Agoniza Argentina

No hacía falta ningún virus para poner al borde de la muerte a un sistema de gasto descontrolado, impagable y corrupto

























El default de la deuda local de mi país no sorprendió a nadie. Hace por lo menos dos años que prestigiosos economistas vienen propugnando como si fuera una solución técnica (que he disputado agriamente) algún formato de licuación, desde encaje obligatorio a emisión de un bono a largo plazo, para la deuda en pesos originada en los múltiples papeles con diferentes nombres que se usaron crecientemente durante los últimos 18 años para absorber los pesos emitidos alegremente desde Duhalde hasta hoy. Las advertencias que al principio del mandato de Macri realizamos algunos profesionales sobre la aberración de pagar con una mano una tasa descomunal para forzar la esterilización de lo que se emitía con la otra mano, fueron descalificadas hasta groseramente por el gobierno de entonces. Como antes y ahora lo fueron por otros gobernantes.
Fernández eligió el camino peronista para combatir la inflación, una mezcla de manoseo de índices, cepo del tipo de cambio como ancla, emisión profusa, controles y acuerdos de precios y amenazas inútiles, un mecanismo de postergación que tenía que terminar como termina, donde aún falta la hiperinflación que ocurrirá inexorablemente. A eso le agregó el aumento de impuestos y retenciones, para completar.
El segundo default no es en pesos, sino es la deuda por los bonos emitidos en dólares por Cristina, el Bonar 2020 y el AY24 (vaya nombre) bajo ley argentina, o sea garantía de que no iban a ser pagados deliberadamente. Estos instrumentos, emitidos para pagar a su vez los fallos sobre otro default, son de un monto mucho mayor que la deuda por las letras con pintorescos nombres que se usaron para absorber pesos.



















Todo esto no tiene nada que ver con el Coronavirus, sino con el desmanejo sin plan del gobierno y su particular estructura de poder o de despoder, que lo lleva nuevamente a hacer lo que hizo la señora de Kirchner en sus dos mandatos.
Los optimistas de siempre, (el optimismo es un veneno que un economista no debería incluir en su botiquín) intentan sostener ahora que este paso tan anunciado se da con la intención de cumplir con los compromisos en dólares emitidos bajo ley de New York. Se trata sin duda de una broma de Fool’s Day. Tampoco esos compromisos serán honrados de ningún modo. Ni aún el “permiso” mundial inspirado por la pandemia alcanza para que se ignore y condone el descalabro de las finanzas argentinas, además de la presencia omnímoda y oculta y la clásica actitud obtusa y prejuiciosa de la señora Fernández. (La confusión de apellidos es deliberada y refleja la realidad)
El virus por un lado desnuda situaciones previas que ya eran dramáticas y por otro agrega condimentos amargos y procedimientos nefastos, que el peronismo ama. El confinamiento absoluto decretado con tono firme y adusto por Fernández, paralizó al país y provocó una paradoja: el aumento de la emisión y al mismo tiempo la desaparición del efectivo del mercado. Un combinado explosivo en un mercado de alta informalidad y con fuerte influencia de las mafias de la droga, que no han acatado la cuarentena. Hizo bien Lacalle Pou al no plantear un aislamiento total. Hoy no sólo Argentina sino todo el mundo trata de moderar la presión domicilaria de los sanos, con dudoso resultado.
















La falta de ventas de las empresas, la evaporación del efectivo, sin un mínimo crédito bancario, con un Banco Central a la deriva y sin reacción, con impuestos impagables, la prohibición a las empresas de despedir personal, y el acoso del estado sobre los comerciantes, hacen que ya se sepa que los sueldos privados de abril no se podrán pagar, que las expensas de los departamentos tengan una incobrabilidad del 40 %, y subiendo, y que el sistema esté en una virtual cesación de pagos y rebelión fiscal obligada. Y el alto y largo desempleo, el peor de todos los virus, es un hecho. Mientras, las provincias amenazan con emitir cuasi monedas, un paso caótico que ya empezó a dar la provincia de Sante Fé. El triste episodio del 3 de abril, con masas de beneficiarios de planes, subsidios y jubilados agolpados desde la madrugada ante los inflexibles bancos y el más inflexible sindicato bancario, fue directamente criminal y tendrá efectos en la salud y en el número de muertos. Consecuencia de una cerrazón apresurada y una incapacidad de gestión del Central, similar a la incapacidad e irresponsabilidad del ministro de Salud, que ni aún hoy tiene un mínimo de kits de tests disponibles, y que quiso confiscar por decreto los insumos e instalaciones del sistema privado de salud. El fin de semana fue un aquelarre en el conurbano y las provincias más pobres, con sus planeros disfrutando en las calles el nuevo subsidio de 10.000 pesos. Más contagio. Más droga.

Además de haber eliminado la formación de leyes por el Congreso al generalizar el uso del decreto de necesidad y urgencia, práctica que, conociendo el bolivarianismo peronista va a ser difícil retrotraer, el máximo diputado Máximo Kirchner le ha informado a Fernández de la presentación de su proyecto para gravar con un impuesto especial a los capitales blanqueados durante el gobierno de Macri. Seguramente inconstitucional, además de suicida si se quiere conseguir alguna ilusa inversión y probablemente un paso más en el rompimiento con el sistema mundial. Como lo es el proyecto del mismo máximo Máximo de limitar las utilidades de los hipermercados, otro delirio chavista-marxista barato.  Mientras Fernández sostiene que no bajará su sueldo y el de los funcionarios porque sería un acto de demagogia, mientras aumenta el costo que los pocos privados sobrevivientes tendrán que afrontar para pagar el gasto del estado y el gobierno compra alimentos para repartir a precios hasta 30% más caros que el supermercado de la esquina, Argentina agoniza en el CTI. Y no por el Covid-19, acaso por el Cristina-20.