Publicado el 15/11/2022 en Contraviento.uy



Tic tac…

 

La bomba de tiempo del sistema previsional que la oposición hará estallar




 











En una reciente nota que reprodujera Contraviento hace tres semanas, la columna calificaba de error histórico la decisión del presidente de avanzar sobre la reforma previsional sin haber logrado el consenso previo de la oposición, que utilizaría como ariete electoral el cambio de sistema para convocar a la derogación de la ley por aprobarse, no importaba los costos o las consecuencias de hacerlo en términos de la seriedad fiscal ni de los derechos de los aportantes ni del ataque impositivo que semejante actitud significara.

 

Su párrafo central rezaba textualmente: “La oposición ha rechazado de plano la reforma. Eso significa no ya que la misma es eventualmente modificable en dos años o menos, lo que torna la reforma en automáticamente inútil con efecto inmediato, sino que preanuncia el futuro referéndum que propondrá y probablemente ganará la alianza opositora, para anular no sólo el régimen privado de las AFAP, sino para retroceder en muchos de los cambios previstos”

 

Hace menos de una semana, el sindicato trotskista FANCAP, resolvió “resistir en las calles “la reforma y “militar” la posibilidad de impulsar un plebiscito constitucional a realizarse en conjunto con las elecciones de 2024

La Asamblea Representativa de la Federación Ancap se pronunció sobre la propuesta de ley de reforma previsional, y manifestó su rechazo frontal por considerarlo “un enorme retroceso para los intereses populares”. A partir de este posicionamiento, el sindicato resolvió una serie de medidas, que incluyen “resistir en las calles” junto a otros sindicatos y organizaciones sociales, incluida la Intersocial, y “militar” la posibilidad de impulsar un plebiscito constitucional en las elecciones nacionales de 2024 para dejar sin efecto la ley de reforma de la seguridad social del gobierno. Por supuesto, que, tal como también lo anticipara esta columna, el sindicato afirmó que propondrá la eliminación (confiscación) de las AFAP’s y que zanjará cualquier costo adicional con impuestos y otras cargas sobre el odiado capital en todas sus formas: inversión, ahorro, tenencia, empleadores, etc.

Se recordará que fue este mismo sindicato el que -empecinadamente- comenzó la lucha por el referéndum para derogar la LUC, aún contra la opinión gremial y política del Pit-Cnt-FA, hasta lograr doblarles el brazo, proceso que casi termina en derrota del gobierno. Si acaso no fue políticamente una derrota el resultado. 

Importa refrescar que el plebiscito constitucional es más peligroso aún que un referéndum, primero porque con apenas 10% se aprueba elevar a plebiscito modificatorio constitucional un texto determinado, (que sería el que se vote en 2024, según esta idea) que pasaría a formar parte del texto de la Constitución con el 50% más uno de los votos válidos. 

También importa repasar lo sostenido por esta columna sobre el mismo tema: “Es también evidente y visible a simple vista que el Pit-Cnt-FA continuará usando todo tipo de recursos de democracia directa para convertir cada decisión gubernamental en un plebiscito real o virtual, para proponer nuevos impuestos, medidas facilistas, redistributivas y opuestas al derecho de propiedad, y si eso no fuera suficiente, recursos de acción directa de la apodada democracia popular, (la siguiente etapa de democracia con aditamentos) como paros, huelgas, demandas imposibles, marchas o lo que fuere”. De modo que este nuevo proceso que se le ha servido en bandeja a la oposición era previsible y hasta cantado.

Y como también ha sostenido esta tribuna, se le ha regalado la posibilidad de empezar la campaña electoral dos años antes, ventaja nada menor, que pondrá al gobierno a la defensiva, aún más de lo que está. 

Cuando en la nota linkeada al comienzo se consideró un error histórico haber avanzado con esta reforma sin consenso y sin poder plasmar constitucionalmente la reforma previsional, surgió naturalmente la dicotomía de lo que corresponde hacer y lo que conviene hacer. De la permanente lucha entre los principios y la oportunidad, entre el deber y la conveniencia, como se quiera poner. Pero aquí se trata de un sacrificio inútil. Se pierde políticamente y no se consigue el objetivo central. Porque no es cierto que hay tal reforma duradera. Y no solamente porque los términos de la ley, como corresponde, tendrán efecto a lo largo del tiempo y en el largo plazo. Sino porque la reforma corre el riesgo de caerse a pedazos en cualquier momento. Hasta hoy mismo es difícil creer, aunque se intente, que la futura ley perdurará un tiempo razonable. Con lo cual el supuesto acto patriótico, o superior, es inconducente. 

Es cierto que lo que ocurre y ocurrirá con el sistema previsional tal vez escapa a las posibilidades del gobierno, y tiene una relación de espejo con la división de criterio (para no usar el término grieta que se niega por sistema) que marca la paridad casi matemática de los dos últimos procesos electorales. La mitad del país cree que la jubilación debe surgir de un proceso de ahorro y reparto con algún formato a conversar, y la otra mitad cree que es una obligación de quienes tienen una mejor situación económica mantenerlos y subsidiarlos con el mecanismo de empobrecerse vía impuestos, aportes o solidaridad inter e intrageneracional en nombre de un derecho divino que se supone tiene una parte de los trabajadores, en detrimento del empleo y de los derechos de los demás. 

En vez de sentir algún grado de orgullo o autosatisfacción por el cumplimiento de sus predicciones – de todas maneras, bastante obvias de formular- la columna promete no dar más ideas al sindicalismo trotskista, ni a su controlado Frente Amplio.

