Astori último modelo

Ningún nuevo impuesto es bueno para el crecimiento y la reactivación, en especial si apunta a gravar patrimonios













En lo que luce como un doble intento de recuperar protagonismo interno y de correr al gobierno por izquierda, el senador Astori anuncia que prepara un proyecto para gravar los depósitos de residentes uruguayos en el exterior. No es una novedad la idea, que también alienta Cristina Kirchner en Argentina, pista de pruebas de toda medida ruinosa. Pero por respeto a la figura del exvicepresidente -cuya gestión ponderó más de una vez esta columna, cabe analizar la propuesta en términos económicos. 

La filosofía del tributo propuesto encaja dentro del tan esgrimido criterio de que todo gasto estatal es correcto y justo y los privados deben sustentarlo ad infinitum y de que cualquier baja de ingresos del sector público debe ser cubierta con fondos extraídos del sector privado, no con una adecuación estatal a los ingresos que recibe. Cuando se habla del “aporte de los privados a la lucha contra el coronavirus” simplemente se está redundando. Los privados siempre aportan hasta cubrir el 100% del gasto del estado. Cuando se dice que el estado ya ha hecho su esfuerzo y que ahora corresponde un esfuerzo equivalente de los privados, no sólo se redunda, sino que se engaña. 

Los 12 años de gobierno frentista terminaron por dejar una endeble situación fiscal, que hace más difícil en la emergencia sostener la pretensión de que el gasto estatal es intocable. Y entonces se produce el manoteo desesperado con argumentos de igualdad, equidad y solidaridad, el robo a las naranjas del árbol del vecino en nombre del hambre. 

La afirmación de que el estado se apodera sólo de un modesto 2 o 3% del capital ajeno es algo jocosa. Se trata de la antigua teoría fiscalista de cortar una feta del salame diaria. Así, la política recaudatoria consiste en extraer todos los días un pequeño trozo del patrimonio, de modo que el afectado nunca esté tan disconforme como para rebelarse o incumplir. Peor es si se agrega la idea del preproyecto de que puede ser por un período de 2 ó 3 años, lo que significa que la exacción total puede llegar al 4 ó 6% o al 8 ó 9%, según el deseo del legislador. O puede ser para siempre y confiscar todo el patrimonio, en un mundo de tasa cero. Vamos viendo, sería el resumen. O “cortamos todas las naranjas del árbol del vecino que nos hagan falta para hacer el dulce”.

El exjerarca afirma que se tratan de capitales improductivos, que sólo persiguen una renta financiera. Como tan bien lo explica Hayek en Camino de servidumbre, el socialismo piensa que es capaz de determinar mucho mejor que sus dueños cuándo un capital es productivo o no. Se siente capacitado para tomar una parte de su patrimonio, o todo, e invertirlo mejor que quien fue capaz de generarlo. El capital de los particulares no es propiedad de la sociedad. Este modo de pensar parece creer que sí. También ignora lo que cada uno planea hacer con su dinero. Decide que es improductivo para el estado. No le importa lo que piense el dueño. 

Luego la justificación avanza por caminos más dirigistas aún, propio de toda planificación central. Así, sostiene que hay que hacer que esos capitales vengan a invertirse a Uruguay, ante la amenaza del gravamen en caso de que no lo hicieran. Algo ligeramente inconstitucional, en principio. Falta que se explique en qué proyecto, en qué rubro, en qué actividad se invertirían esos fondos, que además de ser rentables no sufran el castigo de más impuestos, inflexibilidades laborales y sindicales y proteccionismos que impidan competir. Por supuesto que la frase, a primera vista, parece atractiva políticamente. Aunque ignora la realidad. Las únicas radicaciones que se logran hoy son del estilo UPM, o sea, eliminando impuestos. 

Este tipo de gravámenes, que apelan al resentimiento en su más profunda raíz, nunca recaudan lo que se espera. No sólo por la evasión o elusión, sino porque se basan en cifras sin analizar, como cuando Astori afirma que hay 6200 millones de dólares depositados en el exterior basado en vagos reportes, que no tienen en cuenta la naturaleza jurídica y económica de esos adivinados depósitos. Sobre estos supuestos ligeros se construyen los déficits. 

El exministro sostiene que, al tratarse de un impuesto sobre capitales improductivos, (para el estado) no desestimula la inversión ni el empleo, ni la reactivación productiva. Esta es otra visión lineal del socialismo, que se empeña en no comprender la acción humana. Nada desestimula más que un impuesto de este tipo. La inversión será instantáneamente cero cuando se perciba esta medida como un ataque a la propiedad y una discrecionalidad del estado. Nadie, ni uruguayo ni extranjero, invertiría en un país donde – como dice el mismo Astori – se grava al capital “porque estamos necesitando hacerlo”. La simple insinuación de la aplicación de este tributo, causa suficiente daño al alejar cualquier intento de radicación o inversión instantánea y fulminantemente. La intención de convertir al país en una cooperativa o una mutual no es apreciada por nadie que quiera tomar riesgos y poner su esfuerzo y su talento en una empresa a riesgo. 

El imprescindible ajuste del gasto del estado, antes y después del coronavirus, no se reemplaza con poner un impuesto sobre cualquier manifestación de capacidad contributiva que asome la cabeza. La evidencia empírica es vasta, de larga data e irrefutable. Aunque matemáticamente las cifras parezcan iguales, la realidad y los efectos no lo son. Los individuos no actúan como quieren los legisladores o los jerarcas, sino según su criterio, su confianza y su interés. Creer que aplicar este gravamen no tiene efectos porque no afecta la producción es desconocer la esencia del ser humano. 

El senador Astori, cuya tarea en bien del país ha sido encomiable, debería descartar este proyecto.