearse
Hay que negociar con quienes elijan continuar y profundizar la globalización
La pandemia es la excusa que faltaba para acabar con la globalización, el formidable intercambio universal de comercio, personas, servicios, inversiones, logística y libertad de los últimos 40 años. Ese círculo virtuoso coincidió con el auge de Internet y su mundo nuevo de negocios, creó riqueza y bienestar y sacó de la pobreza a más gente que ninguna otra etapa o mecanismo en la historia.
La reacción de los fabricantes de diligencias y velas tenía que llegar. La empezó Trump, pero Biden no cambiará demasiado ese panorama. Por la ensalada de ideas de su propio partido, la composición del Congreso, la confusión que hereda y porque al viejo aparato económico le conviene que América sea “para los americanos”, en un significado distinto al que le dieran Monroe y Quincy Adams. Tampoco lo hará Europa, sin Merkel y con gobiernos de burócratas acosados por la turbamulta.
Que se haya castrado el libre comercio no quiere decir que el criterio sea válido, y menos que sea reemplazable con gasto y emisión. Eso tendrá consecuencias. Quienes sigan tales rumbos, por decisión o necesidad, se enfrentarán a largos años de deterioro, desempleo y pobreza. Primero las economías más pequeñas y luego las otras. EEUU ya pasó por dramas parecidos, aunque siempre se los cobra al mundo.
Tampoco habría que contar con la región para ninguna asociación inteligente. Chile acaba de abrir una discusión constitucional que -aún con varios anticuerpos y vacunas en su mecanismo – garantiza protestas, parálisis y violencia por dos o tres años clave. Brasil desperdició su momento político y su oportunidad en parte por la pandemia y la desconfianza que acarrea el delirio de su presidente, en parte porque su proteccionismo industrial a ultranza sin el apoyo de Trump lo condena a una cerrazón con resultados previsibles. Difícil ver ahí a un socio para negociar tratados con el mundo ni aún para comprar producción uruguaya. Y cuando empiecen las protestas en serio habrá complicaciones de envergadura.
Argentina desaparece cada día, gobernada no por una coalición, como algún periodismo complaciente hace creer, sino por un conventillo político. Negocia ahora un acuerdo con el FMI en el que ya ha resignado su absurda esperanza de dinero fresco y, pese a lo que asegurara, está comprometiendo un ajuste que necesariamente será explosivo: desde un nuevo saqueo a los jubilados con 40 años de aportes, a la eliminación del IFE, el subsidio por la no-cuarentena, que venía paliando la pobreza colosal, con un coeficiente que angustia. Ambas medidas, además de los efectos individuales y de las consecuencias populares, unidas al ucase de parar la emisión desenfrenada, vaticinan una caída dura del consumo, que profundizará la baja del PIB.
También deberá recomponer las tarifas de energía, algo que el peronismo tanto criticó al gobierno de Macri y que ahora descubre inevitable. Otro golpe al consumo. Dentro del paquete se ha reflotado el llamado impuesto a la riqueza, capricho del delfín Máximo que atacará a la producción y a las grandes empresas y sus accionistas en todo el mundo. No recaudará virtualmente nada, salvo miles de juicios, pero alejará cualquier remoto propósito de inversión. Hay más gravámenes ocultos que se irán descubriendo.
En ese estado de cosas, que tiende sólo a que el Fondo extienda los vencimientos para que caigan en la falda del próximo presidente (que debería ser un loco o un aventurero para postularse en 2023) el ente reclama el pago de los intereses puntualmente, sin diferimientos. Tal vez por eso la carta de los senadores peronistas que instruidos por su jefa espiritual enviaron a Georgieva con el también conventillesco lenguaje de Cristina, acusando a la entidad de haber sido irresponsable al prestarle a Argentina y de haberlo hecho por intereses políticos. Raro modo de negociar.
Con cualquier desenlace de este nuevo sainete, los efectos económicos serán devastadores. Los efectos políticos también: en su lucha para seguir en pie ante los berrinches trumpescos de Cristina, el presidente ha cedido ante el terrible clan de los barones del conurbano y ahora revierte el único logro de reforma política macrista: el de impedir la reelección indefinida de intendentes.
Con esa combinación de factores, el Mercosur deja de ser un foro para discutir cualquier política comercial de apertura. O cualquier política, simplemente. El dúo Fernández se dirige suicidamente a reconstruir la Patria Grande, como lo demuestra cada uno de los pasos que hace dar al país. Desde tratar de reposicionar a Evo en Bolivia, a reunirse reservadamente con la que espera ocupe la presidencia ahora vacante de Perú, Verónika Mendoza, (oportuna K en su nombre), además del obsecuente sometimiento a Venezuela y Cuba.
Pero el mago chino saca un conejo de su galera, (no un murciélago) y firma el RCPE, el tratado de cooperación económica que incluye nada menos que a Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur. Una respuesta estratégica y de potente contenido geopolítico, simétrica al TPP, el tratado transpacífico al que diera la espalda Trump impulsivamente.
La columna ha mencionado a China como posible aliado estratégico comercial, más allá de todas las diferencias de sistemas políticos, y sin sacrificar ningún principio propio. Este acuerdo crea la necesidad de un rápido acercamiento, aún sin esperar la seguramente tardía decisión del Mercosur. Por la enorme importancia de la región. Y, además, porque la señal que está enviando es que hay un importante sector del planeta que aún cree en los principios de la libertad de comercio y sus probados beneficios.
En esa línea, el problema que tendrá que superar Uruguay no es la renuencia estadounidense al libre mercado. Es la oposición del PIT-CNT a toda competencia.
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