 

 




Argentina, entre bipolar y disociada

 

La decadencia del país vecino no se debe a la conductora del peronismo. sino a las medidas que se toman, las mismas que supuestamente garantizan la equidad y las conquistas en la región y el mundo




 

No es la primera vez que se sostiene en este espacio que, para comprender la realidad argentina, no hay que recurrir ni a la politología ni a la sociología ni a la economía, sino que hay que leer detenidamente el DSM-5, o para que se entienda mejor, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 5th. Edition, preparado por la Asociación Americana de Psiquiatras, que es el libro de cabecera de todos los psiquiatras y psicólogos del mundo. Los legos llamarían bipolaridad a la enfermedad nacional, pero más bien se trata de un trastorno disociativo, o doble personalidad. (Doble en un derroche de generosidad).

 

Algunos ejemplos: todos los habitantes quieren que se combata la inflación, y todos los políticos prometen hacerlo, unánimemente. Pero en cuanto se le dice que para ello hay que bajar el gasto, los subsidios, las dádivas y los dispendios del estado, el país se vuelve ingobernable, las calles se pueblan de indignados apedreadores, los legisladores se oponen siempre a cualquier cambio y la apelación a “la pobre gente” que sufrirá el ajuste conmueve los corazones y las ideas, dispara las huelgas y piquetes, y todo termina en un país sin crecimiento, atrasado, sin inversión, sin ideas, sin generación de empleo, lleno de gente que reclama sus conquistas pero las ve evaporarse. 

 

Usted dirá que eso está ocurriendo en todas partes. Y tiene razón. Y si quiere le puede agregar otro ingrediente: el argumento suicida y contra toda la evidencia de que la inflación es un fenómeno que no tiene correlación con la emisión, ni con la política monetaria, y hasta que no se sabe de dónde proviene, como sostiene ahora Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, también en otro alarde de doble personalidad: la de máxima autoridad económica de Europa, y la de absoluta ignorante de las reglas económicas. ¿Tal comportamiento es sinónimo de estar en el camino correcto? 

 

Otro intento que se puede hacer en Argentina está relacionado con el cepo cambiario. La tortura que sufre el consumidor, la sociedad, cualquiera que necesite comprar un dólar, o importar un repuesto o un componente, un ahorrista, un productor, un emprendedor, que culminó en el default, la mendicante peregrinación ante los gobiernos y los entes burocráticos de ayuda financiera, y los 30 tipos de cambio (y sigue la cuenta) conque el gobierno intenta conseguir o ahorrar divisas.  La solución evidente es liberar completamente el tipo de cambio sin intervención estatal. Bastaría insinuarlo para escuchar de inmediato un rosario de quejas de las grandes empresas, de las Pyme, de los sindicatos, de los economistas, defendiendo el proteccionismo implícito en el control cambiario y la generación de trabajo (que se ha evidenciado que es mentira). Nada es más especulativo, explosivo y caro que un mercado de cambios controlado. Nada achica más la economía que el proteccionismo. Ni hablar de los niveles de precios. Nada produce más ricos injustos ni más corrupción. 

 

Y usted volverá a insistir que eso está ocurriendo ahora mismo en todo el mundo, empezando por Estados Unidos, con prescindencia de quien fuere gobierno. Es cierto. El proteccionismo ha vuelto con toda su fuerza. Con total prescindencia de la evidencia de sus efectos recesivos y su fracaso. La espectacular reducción de la pobreza y el aumento de bienestar provocado por la libertad de comercio de la globalización se ha detenido. Es una de las causales de la muerte de Europa. Que se aplique en todas partes no es un certificado de calidad, menos una evidencia empírica.  

 

Si se sale de lo económico y se pasa a la educación el panorama no es distinto. Todos están de acuerdo en que se está deseducando en muchos casos, y hasta se está negando educación en otros, muy en especial a los sectores que necesitan imperiosamente ese ingrediente clave para alcanzar su dignidad de personas, condenados en su defecto a la marginalidad más obscena. Y por supuesto, todos claman por una solución. Hasta que alguien ofrece la única solución posible: volver al paradigma del esfuerzo, el estudio, la vocación, el compromiso, las metas y las pautas. E inmediatamente los hasta entonces indignados aparecerán con planes fantásticos de crear un nuevo ser humano, una nueva clase de estudiante, y otros bellos discursos, mientras se solicitan aumentos de presupuestos y hasta muchos padres pugnan porque sus hijos jamás sean estigmatizados con un “reprobado”. Garantía de que nada cambiará. Todavía es más grave cuando los sindicatos, todos trotskistas, siguiendo la línea de Gramsci se oponen a las pruebas Pisa y similares y sólo proponen aumentar irracionalmente los presupuestos. Ni siquiera admiten que las ausencias y los reemplazos por sistema son un desperdicio que cuadruplica el costo de los docentes, castigando a los que trabajan y son responsables. No es posible olvidar tampoco a los padres que golpean a los maestros porque no aprueban a sus hijos, y los que abogan por la aprobación del curso con cualquier rendimiento. Y no puede tampoco dejarse de lado la muestra de disociación de personalidad de una sociedad que una vez marchó por las calles – con éxito – para impedir el examen de ingreso o por selección de puntaje en las universidades, lo que desembocó en el pozo negro del Ciclo Básico Universal, en el que las universidades gastan el 60% de su presupuesto para lograr un nivel no mayor que el de tercer año de secundario en chicos que en un año abandonan la carrera. Una disfunción psicológica importante, que debería ser evaluada por un simposio de especialistas para encuadrarla en el DSM-5.

 

Por supuesto que pasa en todas partes. Basta leer cualquier libro sobre educación escrito por los supuestos expertos sindicales americanos para comprenderlo. Pocos sistemas más inclusivos que el que teóricamente tiene EEUU, y pocos sistemas menos aceptados por el sindicalismo.  Se oponen al sistema de vouchers y aún al sistema público de charter schools,  que comete el pecado de asignar recursos en función de resultados. Sin quererlo, o queriéndolo, se le escatima la educación al que más la necesita.  

