La discusión sobre si los liberales se deben o no unir políticamente para enfrentar a los gobiernos populistas es superficial e irrelevante. Y casi futbolera. Faltaría que se dijera que “el liberalismo unido jamás será vencido”.
Los principios liberales son universales y han sido suficientemente difundidos. En términos económicos, lo que se denomina economía liberal no es más que el formato de libertad, derecho de propiedad y limitación de la intervención estatal (el moderno rey) sobre la actividad creativa y productiva privada, en definitiva, la acción humana.
Esos principios han sido aplicados reiteradamente en el último siglo, con más éxito que cualquier otra propuesta, tanto en términos de crecimiento de riqueza, de bienestar y de reducción de la pobreza por gobiernos y países disímiles en ideología y en organización política. De modo que no haría falta para aplicar la filosofía, los principios y las prácticas del liberalismo que ese colectivo imaginario al que se denomina “los liberales”, se uniese para actuar en política. No se trata de una esotérica fórmula secreta, ni de una secta con prácticas áulicas.
Hasta en algún punto es conveniente que el liberalismo continúe su prédica filosófica y ética, y que quienes la apliquen sean los sectores políticos y, sobre todo, “los hacedores”, es decir, el selecto grupo capaz de hacer cambios, de persuadir, de conducir a los pueblos.
El enfrentamiento entre Alberdi y Sarmiento, dos liberales indisputables, muestra esa diferencia. Alberdi era un pensador, un predicador liberal. Sarmiento era un hacedor, y aplicaba las ideas liberales porque las creía convenientes para su sociedad. En esa tarea, el tucumano le marcaba los principios y el sanjuanino lo insultaba con estilo, pero groseramente. Y hacía.
¿Podrían Tocqueville, Hayek, Mises, Menger, Locke, Popper, Smith, Friedman conducir las transformaciones de Corea del Sur, Taiwán, Chile, Singapur, Paraguay, Malasia, aún la de China? (aunque moleste el ejemplo) No. Hace falta otra condición, otras características de personalidad, otra tozudez, otra capacidad para estrellarse una y otra vez, para vencer obstáculos, algo que tienen los políticos capaces de generar las grandes transformaciones. (para bien o para mal) Son ellos quienes deben tomar los principios liberales y aplicarlos para el bien de sus pueblos.
La vehemencia o la verba encendida hacen creer que quienes la esgrimen están mejor preparados que los reflexivos y serenos para aplicar tales ideas y principios. Es sólo una ilusión que además ignora los vericuetos de los presupuestos, las burocracias, las democracias. El riesgo es elegir un Guy Fawkes intratable que inmole con él a una generación o malogre las pocas oportunidades. Justamente por eso hacen falta los Alberdi y los Sarmientos, aunque se insulten entre ellos. Pero no tienen por qué actuar en el mismo partido, en equipo, unánimemente.
Las características de nuestro sistema político, que como todo sistema político puede ser justo, equilibrado o perverso, según quiénes lo apliquen y según cómo sea la sociedad, también empuja a hacer pensar que una dispersión de esfuerzos conspira hasta matemáticamente para poder colocar un diputado o para imponer un presidente frente a un movimiento marabúntico como el peronismo, que siempre se comporta electoralmente como un sistema de lemas, pero que termina legislando y eligiendo monolíticamente casi atávicamente. Además de que eso no es cierto en el caso de las elecciones de diputados, tampoco se verifica en las elecciones presidenciales. Si se estudian las cifras electorales comparadas, el peronismo hoy gobierna porque Massa decidió pasarse a sus filas de nuevo. Y nada que hubiera hecho Macri, el liberalismo o quien fuere en materia política podría haber cambiado esa suerte. Salvo gobernar bien, que es otra historia, y aún así relativa.
