Publicado en El Observador 11/05/2021
El partido empieza cuando termine la pandemia
El virus ha puesto en coma inducido el debate sobre cambios de fondo en la concepción económica y del comercio internacional
Siendo optimistas, cuando termine la pandemia al gobierno de la coalición le restarán tres años de mandato. Sufrirá, en ese momento, todas las presiones generadas por el SARS-2 y su contención, global y localmente. También sufrirá el peso negativo de lo que se llama el reseteo mundial, que es sólo el recurso dialéctico del popusocialismo que intenta hacer creer en su cede central y en todas sus sucursales que el virus ha derogado las leyes económicas, y otras leyes fundamentales.
Sufrirá, además, el efecto del proteccionismo mundial, error deliberado -valga el oxímoron – que los países centrales, sobre todo EEUU, cometen cuando están ante una crisis de empleo y depresión, lo que suele atrasar la recuperación universal varios años y condenar a los países de producción primaria.
También habrá perdido el momento de gracia poselectoral, tanto dentro de su alianza como en la opinión pública, y habrá gastado un tiempo que se debía usar para la prédica y la propuesta y que se tuvo que consumir en la emergencia sanitaria, incluyendo recursos destinados a ayudas que siempre serán consideradas insuficientes.
Como si eso no bastara, tiene y tendrá enfrente a su opositor principal, el Pit-Cnt, que ya sea con su herramienta el FA o por su cuenta, (debería asumirse como partido político de una buena vez) continuará saboteando todo intento de recuperación del empleo y del comercio (la misma cosa). Hoy mismo la central trotskista está bregando por la derogación de la LUC, usando los mismos argumentos que llevaron a la parálisis final del empleo privado y está defendiendo el monopolio burocrático y la autarquía inaceptable de las seudoempresas del estado, eufemismo por feudo intolerable, sospechoso y petrobrasiano.
Y, como remate, tendrá la ciega presión ideológica de los impuesteros, que este espacio ha definido como un operario que sólo sabe usar el martillo y entonces arregla todo a martillazos. Tienen un impuesto para cada problema. O sea, un problema para cada problema. Un ejemplo es el de un hijo dilecto de la central sindical protegida, el exministro Murro, que inventa ahora el concepto de equidad o justicia intrageneracional para lo que llama solución al problema jubilatorio, que en definitiva consiste en sacarle su plata al jubilado con más aportes para darle al que no aportó lo suficiente, y como eso no alcanza, cubrir la diferencia con nuevos impuestos que denomina solidarios, porque por supuesto, todo impuesto es solidario… con la burocracia sindical o de jerarcas. Implica resolver el déficit del sistema con más impuestos. El martillazo. Como cuánto más gravámenes menos trabajo, el círculo vicioso es infinito y termina sin empleo; el futuro con que se amenaza es evidente y caerá sobre la falda del gobierno en 3, 2, 1…
En ese marco se vuelve a discutir el Mercosur, tarde e inconsecuentemente. El mundo pospandemia será cruel, egoísta e insolidario. Las commodities darán un respiro al déficit y al riesgo crediticio, pero sólo eso. El valor agregado vendrá por la innovación, no por los tratados. Por supuesto que hay que dar la discusión, pero la columna no pone esperanza alguna en el resultado, aún en el supuesto caso de la soñada flexibilización de la decisión 32/00.
Paralelamente se introduce la discusión sobre los socios que debe seleccionar el país para ese futuro. Como si existieran opciones reales y como si existiera la posibilidad de optar. Se compra aquí el discurso del gobierno norteamericano, que justifica su feroz embestida proteccionista contra China en nombre de luchar contra la dictadura comunista, cuando en realidad está tratando de emparchar la anomia de la industria del norte en los últimos 40 años, con sus CEOS mucho más preocupados en sus bonus, stock options y recompra de acciones, que en actualizar sus métodos de producción y sus líneas de productos, y en comprar empresas de tecnología más que en desarrollar su propia innovación. La pelea mundial no es ideológica. Es comercial. China era comunista y dictatorial con Nixon, con Clinton, con Obama y con los Bush.
Aún cuando la realidad no fuera tan contundente como este análisis, no será muy distinta en sus efectos. Por eso el gobierno debería pisar el acelerador y doblar su apuesta a las radicaciones de persona físicas y de inversión a las que se jugó, y que se vieron obstaculizadas por la pandemia, en los viajes y contactos personales imprescindibles y con la parsimonia virósica de consulados y otras oficinas públicas.
En esa línea, debería garantizar con una ley, además de la vacación fiscal de 10 años ya sancionada, que quien se radicase no se verá afectado por nuevos impuestos. Hasta un distraído sabe que, por una simple cuestión de alternancia, la coalición tiene muchas probabilidades de ser sucedida por un gobierno del Pit-Cnt o por alguna aliado cautivo tipo FA que le responda ideológicamente. Eso implica una lluvia de impuestos estilo argentinos o peor, con la excusa y el nombre que se irán viendo. Aún un desprevenido emprendedor argentino comprende que, si eso no se resuelve, radicarse en Uruguay será sólo un breve interregno, y así lo planificará. De paso, esa norma debe corregir las inequidades creadas por la legislación sobre la extensión de los 10 años de alivio tributario a los inversores, que deja fuera a los ya residentes que invirtieron en propiedades antes de 2020. Una discriminación jurídica, por apresuramiento y poco análisis, seguramente.
La distintez oriental sólo será posible si se aumentan sensiblementes la inversión y la innovación privada. De lo contrario, se volverán al círculo vicioso del martillazo impositivo, hasta que el último ahorrista y el último trabajador paguen la cuenta de todo.