 

Casi la misma disfunción se puede advertir en el control del delito y la violencia, que ofrecen las mismas características, y que también se reproducen en buena parte del mundo, en especial en ese gigantesco pozo ciego en que se está transformando Latinoamérica. 

 

No se usan ejemplos de Europa, no porque no se disponga de ellos, sino porque ha dejado de existir en todo sentido, aunque su sociedad, enredada en su supraburocracia y sus burocracias locales todavía no lo haya advertido. Una suerte de señor Valdemar de Edgar Allan Poe, que aún no se ha percatado de que ha muerto. 

 

La nota podría seguir puntualizando una lista inacabable de muestras de la doble personalidad argentina, que termina con todo el país rogando que se queme su moneda y se entregue a un tercer país la política monetaria, como una manera pueril de autoobligarse a una disciplina que sabe que es imperiosa, pero que también sabe que no quiere. 

 

Nuevamente, usted podrá decir, con toda razón, que eso ocurre en todas las sociedades, en grado mayor o menor. Y tiene razón. 

 

Ese parangón vale para casi tondos los temas importantes. El mundo se está pareciendo a la Argentina. En su irresponsabilidad, en su trastorno de disociación o doble personalidad (EEUU sube la tasa de interés desesperadamente para controlar la inflación luego de haber emitido sin respaldo alguno el doble de su base monetaria, por ejemplo. O Europa pone un tope al precio de la energía luego de haber aplicado un impuesto para bajar el consumo energético y salvar al mundo de los alegados efectos del cambio climático, una medida que, además de agujerear los presupuestos, generará más consumo y más cortes de energía) Lo que esta nota sostiene es que ninguno, ni uno solo de esos desaguisados que comete Argentina y ahora el mundo, está teniendo éxito o resultado positivo alguno. Ni los impuestos a cualquier cosa que camina, en especial a los patrimonios privados, como ocurre en España, ni la suba de intereses sin recoger la emisión alegre que se ha tirado sobre los mercados, ni el proteccionismo han logrado aumentar el empleo o el bienestar, ni se ha producido ningún crecimiento, más bien están bajando peligrosamente las tasas previstas. El reseteo universal, la agenda 2030, el plan del Foro de Sao Paulo, la Doctrina Social, la cacareada y gritada eliminación de la inequidad chilena, todo el discurso redentor del socialismo choca contra la evidencia empírica, que por supuesto niega dialécticamente, como siempre lo ha hecho. 

 

Lo que ocurre en Argentina muestra de nuevo que una vez que el sistema de regalo y reparto utópico entra en un país, es muy difícil volver a algún mecanismo racional, se cae en alguna forma de doble personalidad que empuja a insistir en el fracaso a pesar de que se haya probado que la fórmula no sirve. A pesar de la razón. Se busca otro culpable y el juego sigue. Se enferma toda la sociedad, sin remedio. 

 

En la semana, la señora Cristina Kirchner dio una amplia muestra de su conocida bipolaridad y de esa disociación nacional en su discurso triunfalista y enfervorizado, lleno de entusiasmo en un país que lo ha perdido en gran parte como resultado de su gestión, porque ha dejado de lado toda esperanza, entusiasmo, ilusión, expectativa y grandeza. La señora Fernández, además de su euforia discursiva, parece estar sufriendo un brote de su disociación de múltiples personalidades.  Una de esas personalidades, por ejemplo, fue la inventora del cepo cambiario que sepulta toda oportunidad. Tras el pago por adelantado de Néstor Kirchner de la deuda con el FMI, a pedido del ente, según sus actas, Néstor hizo una rara operación con Chávez, al que le entregó la serie de Boden con vencimiento 2015 más otros bonos, con una tasa del 16%, más del triple del costo del FMI. (Algún medio argentino de cuyo nombre no cabe acordarse dijo que se debía a la generosidad de Chávez). Generosa es esa opinión. La viuda respetó a rajatabla su compromiso, tal vez porque tenía un interés muy especial en cumplir con esos compromisos con su socio. Pero como comprendió que con su política se quedaría sin dólares, comenzó a mezquinarlos hasta llegar al famoso cepo, con lo que logró pagar o pagarse los Boden, al filo de la navaja del mandato. 

 

La multipersonalidad de la señora Fernández, que se cree arquitecta egipcia pero no lo es, que se cree abogada y jura serlo, pero no lo es, que se cree economista, pero no lo es, le permite criticar la inflación que ella misma provocó con su famoso concepto de poner “platita” en el bolsillo de la gente, o sea emisión lisa y llana, mediante el simple expediente de disociar también la personalidad de la política monetaria, que, en su percepción, no es el fenómeno detrás de toda inflación. También esa conveniente disociación le permite (el DSM-5 explica este fenómeno de conveniencia de quienes sufren este desorden) no ser la misma jefa del peronismo que impulsó vía sus amanuenses más íntimos el aumento del impuesto a los bienes personales y el impuesto a las tenencias en el exterior, que terminó de sepultar todo intento de inversión y hasta generó su huida. 

 

Su otra personalidad critica con comodidad la descapitalización del país y propone controles de precios que van a provocar más desinversión, lo que seguramente otra versión de Cristina Kirchner, a estrenar, se ocupará de criticar, cuando convenga. 

