Publicado en El Observador. 02/11/2021
El neofrentismo
La izquierda empieza a mostrar su verdadera cara tras la derrota, con su método de resistencia activa y el sinceramiento de su conducción
Cualquiera fuere su suerte, la LUC ya cumplió un papel importante que ni siquiera estuvo planeado: mostró cómo será el Frente Amplio del futuro. O quizás, simplemente mostró como fue siempre su esencia. Basta escuchar los argumentos que se esgrimen al proponer la derogación de la megaley para comprender que simplemente se está haciendo énfasis en algunos puntos que puedan resultar sensibles a la ciudadanía, pero que casi nunca, o muy pocas veces, tienen algo que ver con el texto de la ley, ni siquiera forman parte de ella, o a veces se trata de artículos aprobados por los mismos que bregan por su derogación. Es una excusa, no un debate, como se pretende. Para tranquilidad de los puristas cancelatorios del Frente, habrá que aclarar por centésima vez que la oposición tiene el derecho constitucional de oponerse a la ley y a lo que se le dé la gana, y usar cuanto vericueto legal encuentre para ello, sin importar si tiene razón o no, si miente o no, si sus argumentos son válidos o no. Eso incluye el pedido de un referéndum, por supuesto.
Pero la opinión pública, el gobierno, el periodismo y quienquiera fuese, tienen a su vez el derecho de calificar esas posiciones, acompañarlas, criticarlas, rebatirlas, despreciarlas, y hasta de descalificarlas, derecho que está por encima de la Constitución misma, por ser un derecho humano preexistente, como enseñan los pensadores universales de la izquierda, (que se arrogan la invención y la defensa de los mismos) salvo que se invente alguna argumentación nueva, o se desempolve alguna vieja teoría que diga lo contrario, por un rato.
Esa obsesión en el ataque a la LUC, al voleo y sin respaldo en la seriedad conceptual y en la seriedad sin aditamentos, da derecho a pensar, además de las propias declaraciones de los númenes y fogoneros del FA, que lo que se está haciendo es transformar el referéndum en un plebiscito más que en una elección de medio término, en un virtual voto de confianza o de no confianza, en un referéndum ratificatorio de las elecciones de 2019. Ese accionar empecinado opositor, unido a las huelgas y paros dañinos que se decretan con cualquier razón, más las proclamas sindicales jurando que “se continuará la lucha”, aún cuando el resultado del referéndum no alcanzara para derogar la ley, no está garantizado por la Constitución. Ni permitido. Obviamente, el neomarxismo, experto en materialismo dialéctico y en encontrar argumentos hurgando en los libros de sus propios autores, siempre impondrá su interpretación invocando la minuciosidad de la letra de las leyes que le convengan, no el espíritu, y vistiendo de legal lo que en la práctica haga, aún cuando ello no sea constitucional. Por eso sostiene con inocente desenfado que si el recurso está en la CN puede y debe usarse (cuando convenga). Por eso es importante que se desenmascaren las intenciones evidenciadas y las actitudes y procederes, salvo que también se encuentre el mecanismo intelectual para prohibir cualquier opinión.
Esta observación no es gratuita, cuando ahora se pretende que el presidente no se exprese en modo alguno en defensa de la LUC, que es una ley de la República, porque según los diccionarios que se esgrimen como valor legal eso sería inmiscuirse en una elección. Cualquiera comprenderá que se trata de silenciar la voz más importante y poderosa del gobierno, como si en un juicio se prohibiera declarar al principal testigo de la defensa. Materialismo dialéctico, desde hace más de un siglo. El Frente Amplio decide con quién confronta. Siempre dentro de la democracia y la Ley Suprema, juran.
Además de esgrimir ahora argumentos legales y jurídicos que no lo preocuparon demasiado en su larga gestión, la oposición sigue poniendo énfasis en declamar los valores de la democracia, que en el país y en el mundo la izquierda blande cuando gana para transformar su mayoría en poder absoluto, pero que devalúa, relativiza, sabotea o torpedea cuando pierde, siempre en nombre de algún derecho superior, o de la necesidad de consenso, o de debatir, o de las garantías legales, como si hubiera dado el ejemplo de todo ello en el ejercicio de sus mandatos, de paso, y aún en la misma LUC, que discutió largamente e inclusive aprobó en varios de sus puntos, puntos que ahora quiere derogar por conveniencia.
La LUC desnudó, como si hiciera falta, el viejo mecanismo del marxismo. Le hizo mostrar sus cartas con toda su crudeza. Cuando el Partido Comunista ordenó que el presidente del Frente fuera el hasta ayer presidente del Pit-Cnt, la agrupación informal gremial trotskista que promueve la exclusividad del empleo estatal y pulverizará a los trabajadores privados, también tomó un camino que pasa por el referéndum, pero avanzará hacia su triunfo conceptual, su sueño de pobreza igualadora universal. Es sabido que se le han agotado al frenteamplismo los líderes que mantenían un cierto equilibrio que permitía atraer o conservar a los sectores menos radicalizados y que - hay que aceptarlo – supieron imponerse a su propias masas para mantener una seriedad económica y jurídica, lo que salvó al partido y al país de una catástrofe. Es evidente que el camino elegido ahora es otro, cuando se designa como presidente a quién ha impulsado un movimiento con un accionar bastante lejano a la democracia, al progreso y al diálogo, como se ha reiterado no sólo en lo referente a la LUC, sino a la posición combativa sistemática y negacionista en contra de cualquier legislación o medida del gobierno, laboral o no.
Este es, para que quede claro, el nuevo Frente Amplio. Y esto es lo que puede esperarse de cualquier gestión futura. No diferente a la historia del socialismo mundial, bajo el paraguas del neomarxismo que se imbrica en la democracia para destruirla, como el cáncer en la célula. Al menos, ahora nadie puede sostener que no sabía lo que votaba y que creía que la política uruguaya era un cordial debate entre amigos y que la resultane era un feliz promedio y todo bien. Basta escuchar el discurso de Fernando Pereira acusando al gobierno de empobrecer a Uruguay y haciendo abstracción de los efectos de la pandemia, que habrían sido mucho peores si se seguían sus consejos.
Pero queda una pregunta final para determinar la estrategia de la Coalición ante el referéndum: ¿debe defender el articulado y las ventajas de la LUC, lo que al frenteamplista no le importa nada, y se limita a repetir que es mala, o debe llamar a defender y refrendar el resultado electoral? No sería malo que Uruguay definiera su propio destino, aunque esté condenado a hacerlo una y otra vez, como el FA parece creer y como está decidido a que ocurra hasta imponerse.