La moderna utilización del término libertarismo como sinónimo, complica esa unión. En algún punto funciona como una denominación de marketing, que se contrapone a la de neoliberalismo, creada por la izquierda para no exhibirse como enemiga frontal de los principios de libertad, propiedad y derecho que defiende el liberalismo. Al mismo tiempo, el libertarismo es una versión más disruptiva, más urgida e instantánea del liberalismo. Una mutación adolescente de las mismas ideas. Con lo que es probable que un libertario Rothbardiano esté predispuesto a unirse con un liberal y viceversa. Lo que tampoco importa demasiado, a menos que se quiere hacer encaprichadamente un partido político.
A esto se suma otra confusión: la de las escuelas económicas, que a su vez abren otra diferenciación entre el conservadurismo y el liberalismo, que claramente no son la misma cosa. Es común que la gente pida que se unan partidarios de estos dos conceptos que no casan políticamente. En su desesperación por encontrar una nueva oposición que no se parezca al peronismo, intenta minimizar diferencias filosóficas y políticas de fondo, empujando para que se unan quienes no pueden estar unidos porque piensan distinto.
En ese camino, se llega hasta la descalificación o el insulto a quienes no quieren unirse, se mimetiza el concepto “liberal” con el de “oposición” y se piden milagros que difícilmente puedan funcionar más de unos meses sin partirse.
En este momento caótico de argentina, sin esperanzas y con un sistema deliberadamente oligopólico del poder, en lo electoral y en el ejercicio político en general, habrá que empezar a pensar de otra manera. Cuando se habla con los politólogos cercanos a la trama de los partidos y a la famosa rosca política, o con los medidores de opinión avezados, la sensación es vomitiva. Un entramado de traiciones, trampas, dinero, maniobras, mentiras, fraudes y mugres de todo tipo que parece diseñado no sólo para beneficio de un par de partidos mayoritarios, sino para que la gente honesta se aleje corriendo despavorida.
Es posible que esto sea así en casi todas partes, como ocurre con la pedofilia o las violaciones, pero eso no deja de ser repugnante y denigrante. No es casual que el liberalismo sea execrado desde la derecha, la izquierda y el centro. Los principios no tienen lugar en ese teatro, ni sirven. Y hasta no es poco común que algunos lleguen enarbolándolos para dejarlos de lado una vez que logran participar.
Todos los intentos de pactar con los partidos políticos pequeños para usar su cáscara legal y poder candidatearse, a veces inventando alianzas meramente formales para aumentar las jurisdicciones y en consecuencia las opciones electorales, han resultado penosos y frustrantes, por las mismas razones descriptas en el párrafo previo. Y por supuesto, todo intento de conseguir una unidad ideológica por ese camino está condenado al fracaso y al esfuerzo inútil. Cuando se introducen los costos económicos de cualquier intento político para aspirar a un resultado exitoso el problema se agrava: sólo un billonario o un delincuente en potencia puede afrontarlos, casi una inversión.
Siguiendo esta línea argumental, la única variante posible es la creación desde cero de un partido. Frase que inmediatamente merecerá un comentario unánime: imposible. Con una sola respuesta: si no es posible constituir un nuevo partido político, con su base filosófica y principista, su capacidad de formación, el trabajo legal y técnico que eso implica, incluyendo la lucha inevitable en varios frentes para lograr su entidad jurídica contra el oligopolio reinante, no se estará en condiciones de influir en la sociedad para un cambio integral que, aunque tome años, lleve a un resultado exitoso, al restablecimiento de una unidad de país, a un criterio, a una patria. Todos los intentos serán ejercicios de egolatría, búsqueda de fama transitoria, seguidores en Twitter o figuración, haciendo un esfuerzo para no pensar mal.
Que surja un partido nuevo, integrado por miembros respetados y respetables, que elija el camino liberal si lo cree adecuado en los temas en que los crea adecuados. Que sea honesto, patriota, capaz y hacedor.
Nosotros, los que nos pensamos liberales, sigamos tratando a nuestro nivel de ser Alberdi, aguantando el fortín hasta que nos lleguen los Sarmiento, los Avellaneda y los Roca.