 

La Cristina que contrató (sic) a Alberto Fernández y armó la fórmula con ella misma ahora critica duramente la gestión de su propio gobierno, que no sólo tiene la fórmula presidencial designada por ella, que es su vicepresidente, sino que también tiene el control de ambas Cámaras, y ha designado en todas las cajas federales a la Cámpora, en manos de su delfín. Todo ese entretejido es ahora repudiado por la nueva personalidad de política en campaña, que evidentemente no solo cree que no pertenece a este gobierno, sino que está volviendo como redentora para de una vez por todas, devolver la alegría al pueblo que supuestamente la va a votar. Sí, claro, parece un discurso algo demencial, pero esa no es una calificación que le agrade al DSM-5 así que será mejor obviar el calificativo. 

 

Ya la señora pasó por otros episodios, como cuando sostuvo que a ella no la debería juzgar la justicia sino el pueblo y la historia, un grado superior de disociación, acaso ni previsto en el vademécum mencionado. Faltan segundos para que se enfrente con Sergio Massa, el oportunista que también ella colocó como superministro, si no lo ha hecho ya con sus manifestaciones que oscilan entre la hipocresía y el delirio onírico. 

 

Lo realmente grave, sin embargo, no es este episodio, sino que haya quienes le crean, compren esa dualidad y esas incoherencias, lo que tal vez se explique echando un vistazo a la historia y al comportamiento de los pueblos a través de la historia, en especial de dos siglos para acá. Tanto le creen que la alientan a volver a ser candidata a presidente, un ejercicio colectivo de doble o triple personalidad, de paso la mejor manera de defender su impunidad. 

 

Sin embargo, y otra vez dando la razón al lector, esto no es diferente a lo que ocurre en el mundo. Los mismos políticos y seudo líderes proponen magias diversas para alcanzar la equidad, la felicidad, el bienestar, todo en cuotas y con acceso inmediato. Pero el remedio falla a los pocos pasos. Entonces los líderes culpan a las pandemias, las guerras, los ricos, el cambio climático, los monopolios, la situación internacional, la insensibilidad de los pueblos, la falta de solidaridad, o simplemente al rival político de turno. Y también sacan su nueva personalidad y vuelven a prometer los mismos milagros que antes, a proponer los mismos desquites que antes, a complacer los mismos resentimientos que antes, a prometer la felicidad, la alegría, el progreso, el crecimiento, la equidad, trabajo para todos o al menos subsidios para todos, tarifas gratis o casi, subsidios a todo lo que camine y un mundo feliz, diría Huxley. Y un estado que tiene la manga ancha y que repartirá bondad, siempre a costa de los ricos. 

 

Por supuesto que ese argumento falla a los pocos pasos, o antes de dar los pocos pasos como ocurre en Chile. O en Colombia. Pero eso no importa. Porque los políticos que prometen ese mundo ideal son electos. Y una vez que los pueblos han sido sometidos a semejante protección, a la comodidad del estado padre, de la promesa de bienestar, del control de precios, del reparto de platita, del facilismo de no tener que estudiar, ni siquiera pensar, no vuelven más a razonar con claridad. Siguen cambiando de prometedor. O eligen el mismo, que se ha puesto otra camiseta u otra personalidad, y prefieren creerle, porque no creerles sería aceptar el fracaso de su sueño de instantaneidad, de revancha, de resentimiento, de rebelión. Y ya no importan si vuelven mejores o peores. Importa que vuelven. Importa que esa noche y todas las noches es noche de reyes, y se vuelven a poner los zapatos para encontrarlos solos y sin regalos a la mañana siguiente, o para encontrar que alguien se los robó. Creen que las promesas que les hicieron o la pitanza que recibieron son su derecho.

 

Ese trastorno disociativo está por encima del razonamiento, por encima del fracaso, por encima de la culpa, que siempre es de otro. Por sobre la evidencia empírica, que siempre es negada, por sobre la miseria, el hambre, el despojo, la marginalidad, por sobre el robo del bienestar de cada uno y su familia. Por sobre la razón. 

 

Y aquí la columna intenta nuevamente dejar su mensaje a Uruguay. Efectivamente, esto ocurre en alguna medida en todos lados, y se va agravando. Pero esto no pasa por la personalidad de la señora de Kirchner, pasa por las medidas que prometen y toman la señora de Kirchner y su equipo, para darles un nombre ortodoxo. Pasa por los criterios, por las ideas, por los planes, por la negación del esfuerzo, por la reivindicación barata que siempre es mentira. Cuando el flagelo del populismo se hace sistema, el país disocia su personalidad, la duplica, deja de comportarse parado en el extremo sano de la razón y pasa a buscar sancionar a los que cree culpables de su mal y a buscar a sus salvadores, con lo que el ciclo empieza de nuevo. A partir de ese momento, en una rara pirueta, ya no sólo el político mesiánico quiere convertirse en dictador para imponer su medicina, como sostenía Hayek, ya es el pueblo el que clama por una dictadura que le provea de cumplimiento de todas las reivindicaciones, le cumpla todos los sueños al instante, y de paso sancione a los culpables de sus males. Cristina Fernández hace las mismas cosas que sus amigos del Foro de Sao Paulo, y hace sufrir los mismos padeceres. Como ocurrirá con Uruguay si no comprende que su orientalidad no lo vacuna contra esos riesgos, ni se salvará de los mismos efectos que padecen todas las sociedades en manos de los reivindicadores. En Argentina no están sufriendo los ricos, para usar el lenguaje del neomarxismo. 

 

Y aunque se crea que la democracia y la república son escudos que protegen contra el populismo, debe recordarse que justamente esos dos baluartes son sistemáticamente demolidos por los reseteadores, cuando asumen, como hace Cristina con la justicia y su apelación a la democracia popular. Justamente el concepto de democracia directa, sin el control de la justicia, es el arma para el retorno infinito de esos prometedores seriales aunque fracasen, la asamblea a mano alzada, el gobierno de la masa, que desde hace siglos, siempre libera a Barrabás.

 


¿Cuál Lula? 

