¿Qué es lo que no hay que copiar de Argentina?
No se deben simplificar las razones de la decadencia del país vecino, para no llegar al mismo final
Parece que se está entendiendo finalmente que la enfermedad terminal argentina no es fruto de la casualidad ni de un virus originado en algún animalito en el confín del mundo ni de alguna conspiración internacional ni de una mayor riqueza de algunos que perversamente provoca la pobreza de otros.
La columna se desgañitó hasta la repetición aburrida anticipando un resultado que hoy espanta, aunque no debería sorprender a nadie. El populismo termina siempre en lo mismo, aunque sus fieles, gobierno y pueblo, se empecinen en negar las evidencias y los resultados empíricos universales, cualquiera fuese el grado en que se aplica. El viejo socialismo fracasado se metamorfosea en populismo para ganarse rápidamente el favor de las masas. Una planificación central sin plan, en que se manotea el dinero donde se lo encuentre, o se lo fabrica vía emisión o deuda, para obtener resultados instantáneos. Y votos.
Ese negacionismo de la acción humana hace creer que se puede exportar sin importar, con cualquier nivel de gasto o impuestos, aumentar o conservar el empleo con cualquier nivel de sueldos o rigidez laboral, que se pueden eliminar los pobres con el fácil expediente de repartir dádivas y que la educación puede ser politizada, vaciada y bastardeada sin producir daños irreparables en la economía y en la sociedad. Seguramente al comienzo eso asegura la adhesión y hasta el fanatismo de los beneficiarios de tamaño facilismo, hasta que explotan la inflación, el default, el nivel de empleo y, sobre todo, muere la confianza interna y externa. El manejo de la pandemia por parte del gobierno argentino responde exactamente a esos mismos parámetros, con iguales consecuencias. Salvo que aún un solo muerto es mucho más grave que un default.
Los analistas orientales comentan con cierto regodeo el drama del vecino y empiezan a advertir que Uruguay debe cuidarse de no reproducir sus sandeces, pero son tibios en el listado de las acciones o criterios que se deben evitar a toda costa. Parecería creerse que, si se hace populismo con menos velocidad, o con más moderación o parsimonia, los efectos nocivos serán menores y los estallidos más suaves.
Se debe recordar otra vez que Uruguay detuvo felizmente la espiral explosiva, que lo hubiera llevado al destino argentino, gracias a la patriótica y decidida acción de Jorge Batlle que, contra toda la presión de la izquierda, de buena parte de su partido, de la sociedad y del propio establishment, decidió arreglar la deuda externa y el desbarajuste de los depósitos bancarios sin caer en el default facilista y estafador del populismo. Esa decisión fue salvadora y preservó la confianza.
Quince años de populismo a la uruguaya, repartiendo primero una riqueza pasajera y luego una riqueza inexistente, acercaron de nuevo al país a la membresía del club rioplatense del fracaso. Por eso es bueno que surjan voces que adviertan sobre las similitudes, aún cuando sea tímidamente. Se ha comprendido el peligro del camino fatal del déficit, aunque se llegue a él de a poquito. Pero el diagnóstico no se debe agotar en el déficit, apenas una resultante. Detenerse ahí implica sostener que la solución es de tipo fiscalista, es decir que da lo mismo por qué extremo se lo aborda, el del gasto, el del impuesto o una mezcla de ambos.
Justamente ese fue y es el mayor error argentino, con todos los gobiernos. Creer que daba lo mismo achicar el déficit subiendo impuestos que bajando el gasto. Eso llevó al fácil recurso de aumentar las cargas tributarias, que paraliza; de emitir, que crea el peor de los impuestos, la inflación; de endeudarse, que es impuesto futuro; y así al default, que es el fin de la confianza, la inversión y la esperanza. Entonces, cuando se aconseja sobre lo que debe o no hacerse para no terminar siendo un paria, no se puede eludir la imprescindibilidad de bajar el gasto, no el déficit vía impuestos. Error fatídico que le costó a Macri su presidencia y a Argentina su futuro y sus libertades.
Hay otras modelos y criterios que deben evitarse. El proteccionismo, paradoja fatal en las economías pequeñas. El “vivir con lo nuestro” de la Cepal fue el catecismo que, como una piedra atada al cuello, hundió al vecino rico, que se empobreció aferrado a esa impotencia inducida. Se suele argüir que Uruguay no es proteccionista. Basta analizar lo que valen comparativamente los bienes durables para comprender que no es así. Y tiene los mismos efectos económicos siempre, cualquiera fuera la forma que tomase. En especial en el empleo y el bienestar.
El estado metido a empresario es otro formato de gasto y de proteccionismo combinados, además del efecto oculto de corrupción, que Argentina sabe y Uruguay no quiere saber. El tamaño del estado uruguayo es peligrosamente parecido en muchos puntos al de Argentina, porcentualmente. La ineficiencia es la misma, y sobre la corrupción la columna se abstiene, porque de eso no se habla, como es sabido.
El gobierno ha dado indicaciones de que comprende el problema, o los problemas, y está dispuesto a enfrentarlos y corregirlos. Habrá que ver si logra vencer los obstáculos que le apilen su propia coalición y claramente la oposición con el apoyo de su sindicalismo que, como el argentino, es el brazo combativo y obstructor de cualquier saneamiento, en el doble sentido del término. Y que está en contra de la creación de empleo por cualquier método, más allá de lo que declama.
El populismo es el intento de evitar la disciplina, el esfuerzo y el mérito. La anulación del tiempo. El sueño demagógico de la instantaneidad. Sacarle a uno para darle a otro. Ser como dioses. Un pecado político de soberbia que paga el país por toda la eternidad. Eso es lo que no se debe copiar.