Publicado en El Observador 04/10/2021
El sueño de la apertura con consenso
Intentar una coincidencia entre quienes paran el país y proponen derogar la LUC y los que promueven la apertura comercial es perder tiempo
La insistencia en ciertas afirmaciones y propuestas que tienen escasa o nula probabilidad de materializarse obliga a repetirse en el análisis y la argumentación, pero se debe correr el riesgo de aburrir al lector con reiteraciones en aras de lograr hacer foco en las reales chances que el país tiene disponibles en el marco global de hoy.
Las opciones económicas actuales de Uruguay son las más limitadas de ese siglo, tanto por su conformación endógena como por los efectos exógenos de un mundo súbitamente proteccionista, inflacionario, de poca generación de empleo y sobreendeudado. Lo que se ha dado en llamar con propiedad el Nuevo Desorden Mundial. Con algunas diferencias importantes, como el grado de avance tecnológico, la riqueza acumulada, el consumo interno, la participación en mercados internacionales y la capacidad productiva de las grandes potencias y aún las secundarias, que les permiten afrontar mejor este momento y esperar una paulatina recuperación, que será de todos modos más lenta y trabajosa de lo esperado cuanto más proteccionismo y déficit se genere.
El caso local es todavía más complicado. De seguir en el camino transitado por el Frente Amplio en su gestión y las exigencias del Pit-Cnt, la actividad económica se limitará a la producción agropecuaria y forestal y colaterales, con reducción sistémica del empleo privado, que deberá reemplazarse por subsidios estatales o empleo público inventado, o sea un mayor gasto del estado. Eso supone inexorablemente una carga impositiva mayor y creciente sobre los sectores productivos, lo que tiene un límite muy cercano: la inviabilidad paralizante de esos sectores, límite que se alcanzará muy rápidamente.
Se puede también recurrir a gravar el ahorro o capital acumulado, tanto en el ámbito interno como en el exterior. Como esos capitales ya han pagado su impuesto, o no han sido generados en la actividad local, según cual fuera la base gravada, eso tiene un múltiple efecto. El de confiscación, el de inseguridad jurídica, el desestímulo a cualquier inversión interna o externa, una baja del consumo y una pronta extinción de esa fuente, para llegar a un estado grandísimo y sin financiamiento. Eso es exactamente lo que ha ocurrido en situaciones similares en el mundo y en la historia. Y lo que es peor, termina también siempre en contextos de autocracia, o peores.
Si la intención es no caer en ese final de miseria compartida y mantener al menos el nivel de bienestar actual, no queda otro camino que tratar de proyectarse al mundo en cualquiera o todos los formatos posibles. Tanto en las producciones tradicionales como en las nuevas actividades y emprendimientos, unido al fomento de la educación y la creatividad, concepto que suena abstracto hasta que se advierte quiénes son los exitosos de la economía mundial, tanto en la riqueza de las naciones como en los ingresos individuales, el empleo y el crecimiento.
En la necesidad de esa apuesta está de acuerdo un sector importante de la sociedad. El otro sector, también importante, declama estar de acuerdo, pero solamente hasta que comprende que para poder desarrollar esa idea hace falta ceder posiciones de comodidad, cumplir ciertas condiciones y hasta sacrificar temporariamente ciertos beneficios, ventajas o privilegios. O sea, competir. Rechazo que, sobre todo al principio del cambio, ocurre en todo el mundo y siempre, aunque se crea que sólo es un fenómeno doméstico.
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Uno de los caminos tradicionales y probados para aumentar el tamaño y la riqueza es aumentar el comercio exterior. Idea que llegaría en un mal momento porque casi ningún país quiere abrir sus mercados, al contrario. De modo que, en ese plano, las opciones uruguayas son poquísimas. China y el resto de Asia, apenas. Casi un último recurso. De modo que cualquier exhortación a priorizar o ponderar la ideología, las características del sistema de gobierno u otros factores inherentes a cada país, se están volviendo irrelevantes porque las opciones no existen. Hay que comerciar con quién tenga predisposición ha hacerlo y negociar con esa nación. Resulta innecesario decir que se debe vender sólo bienes, no adhesiones ni subordinaciones. Procurar tratados tiene una contrapartida. Se trata de una negociación, en la que hay que dar algo a cambio, como ocurre en el mundo civilizado. Otro concepto inaceptable para los monopólicos, que consideran que un buen tratado es aquél en que la contraparte acepta otorgar todas las ventajas, pero no reclamar nada a cambio. La lógica de una toma y ocupación de fábrica, para dar una explicación fácil de comprender. Consensuar semejante grieta es imposible. Simplemente porque el trotskismo sindical no quiere.
Brasil ha dicho que está de acuerdo en bajar el arancel proteccionista del Mercosur, y ese es un buen punto de partida. Pero cualquier acuerdo de cualquier tipo implica enfrentar duras oposiciones, porque los privilegios empresariales y laborales, más la terrible fuerza de los monopolios estatales, hace que la lucha sea más profunda y drástica: los que quieren crecer o los que quieren empobrecerse en comunidad. Todo otro argumento, esconde ese enunciado final. Como lo esconde el tratar de imitar el proteccionismo y el despilfarro que crecen en China o EEUU, y que hace rato debilitan a Europa.
Si en cambio se quiere crecer en base a desarrollar los nuevos mercados tecnológicos, de apps, de emprendimientos online, de creatividad y de servicios, la inversión, la seguridad jurídica y la flexibilidad de contratación son vitales. Y aquí se da igual dicotomía: una parte trascendente de la sociedad quiere todo lo opuesto a ese marco. Con lo que, en el fondo, propugna un empobrecimiento colectivo y comunitario. A menos que tuviera un formato secreto que sería interesante conocer. Y patentar.
Es común escuchar que una apertura o un cambio de modelo requiere un consenso de la sociedad. También se escucha algo similar en Argentina, en Gran Bretaña y en muchos otros países con similares desafíos. Ese consenso es imposible. En un ataque de crueldad, es posible sostener que nunca puede haber consenso cuando los objetivos entre los sectores son tan opuestos y hasta supranacionales y dogmáticos en muchos casos.
La dura tarea de un gobierno es marcar el camino y desbrozarlo. Avanzar con leyes, con prédica, con alianzas donde sea posible y con hechos. El consenso es bienvenido. Pero no el detenerse a esperarlo. Buscar hoy consenso es una utopía. Y puede ser una trampa. El consenso tal vez llegue a medida que llegan los resultados, después. Por eso, cuando se intenta derogar los modestos avances legislados en ella, la batalla por la LUC encierra también la suerte oriental. Perder esa batalla se parece mucho a dejar de lado toda esperanza.
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