 

La elección brasileña fuerza a un reposicionamiento geopolítico de los contados países con alguna chance de mantenerse independientes y soberanos de la región

 



El grupo de Puebla festeja con algarabía el triunfo en el balotaje brasileño de Lula da Silva. El gobierno argentino corrió de nuevo a abrazarse a su victoria, necesitado como está de celebrar algo, o de mostrarse cerca de algún triunfo. La izquierda uruguaya celebra, más que su llegada, la salida de Bolsonaro, que la despreciaba hasta la burla y desnudaba en cada oportunidad su incompetencia. El excanciller Nin Novoa sostuvo que un triunfo de Bolsonaro habría significado un retroceso para la integración latinoamericana. ¿Se refería a la economía o simplemente a la sistemática solidaridad entre los cofrades del Foro de Sao Paulo, aún en los casos de manifiesta corrupción? 

 

Si se dejan de lado las obvias preferencias por el desorden jurídico, económico y social que la Patria Grande necesita, persigue e implanta para lograr su proyecto igualador, que no es otra cosa que un modelo empobrecedor generalizado y de destrucción de las soberanías nacionales (no muy distinto a Bruselas, aunque con un formato diferente) y se pone el foco en los intereses de cada país - mientras haya países - es posible plantear el análisis en términos racionales. 

 

¿Qué Lula ganó? – sería la pregunta de fondo. ¿El nuevo Lula? ¿El que llevará a Brasil a la solidaridad instantánea del populismo, a la emisión, el impuestazo, el resentimiento barato, el ataque a la riqueza, la desinversión, la falta de empleo, la miseria, la monarquía de la droga y el delito? ¿El que completará con el rojo premonitorio el mapa de una América del Sur en la que el progresismo reina pero que ha tenido la virtud de empobrecer instantáneamente a todas las sociedades a las que gobierna? ¿O el viejo Lula, el que se alineó con la proteccionista, imperial y monopólica industria brasileña mientras hacía gestos de compromiso y diplomacia a la izquierda regional? ¿Ganó el Lula chavista que transformará a Brasil en el eje de la neoURSS (Unión de Repúblicas Socialistas Sudamericanas), o el Lula estilo Perón, que ponía el señalero a la izquierda y de inmediato giraba a la derecha? ¿Será Brasil una nueva Roma tomada y bastardeada por los bárbaros a los que acogió como conquistados primero y como ciudadanos después? 

 

No sólo la región es distinta. La fracasada Europa, ahora en manos de Bruselas, está sumergida en el neomarxismo keynesiano en lo económico y cercana a la dictadura transnacional en lo político. Luego de 80 años, ha logrado su sueño de sumisión y sometimiento de las soberanías nacionales, pero también el fracaso económico. Su proteccionismo, su estado de bienestar generoso y ruinoso y su maraña burocrática del mejor estilo soviético con el remate de su sometimiento suicida estadounidense no deja espacio para el crecimiento de los países en desarrollo. Tampoco el gobierno de Biden en EEUU está interesado en permitir la competencia, ni en apoyar las ideas de grandeza que hicieron importante a Brasil en el pasado. Para peor, está empeñado en un doble frente contra Rusia y China, guerras que perdió e hizo perder a sus aliados antes de empezar. 

 

Ni Brasil es aquel Brasil, ni el mundo es aquel mundo. No sólo los tratados internacionales han dejado de ser de libre comercio, sino que se han cancelado o modificado los que lo permitían. Ni el mercado de commodities garantiza la continuidad del viento de cola, ni los votantes tienen paciencia, convencidos de que la única solución es instantánea, concepto precursor del fracaso propio y ajeno. En un mundo que ya no compite, ni permite que se le venda, (salvo la oprobiosa claudicación estadounidense en el pacto de perdón a Maduro para que le venda petróleo) ni Brasil tiene oportunidades de crecer. Este diagnóstico parecería marcar el sendero de un nuevo Lula: imposibilitado de lograr crecimiento, o de negociar apoyos internacionales, sólo le queda el populismo, mientras dure el capital ajeno a repartir. Ese es el miedo que inspira este resultado. 

 

Del otro lado, la existencia de una mayoría en el Congreso y en varios Estados que obran como baluartes de la racionalidad, el capitalismo y el único camino posible de crecimiento, obra simultáneamente como una necesidad de negociar y al mismo tiempo como una buena excusa para no salir en dos meses a repartir los bienes ajenos. Y, por supuesto, también cabe la posibilidad, no desechable, de que el electo presidente decida usar su liderazgo con una cuota de heroísmo, que de vuelta ponga a Brasil como faro del capitalismo regional, no como jefe de los menesterosos y resentidos. 

 

Esta duda planteada acá es la misma en la que se debe debatir el ganador del domingo: ¿el viejo Lula o el nuevo Lula?  ¿El Brasil soberano y grande, o el Brasil jefe de los mendigos de la Corte de los milagros regional? 

 

Por eso Uruguay tiene que reflexionar. (Obviamente que esta frase no se refiere al FA-Pit-Cnt, atado inflexiblemente a la misma precariedad que le impone su plan ideológico, como el vecino kirchnerismo, o sea que debe privilegiar el plan de pobreza universal, y reservarse la función y la remuneración de repartir los mendrugos) Tarea dificilísima, que requiere una cuota de inteligencia, grandeza y patriotismo casi imposible de exigir. No debe conformarse con ser apenas una manchita amarilla en el mapa rojo de la homogeneidad regional en que se han unificado las soberanías, también tiene una oportunidad, aunque no sea tan fácil de verla.

 

La gorra con las iniciales CFK que casi descuidadamente se encasquetó el futuro mandatario, ofrece asimismo una doble interpretación: ¿es uno de los clásicos gestos pour la galerie de Lula, o es una señal de la voluntad de implementar las mismas políticas desastrosas que han barrido del mapa a Argentina? También esa duda debe tomarse en cuenta en el análisis. 

