Carta a Papá Covid
La pospandemia abre el listado de pedidos, expectativas y sueños ideológicos, como una carta a Papá Noel o a los Reyes Magos
La decisión kafkiana, camusiana o cortazariana de encerrar a la humanidad para salvarla del coronavirus y tornar a las sociedades en mendigos del estado en cuestiones existenciales, de libertades y derechos, de salud y especialmente de la economía, ha reactivado las ensoñaciones más pueriles de varios sectores.
El alarmismo y los reproches anticipados de la Organización Mundial de la Salud convirtieron a los gobernantes en culpables de todas las muertes por COVID-19 y así se creó una nueva corrección política inapelable. Detener los movimientos de traslación y rotación de la tierra tiene consecuencias serias, por lo que unánimemente los gobiernos debieron correr a compensar sus medidas con la única arma que les resta tras derogar la actividad económica: subsidios vía emisión.
Esto hace creer a los progresocialistas, como a los europeos del quebrado estado de bienestar - que cuenta con algún aliado billonario americano - que han triunfado sus ideas redistributivas: un impuesto mundial a los patrimonios, un salario básico universal y el fin de la pobreza, administrados por un estado de burócratas infalibles. Como si se hubiese llegado a semejante aberración debido a la evidencia empírica probada, no por la desesperación improvisada como realmente ocurre.
Por eso se escucha hablar con tanta frecuencia del “mundo que no será el mismo”, y hasta de “un mundo mejor que se viene”, en la creencia simplista de que de las cenizas que queden resurgirá un individuo generoso, altruista y sin egoísmos y un sistema de reparto de felicidad y bienestar instantáneos. Huxley mejorado.
Los economistas cultores de la llamada Teoría Monetaria Moderna, con ecuaciones mágicas y algunos premios Nobel embanderados, (y rentados a veces) también están en la gloria mientras los demás están en el infierno. La TMM es una línea que se enfrenta a la economía clásica, con ideas nunca demostradas ni exitosas, pero populares en algunos países, como Estados Unidos, porque convalida el exceso de gasto, el déficit y la emisión. La coyuntura moverá a aplicar sus remedios, tan ineficaces y peligrosos como la lavandina de Trump.
Hablando de Trump, sus ideas representan una de las alternativas que se abrazarán cuando el virus se haya devaluado y no son sólo suyas, sino de sus votantes y del sector industrial menos competitivo y más obsoleto, y las de muchos burócratas americanos locales e internacionales enquistados, que adhieren a iguales conceptos. No son nuevas, ya están en vías de aplicación: el proteccionismo a dos puntas y por razones disímiles, tanto de las industrias obsoletas como de las nuevas tecnologías estratégicas. (El odio que se intenta incubar contra China es parte de ese juego) El efecto será el mismo que en la depresión de la década de 1930: desempleo, quiebras, estatismo, corridas bancarias, caídas espectaculares de la bolsa, desinversión. Tal vez no se produzca una deflación mundial porque la emisión es fenomenal. Pero eso no altera el resultado nocivo del experimento. El campo arrasado resultante luego de la “batalla” contra el virus, predispondrá a la población a comprar esta contradicción facilista.
Simultáneamente se encarecerán los bienes que produzcan los países que integraron cadenas de valor, como el propio EE.UU. Eso también les cae bien a los defensores de la TMM, al estatismo y a los continuadores de la estafa de 2008 y la autorecompra alevosa de acciones: una deflación tornaría instantáneamente impagables todas las deudas estatales y privadas. Una inflación supuestamente controlada sería la solución ideal. En esa línea es que Trump ha abogado simultáneamente por la tasa cero, por el aumento del gasto y de salarios y por una devaluación, despropósitos que ahora tendrán más adhesión que nunca, aunque no más razón.
Los cultores de la supuesta teoría de la curva de Phillips, primos de los de la TMM, también están de parabienes. Phillips – basado en series no autovalidadas – sostenía que un desempleo alto entregaba una baja inflación, y un desempleo bajo producía mayor inflación. Algunos economistas invirtieron la relación causa/efecto: una “saludable” inflación produciría más empleo, algo nunca probado seriamente. Y más dudosamente: en situación de escasez de demanda laboral y recesión, la emisión no generaba inflación. Un delirio teórico, pero que ahora reverdecerá con el aplauso popular.
Del lado del progresocialismo también hay una wishlist: salario básico universal, proteccionismo laboral, defensa de las conquistas obtenidas durante y por el auge capitalista, impuesto a cualquier stock de capital que aparezca, castigo a las grandes empresas, lucha contra la industria extranjera o privada y la importación, vivir con lo nuestro, trabas a la exportación, controles de cambio.
Ambas cartas a Papá Covid contienen pedidos de “regalos” que fracasaron siempre y empobrecieron a sociedades enteras, cuando no produjeron hambrunas y muerte. Se basa en el inmediatismo, el voluntarismo y en un desconocimiento no sólo de las reglas de la economía sino de la acción humana. Sin embargo, por la apetencia de votos, por ideología, por la presión, la destrucción o las pedreas de las masas, muchas se aplicarán. Y todas fracasarán. Como siempre.
Los países que tendrán mejor destino son los que no escriban ninguna carta con deseos y confíen en la capacidad, el esfuerzo, el trabajo, el talento y la creatividad de su gente. Y, sobre todo, en la libertad en todos los órdenes, incluyendo la libertad de comercio. Los que renuncien al confinamiento mental a que empujó la pandemia. Los que crean en las propias fuerzas. Los que tengan la suerte de ser gobernados por estadistas. O por gente normal.