La Madrina IV
Desde principios de diciembre arrecian los avisos en todos los medios explicando los logros del gobierno, repitiendo la cascada voz de Alberto Fernández enumerando logros que sólo él ve y predicando el bienestar que está consiguiendo el pueblo bajo su mandato. (Jubilaciones, destacó anoche entre sus éxitos) O, adicionalmente, mensajes de bondad, solidaridad y empatía inventados e increíbles. Se trata de la clásica pauta, que, si bien no se había eliminado del todo, revive y se recupera de los cortes importantes pero insuficientes de la era Macri. Como se sabe, uno de los temas más complejos y engorrosos que debe encarar el peronismo, es confeccionar los avisos que justifiquen el pago de los espacios respectivos. Lo que da origen a dos negocios. O a tres. La creatividad de los avisos, casi siempre confiados a empresas ad hoc e ignotas, pero carísimos y ridículos, el pago del aviso o pauta al medio y comunicador, y el retorno, que como se sabe no existe, pero nunca baja del 15%. Además de la contraprestación de obsecuencia y obediencia que se espera como rédito de tal generosidad.
Lo que muestra algo que hasta ahora no se había descripto. Para dominar al periodismo y manipular a la opinión pública no hace falta leyes opresivas, persecuciones judiciales inventadas como la de Daniel Santoro, escarnecido y martirizado por los defensores de Cristina, (defensores en sentido penal jurídico, o algo así) ni reformas constitucionales o de la justicia, ni amenazas, escraches o ataques físicos. Basta con fomentar que aparezcan cientos, miles de medios nuevos, y también cientos, miles de periodistas que soliciten auspicios, para disponer de una masa complaciente cuya supervivencia dependa exclusivamente de la pauta oficial, sindical o de alguna empresa con asociación impublicable con el estado. Sacerdocio informativo hybrid sin sacrificios.
Una vez que se produce esa dependencia vital, todo es cuestión de aumentar el valor del auspicio, de retacearlo o de ofrecerlo oportunamente, como una golosina a un perro. Seguramente un mínimo elogiable de protagonistas rechazará la sola idea. Pero una gran masa considerable, tanto de medios como de periodistas, será tentable por la metodología. Cualquiera familiarizado con la actividad sabe lo difícil, casi imposible que es subsistir en el medio, en especial cuando el lector, oyente o televidente no quiere comprender la importancia de apoyar con su suscripción al medio en que confía y dejarlo librado a “vivir de la publicidad”, una frase que condensa toda la superficialidad del público y la poca importancia que otorga a la tarea vital de la prensa libre e independiente en su vida, en la vida de la sociedad y en la defensa de la libertad. Resulta penoso y lamentable escuchar a esos comunicadores “mangueando” pauta oficial desde su micrófono, para no hablar de lo poco creíble que resulta su opinión después de semejante proceso de mendicidad. Eso suponiendo que el pago es mediante un auspicio o aviso y no en otra especie.
Paralelamente, también resulta asqueante ver cómo magistrados y profesionales del derecho están dispuestos a cambiar su opinión jurídica de un momento para otro, ni siquiera con la excusa inválida de una supuesta militancia partidaria, sino a cambio de favores o dinero. Por ejemplo, el límite de 75 años para el retiro del servicio de justicia, otro regalo del bondadoso Alfonsín, que, en vez de servir para oxigenar el Poder Judicial, sirve como prenda de cambio de todos los acomodos. ¿Qué importa si la Corte declara inconstitucional o no la ley que modificó el Consejo de la Magistratura hace un lustro, o si se impiden los cambios legales que proponen los mandaderos de la Gran Procesada, si es mucho más fácil convencer a un magistrado o a un profesional para que vote de uno u otro modo según lo que acuerde? ¿Qué importa defender las instituciones si los individuos van a vender su opinión o su convicción al mejor postor? Una cadena no es más fuerte que el más débil de sus eslabones.
Se acepta como un hecho que el deterioro de la educación en todos los niveles ha terminado formando egresados con un importante bagaje de desconocimiento e incompetencia, además de crear militantes desinformados o deformados que terminan legislando de cualquier modo, una de las herramientas más utilizadas por el gramscismo, y también por las maquinarias de corrección política que instalan agendas siempre disolventes y siempre esclavizantes. Pero no se pone atención en que una de las mayores deficiencias en la formación académica se da en el aspecto ético, que otrora era esencial y también constituía una garantía de seriedad profesional. Recuérdese cuando al médico se le pedía opinión sobre los temas familiares porque su ética era indisputada y su palabra santa.
Como si se hubiera puesto especial esfuerzo en lograr semejante deterioro, la ética como materia de estudio, cuando existe, es una bolsa de patrañas ideologizada y superficial. Los ejemplos no existen ya tampoco ni en la docencia ni en el comportamiento de los políticos. Los comentaristas especializados demuestran su sapiencia “poniéndose en el lugar” de los políticos y tolerando y justificando su maquiavelismo antiético, y lo mismo se ha acostumbrado a hacer la sociedad. Lo que en las grandes universidades mundiales es un tema central, en Argentina es un relleno. A esto habrá que agregar la gran cantidad de políticos recibidos de abogados en dos años, cuando se toman el trabajo de fingir una carrera, o con títulos falsos o comprados, como el diploma virtual de la vicepresidente guardado en una caja fuerte a la que es tan afecta, seguramente por lo valioso de la rareza. No es exactamente una fragua de comportamiento ético.