 

Paradojalmente, la industria monopólica, poderosa y prebendaria de Brasil, ahora luce como una esperanza de racionalidad y límite. Habrá que ver también, aunque más íntimamente, cuáles son las probabilidades de que Luiz Inácio Lula da Silva, con algunas debilidades humanas que lo fragilizan, sea manipulado al estilo Biden por quienes lo rodeen, por supuesto fatales burócratas. También se deja de lado en el análisis la posibilidad de que nuevas Odebrecht florezcan bajo su mandato y el hecho ocultado de que las acusaciones judiciales y los fallos por corrupción contra el inminente presidente no se han anulado ni sobreseído. El pueblo brasileño ha dejado claro que la corrupción de sus mandatarios no le importa. Y el voto popular debe ser siempre respetado. ¿Verdad? 






Un error histórico

 

La reforma jubilatoria, el arma mortal del Frente Amplio

 



 















El presidente Lacalle Pou, convencido de que está haciendo lo que más conviene a Uruguay, avanza con el proyecto de la reforma jubilatoria, uno de los mayores errores políticos imaginables, cuyo costo no sólo pagarán él y la Coalición multicolor, sino todo el país. 

 

No se discute la necesidad de un cambio profundo en el sistema de retiros, felizmente sobrepasado por el espectacular avance de la longevidad, que parece haberse convertido en un problema para el Estado, aunque sea una bendición para el ser humano, problema común a toda la humanidad. 

 

El sistema de solidaridad intergeneracional, o de reparto que se aplica localmente se ha tornado inviable, y tiene sentido la recomendación de varios entes y del FMI (muy exigente con Uruguay, no con otros casos) sobre reformarlo integralmente. También de alguna evaluadora particularmente urgida en la reforma desde la asunción del nuevo gobierno. Fitch, para no hacer nombres. 

 

El autor sostuvo y sostiene que el problema en el caso oriental es insoluble y se ha ocupado en desmenuzar minuciosamente el tema, por lo que no se insistirá en esos aspectos.  A modo de ejemplo: a la solidaridad intergeneracional se ha ido sumando a lo largo del tiempo la solidaridad intrageneracional: las remuneraciones mínimas, los subsidios a la vejez, al desempleo, hijos, enfermedad, y otras prestaciones que podrán tener una razón sensible, justa y lógica que no se disputan aquí, pero que se cargan al sistema, es decir, solidaridades que pagan los futuros jubilados, porque, aunque se compense el déficit con impuestos se imputan matemática y conceptualmente sobre la cabeza de quienes se retiran. Otros países con mayor generación de empleo y mayor capacidad económica están sufriendo problemas parecidos aún con edades de retiro mayores y con la posibilidad de crear grandes fondos que sirven para la autofinanciación. Por eso se está recurriendo a sistemas mixtos diversos, como en el caso de Suecia, cuyo sistema quebró en 1993, junto con ese país-emblema de bienestar estatal. Por culpa del bienestar estatal, justamente. 

 

Como era previsible, luego del cónclave de cerebros, el sistema que se propone localmente mantiene y aumenta esa solidaridad intrageneracional, pese a que sube las edades límite y baja la tasa de reemplazo, o sea el ingreso mensual, y recurre al ahorro complementario vía las AFAP. Aunque no se tratará aquí de analizar los mecanismos y las modificaciones. 

 

Luego de tanta prédica (y presión) sobre la necesidad casi patriótica de hacerlo, el presidente ha decidido avanzar a todo gas con la reforma, convencido de que, como estadista, debe privilegiar lo que conviene a la sociedad. El caso es que corre el riesgo no sólo de no alcanzar ese objetivo, sino de crear un punto clave de debilidad que será aprovechado por el FA-Pit-Cnt para llevarlo como bandera ganadora en las próximas elecciones, lo que no sólo está previsto y planificado por la hoy oposición, sino que le hará cosechar inmejorables resultados.

 

Los intentos por generar una política de estado – o política nacional como ama decir el presidente – han fracasado, como era fácil de prever. La oposición ha rechazado de plano la reforma. Eso significa no ya que la misma es eventualmente modificable en dos años o menos, lo que torna la reforma en automáticamente inútil con efecto inmediato, sino que preanuncia el futuro referéndum que propondrá y probablemente ganará la alianza opositora, para anular no sólo el régimen privado de las AFAP, sino para retroceder en muchos de los cambios previstos. 

 

Esta afirmación que parece aventurada, no lo es tanto si se tiene en cuenta que en el reciente caso de la LUC (que hasta muchos sectores izquierdistas consideraban alocada al comienzo) apenas se logró mantener la legislación con una mayoría menor al margen de error de una encuesta cualunque y en muchos casos se recurrió a interpretaciones arbitrarias y falaces de su articulado o en otros directamente a inventar medidas que no estaban en la ley, de por sí bastante suave en sus implicancias. 

 

Un referéndum para modificar aspectos clave de esta Ley de hoy sería bastante más factible y popular - acaso también más irresponsable – porque sobrarían argumentos sensibilizadores de los votantes, sobre todos los del otrora Frente Amplio, ahora dirigido por el sindicalismo trotskista. Buen material para empezar la campaña electoral un año y medio antes de lo permitido. (Truco indio que esta columna anticipó que se buscaría) Y para qué imaginar lo que ocurriría si ese referéndum tuviera el mismo margen, pero en el sentido opuesto al de la LUC. 

