Publicado en El Observador  31/08/2021


Sinceramente

 

El pase del año entre el Pit-Cnt  y el FA formaliza una cantada fusión política y pone claridad. Los trabajadores privados deberían bregar por otra central sindical que los cuidara

 



















La decisión del MPP de proponer como presidente del Frente Amplio al presidente del Pit-Cnt, Fernando Pereira es, esencialmente, un acto de sinceramiento que esta columna celebra. Hace rato que la agrupación gremial dirige ideológicamente al FA, aunque sin un formato jurídico que lo respalde o lo trasparente. (La central informal sindical es reacia a aceptar las rigidices y reglas a que obligan las formas legales)

 

Seguramente se puede argumentar que el cambio de rol no implica la unificación de mandos y menos la unificación de facto o de acción de ambas fuerzas, eso está en cada uno creerlo, como cualquier leyenda urbana. Lo cierto es que históricamente, no sólo existe una sociedad política, sino que el Pit-Cnt ha venido obrando simultáneamente como ramas sindical instrumental del frenteamplismo, y viceversa, este último ha respondido matemática y obedientemente a los mandatos de la central sindical. 

 

Si prosperase la postulación del MPP sería más notorio que los paros, las huelgas, aún el mismo referéndum contra la LUC capitaneados por la cuasientidad de trabajadores son parte de un accionar político que pone obstáculos y hasta sabotea la gestión del gobierno elegido en las urnas. Eso rompe el mito de que la alternancia es digerida con caballerosidad y altura por todos los participantes. De lo contrario, el referéndum impulsado originalmente por el Pit-Cnt debería haber versado sobre unos pocos temas laborales, no sobre toda la ley, tal como ocurre con la huelga programada para setiembre. Si bien no es una novedad este baile de máscaras político, que ha sido largamente advertido, a partir de ahora se cae toda hipocresía al respecto. Eso es positivo y evita que parte de la ciudadanía se confunda. La alternancia es, para el FrenteAmplio-Pit-Cnt (¿en adelante el FAPC?) algo que se reclama como derecho cuando se pierde, pero no algo que se reconoce como derecho al que triunfa en una elección. 

 

Imposible no recordar en este punto los 13 paros con movilización conque la CGT de Perón paralizara la gestión de Raúl Alfonsín en los 80, usando la misma treta de doble personalidad gremial-política y el mismo discurso. E imposible omitir la concatenación de efectos que terminaron explotando en esta situación inmanejable de hoy de Argentina. 

 

También, con este paso, se cae el recurso de los matices ideológicos. El nuevo FAPC es una estructura de marxismo moderno, escondida en la figura de una social democracia, un socialismo atenuado, un capitalismo de estado o cualquier otro disfraz conque se trate de ocultar el comunismo de multifracaso. Sin matices. Ni uno defiende la democracia, ni el otro defiende a los trabajadores. Se escudan detrás de las orgas internacionales cuando resulta conveniente, pero desobedecen rampantemente las decisiones de la OIT cuando no les conviene, como incumplen las decisiones de la democracia cuando pierden y la reemplazan por el concepto de la democracia directa, o algún formato de voto infinito sobre el mismo tema, como las huelgas o los paros en las empresas del estado, o el reclamo por un cierre total por pandemia para provocar más desempleo y generar la necesidad de más subsidios. 

 

Como siguiendo un procedimiento, muchos analistas han empezado a pregonar la figura moderada y casi de centro del futuro presidente del FAPC. Sin hacer puntería sobre el accionar de una persona, basta ver lo que defiende desde siempre el Pit-Cnt para no dudar que no existe moderación en ninguno de sus postulados. Uruguay se estaba hundiendo en 2019 con su prédica antiprivatista, antiempresaria y anticapital y la defensa del monopolio estatal. Lo mismo que el empleo. En la situación actual de la sociedad mundial el problema es aún peor.  El cambio tecnológico se acelerará cuanto más se persiga al empresario con cláusulas laborales proteccionistas.  El reseteo con el que sueña el sociocomunismo mundial es una utopía más, una expresión de anhelo sin sustento de ningún tipo, salvo la irresponsabilidad, que terminará en la pobreza universal. Tal vez un objetivo evangélico. Y así lo ha entendido hasta China, no Cuba y Venezuela, por supuesto. A menos que se quiera que todos los trabajadores uruguayos terminen siendo empleados del estado, que no tendrá cómo pagarles, hay que encontrar otros caminos. 

 

Tratar de vender la figura moderada, tanto de quienes la conduzcan como de la nueva fuerza unificada, hasta con alegatos de adhesión a la voluntarista doctrina social de la Iglesia, es algo difícil, si simplemente se lee la prédica y el accionar histórico. A lo que se debe agregar otro concepto hartamente repetido y presenciado en el mundo. El sociocomunismo nunca vuelve mejor.

 

El título de esta nota -casualmente igual al del libro de Cristina Fernández, que imparte prédicas similares a las que aquí se critican - sirve también para recordar que cuando estas promesas de equidad y bienestar universal fracasan, la primera víctima, luego de los trabajadores, es la democracia. Y esa es la gran contradicción – hábil contradicción – del Frente Amplio, ahora FMPC. Intentar eludir lo que ocurre cuando estas promesas se estrellan no ya contra la realidad, sino contra su propia incoherencia. El Pit-Cnt, en su vida anterior, fracasó en su principal tarea de luchar para conseguir más trabajo privado, el único empleo sostenible. También lo hizo el Frente. La única vez en que aumentó el trabajo privado fue cuando antes lo hizo la actividad privada. En esta nueva simbiosis virtual, sus propuestas de futuro siguen siendo las mismas, a veces con otro nombre: más estado, más gasto, más impuestos, menos empresa privada, más empleo estatal, menos libertad de empresa, y a la larga, menos libertad. 

 

No hay manera de que no haya una grieta, diga lo que dijere el presidente Lacalle en su papel conciliador. Esta fusión que acaba de proponer el MPP tiene la virtud de poner las cosas claras. Pero si en serio se quisiera ser democráticos, reducir grietas, y darles una real oportunidad de opinar sobre su destino, los trabajadores privados deberían ahora poder tener otra central sindical propia, sin dependencias ni tintes políticos, con personería legal y elegida por ellos. A eso también podría llamársele democracia directa, o poliarquía, para respetar el purísimo y prístino pensamiento ecléctico. ¿O semejante idea estrafalaria ofendería al marxismo?