En esas éticas y estéticas devaluadas y truchas se forja el comportamiento profesional y social de la argentina de hoy. Sobre esos ejemplos se construye la supuesta estructura moral sobre la que se basa el contrato social, que tanto gusta mencionar la dueña del Senado. En este medio actual, la ética es casi una percepción personal optativa, una mera preferencia, como la sexual o de género. Una opinión provisoria y opcional, que se cambia por unos dólares. Los políticos y la prensa han racionalizado el delito. El concepto de negocio político, el de político profesional, el cambio de posición o de convicción por especulaciones personales o por corrupción, o por lo que fuera, es hoy no sólo aceptado sino considerado valioso y componente destacado de la inteligencia y capacidad funcional, sinónimo de habilidad política.
En otro momento de la vida nacional, o en otra época argentina más gloriosa, debería decirse, un cambio inexplicable y brutal como el del doctor Recondo en su posición sobre el Consejo de la Magistratura habría terminado en suicidio, por la razón que fuese. La ética en ese entonces se llamaba honor. Parece exagerado, pero tras su regalo a la expresidenta de la independencia judicial, el silencio de sus pares más respetables debe hacerle el mismo estruendo que un balazo.
Para ponerlo en términos más entendibles, bajos, groseros y baratos, el presidente, que miente y se contradice en cada palabra, en cada discurso, en cada frase, en cada promesa que hace y en cada explicación que da cuando no cumple las promesas que hace y toma por idiota a toda la ciudadanía, (como anoche) enseña Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires, donde se formaron muchos prohombres, y promujeres que fueron señeros. El mismo presidente que lucha denodada y disciplinadamente por la inmerecida impunidad de sus socios peronistas. La ética ha muerto. Junto con la ley.
Si la prensa no está para señalar la corrupción de los ladrones públicos, como decía Pulitzer, por falta de coraje, por presiones o por compra al contado, si los abogados y los profesionales elegidos para respaldar con su ética, su probidad, su formación y su conducta se venden o se entregan y no defienden lo que han sido elegidos para defender, no hay Constitución, ni Corte Suprema, ni Consejo de la Magistratura que resista. Ya ni siquiera es cuestión de magistrados. Es cuestión de ética, compromiso y honor de quienes reciben la confianza de sus compatriotas, con el formato que fuere. Quién tuvo la culpa de semejante situación no es tarea de esta columna, ni está en capacidad de discernirlo. Pero las consecuencias están a la vista, y como ya se ha dicho, son multipartidarias, en grado diverso.
Los grandes empresarios, contratistas, supuestos inversores con dinero del estado, permanentes mendicantes de la ayuda y solidaridad del estado y la sociedad, se acomodan a esa misma ética de cabotaje, que les resulta muy conveniente y rentable. Para estos capitalistas ricos a costa de demandar al estado en juicios provocados y de un proteccionismo que los defiende de toda incomodidad, la ética, concebida como aquí se describe, también es una molestia inaceptable. De modo que su solidaridad con sus socios estatistas es absoluta, y el concepto ético es motivo de burla, como si se tratara de una inocentada infantil. De modo que tampoco cabe esperar por ahí una resistencia, un llamado de atención o un cambio. Al contrario. La corrupción de las conductas no es sólo multipartidaria, también es multisectorial.
En ese marco, aparece la pandemia, que el gobierno del disléxico dúo Fernández- Fernández ha manejado tan mal, con tantas contradicciones, mentiras y hasta bloopers que casi llamarían a la risa cuando los protagoniza el ministro de salud, un ministro de cartoon, o de cartón, quien sabe. De nuevo se llega a las instituciones y a las personas que las representan. De nuevo se llega a la sospecha generalizada en un tema que no admite falta de ética: los muertos. ¿Gines González miente para proteger al presidente o ejercita su propia torpeza sin sanción? ¿La sufriente sociedad no merece una respuesta y una explicación que no sea un verso a lo que pasó con Pfizer?
Casi en bloque la sociedad no anestesiada por el discurso ideológico cree que detrás del reemplazo de la vacuna de la empresa americana por la rusa o la que venga se oculta una maniobra dolosa de las que se han denunciado varias en los gobiernos kirchneristas. ¿Habrá alguien que tenga la responsabilidad para hablar? ¿Se comprenderá este clamor de que el pueblo quiere saber de qué se trata, como en 1810? ¿Qué nos están haciendo? Es la pregunta latente desesperada. ¿Qué nos van a hacer?
En los libros que cuentan la historia de la mafia - ficcionales o históricos – el capomafia siempre se ocupa de poner algún límite. “En ese negocio no participamos”- Decía don Corleone, por ejemplo. No distinto a los límites que fijaban en la realidad Al Capone o Giancana. No conforme con la fidelidad de sus películas a los libros originales de Mario Puzo, Francis Ford Coppsola se apresta a filmar una suerte de El Padrino IV, con un nuevo final para El Padrino III.
Argentina también está en su cuarta versión de kirchnerismo, que esta vez no parece respetar ningún límite, en lo jurídico, lo constitucional, lo electoral, lo económico, en la impunidad, en la vocación de disolución de soberanía y unidad territorial y cultural, y ahora en la salud pública. Y, siguiendo con la comparación con Chicago del ‘29, no parece tener una conducción única que determine qué es lo que no está dispuesto a hacer, dónde quiere detenerse o en qué punto estará satisfecho. Y esta no es una referencia al gobierno exclusivamente, sino a todo el sistema descripto y a cada uno de sus componentes y cómplices.
Como parece que el presidente se ha subordinado y ha besado el anillo de su vice, (Hice lo que me mandaste - confesó ayer) habrá que descartar, afortunadamente, una solución al estilo de Puzo cuando se estorban dos padrinos de igual nivel. Pero la que sí ha llegado a su limite es la sociedad no adormecida, que está empezando a clamar por un Elliot Ness. La tramoya de la vacuna es un límite inaceptable. Aún para un pueblo camino a la sumisión.
No comments:
Post a Comment