 

Pero las proyecciones no terminan ahí. La dirigencia del FA en su nueva franquicia está consustanciada, inspirada y guiada por los preceptos y los mandatos del grupo de Puebla, que en definitiva pasa por encima del concepto de nación, y hasta de racionalidad de las medidas, y por supuesto, por encima de la conveniencia de la sociedad oriental, y de cualquier otra sociedad. Su no descartable triunfo electoral en 2024 terminaría de sepultar las modificaciones jubilatorias y también la disciplina presupuestaria, porque el embate no se detendría ahí.  (No debe descartarse su eventual triunfo, al contrario, error en el que cayó Argentina en el efímero intervalo de Macri, cuyos partidarios insultaban a quienes les advertían de una posibilidad de regreso de otro socio del grupo de Puebla, el peronismo conducido por Cristina Fernández, para luego firmar con el sello de “No vuelven más”

 

El FA-Pit-Cnt quiere que la jubilación de los trabajadores aumente, que la edad de retiro no cambie, y que los costos sean soportados por el sector privado. El grupo de Puebla y sus controlados no sólo quieren eliminar toda relación entre el esfuerzo y el logro, entre los aportes y las remuneraciones, entre el ahorro y la ganancia, entre el mérito y el éxito, sino que son amantes y adoradores del impuesto, el objetivo central es la gran igualación que implica la pobreza generalizada, la confiscación de toda manifestación de capital, la destrucción del individuo independiente. Por eso privilegiará los impuestos personales para tapar los agujeros que sus propias políticas creen. 

 

Tras ganar las elecciones le tomaría un par de semanas organizar un nuevo ataque tanto sobre el sistema de retiro como sobre su financiamiento. Luego de volcar su generosidad infantil e irresponsable sobre la población, pagaría la cuenta deficitaria con dinero que extraería a los privados, una doble satisfacción. Efímera, por supuesto. Populista, por supuesto. ¡Pero qué importa, si de eso no se vuelve!

 

A nadie parece interesarle que la defensa del factor trabajo y de su plusvalía como elemento fundamental de la producción, que fuera el estandarte de Marx, también cae con ese accionar, porque ahora el trabajador pasa a ser un subsidiado, un residuo caro del sistema, al punto que se quita recursos al consumo y a la inversión para repartirlos entre ellos hasta que alcance y hasta que duren, a costa de la inversión.  Pero el grupo de Puebla y su inspiradora Doctrina Social no se fijan en esos detalles económicos. 

 

Los optimistas sostienen que hacen falta otras mayorías para cambiar el sistema impositivo. No sólo minimizan los infinitos recovecos y eufemismos que se pueden apreciar en el vecino kirchnerismo, sino que también minimizan el efecto del poder sobre los seres humanos y la perversión de las clases políticas de hoy. ¿Alguien se atreve a predecir lo que hará Cabildo Abierto a partir de 2025? ¿Alguien puede anticipar cómo votaría en una reforma de la reforma en un tema que le es tan sensible? ¿Y qué efectos tendría la conversión de Un Solo Uruguay en partido político, tal como amenaza ahora?  ¿No estaría dispuesta esta nueva fuerza a canjear prisioneros, o sea a sacrificar impositivamente a ciertos sectores para salvar a otros?  No hay demasiadas razones para pensar que esta reforma durará tal como está dos años o más. El sacrificio político y electoral puede ser demasiado grande, además de ofrecerle la garganta al adversario. Sin contrapartida, ni personal ni patriótica ni histórica.  

 

¿Debe entonces el gobierno, o el presidente, abstenerse de hacer cambio alguno? ¿Debe privarse de hacer un aporte fundamental a la sociedad? Más que una respuesta directa hay que insistir en que este cambio durará menos de dos años en vigencia. Y que no es un aporte a la sociedad si esa sociedad no lo entiende como un pilar inamovible. Los consensos se buscan antes. No después.  Y el Frente no quiere ningún consenso. Al contrario. Algunos le llaman grieta. A otros les molesta llamarla así, porque lastima su concepción juvenil de la armonía y la cordialidad política. Añoranzas.

 

Porque el presidente no se está jugando su futuro político ni el de su Coalición, únicamente. Ni siquiera se está jugando la suerte de su reforma histórica. Se está jugando la suerte de la mitad de la sociedad y por sus consecuencias, de toda ella, aunque pensarlo así suene molesto. 

 

Por supuesto, tiene el derecho, la decisión y la autoridad para decidirlo. Y hasta para equivocarse. Esta columna también. Ojalá. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comunicado:

 

Tras más de siete años de publicar mi columna de opinión cada martes en El Observador de Montevideo, he decidido dejar de colaborar en ese medio debido a la incompatibilidad de todo orden con su nuevo grupo propietario, cuyo accionar en Argentina me exime de comentarios. 

 

Interesado en el futuro de Uruguay, continuaré mi aporte periodístico desde mi blog y también desde algún otro medio que me interese y que considere valiosa mi colaboración.

 

Agradezco la fidelidad de mis lectores, interlocutores invisibles irreemplazables y jueces inapelables de la conducta e integridad de aquellos que ejercemos esta tarea. Quienes me han honrado con su lectura y su preferencia, saben que siempre estaré del lado de la libertad, del derecho, de la ortodoxia económica, del emprendedor, de la Pyme, de la educación y del consumidor. Y como enseñara Joseph Pulitzer, siempre en contra de los ladrones públicos. 

 

Dardo Gasparré


Nota para El Observador, no publicada aún


La devaluación de la Constitución es inaceptable

 

Relativizar el mandato y la garantía del compromiso constitucional lleva a la disolución de la sociedad y de la estructura de nación soberana. La evidencia está aquí cerca





 

La Constitución no es el reglamento interno de los políticos ni un sistema de dirimir sus diferencias; tampoco el de un edificio en propiedad horizontal, o de la AUF, ni una entelequia poética y abstracta. No está sujeta a la exégesis o a la prestidigitación de cada partido o cada gobernante, con absoluta prescindencia de quien fuera que gobernase o quien fuera oposición. Es una garantía que el Rey, el Estado en el mundo moderno, le extiende incondicionalmente al ciudadano de lo que hará y lo que no hará en ciertos aspectos fundamentales y hasta elementales. Del respeto de los derechos, de la transparencia que asegura, más allá de todo partidismo y de toda circunstancia. Muchas veces, aun desde la emblemática Carta Magna de Juan sin Tierra, las constituciones fueron el fruto de guerras internas terribles, o del efecto del filo de las espadas de los caballeros peligrosamente cerca del cogote del monarca renuente a otorgarlas. 

 

Tampoco tiene gradación de importancia. No se puede ni es inteligente pretender elegir los artículos trascendentes y los que son irrelevantes, sería una actitud arbitraria y al borde de lo dictatorial, porque cada ciudadano tiene la potestad de considerar que su derecho es el más importante, o al menos al mismo nivel que los demás. 

 

Justamente por eso es que, en muchas de las democracias modernas el único órgano de interpretación constitucional es la Suprema Corte, lo que implica que cualquier duda siga los caminos institucionales previstos hasta llegar a esa instancia jurídica definitiva. 

 

Debido a ello esta tribuna no intentará desbrozar si el planteo de Juicio Político a la Intendente de Montevideo es exagerado o no, procede o no, lo que vale para este caso o para cualquier otro. Justamente para no tomar el riesgo de asumir posiciones que, deliberadamente o no, pueden aparecer como parciales, o serlo, simplemente. 

 

Porque la Constitución no es tampoco optativa, ni admite relativizaciones. Por eso el concepto esgrimido de que el tema debe arreglarse dialogando, o sea el charlémoslo de café, no es esgrimible ni serio. Esa relativización ya está lamentablemente presente en la justicia penal, donde se empezó por hacer algunas excepciones basadas en la necesidad de supervivencia del ladrón, o la poca importancia de su robo, o la culpabilización de la sociedad, para terminar llegando al borde de la impunidad, la permisividad, la naturalización o el falso garantismo en casos mucho más graves, en todos los estamentos del orden público, abierta o solapadamente, con argumentos y sin argumentos, legal o espuriamente, y hay ejemplos peores acá al lado, que son sólo una evolución dramática del mismo concepto. 

 

Entonces, ante la acusación de inconstitucionalidad o incumplimiento constitucional, no valen los argumentos, invitación a charlarlo, relativizaciones o gritos airados de lawfare, a los que recurre con 

sospechada y artística simplificación Cristina Fernández, con el apoyo de Su Santidad, que será vox Dei, pero no necesariamente es vox populi en estos aspectos institucionales fundamentales. Todos los interesados deben seguir los procedimientos previstos por la propia Constitución y no bastardearla con argumentos políticos o de barricada ante la opinión pública o en cualquier foro, ni por la positiva, ni por la negativa. O, si se quiere ponerlo más claro, si se van suavizando, anulando o relativizando de a poco todos los artículos y garantías, se termina relativizando todo. O sea, quitándole toda importancia.  Y ¿cuál es el límite? ¿Quién y cómo decide qué cosa es importante y qué cosa no es tan grave? Y ¿qué garantía hay de que esa decisión circunstancial no responda a su propia inmediatez, a su propia conveniencia? 

 

En el caso tan especial de la obligación de comparencia real ante el Parlamento de un funcionario para responder cualquier clase de cuestionamiento, o para explicar sus políticas o sus decisiones, ni siquiera se puede alegar que se trata de una cuestión menor. Al contrario. Es un derecho tan importante como el del voto. La ciudadanía, por medio de sus representantes, tiene la potestad incuestionable y no limitable de exigir que sus mandatarios pongan la cara, expliquen, se expongan a las dudas y cuestionamientos de sus mandantes, con prescindencia de que se trate de una minoría o de la mayoría, o más aún si se trata de una minoría. Eso vale en todos los casos, en todas las jurisdicciones, cualquiera fuera el partido que gobernase, cualquiera fueran el o los partidos o representantes de la oposición. Calificar o despreciar ese derecho, es despreciar y depreciar la democracia de que tanto alarde se hace. 

 

Las sanciones que se propongan o pidan para esa actitud tampoco son calificables ni despreciables ni denigrables. Es el procedimiento constitucional y eventualmente judicial quien debe determinar la procedencia o no de la sanción. Por lo menos tal es el sistema conocido hasta hoy como democracia, a menos que algún colectivo de idioma político inclusivo la defina de otra manera. 

 

Las argumentaciones que intentan sostener que el incumplimiento o el desprecio de alguna cláusula es una excepción, o que el resto de las veces se acató lo que dice el mandato constitucional, carecen de valor jurídico. Como también carece de valor jurídico la calificación de exageración para cualquier acción que se solicitase contra un mandatario por ese incumplimiento. Simplemente hay un procedimiento legal que debe seguirse, como en cualquier otro caso similar, quienquiera fuera quien incumpliera. El riesgo de suavizar, disculpar previamente, hacerse el distraído o dar un orden de gravedad o importancia al texto constitucional, conlleva el riesgo cierto y probado de terminar en la banalización de la Constitución, con las consecuencias tan palpables que se sufren del otro lado del río.  

 

Uruguay hace gala, con justicia, de su institucionalidad, su respeto por el diálogo y su seguridad jurídica, y de un estilo personal y de convivencia que caracterizan la discusión y aplicación de las diferentes concepciones políticas cuando están en el poder y cuando no. Esa virtud está basada, aunque no se note en el día a día, en la gran pieza ética que se llama Constitución Nacional, que marca las obligaciones de los gobiernos, un juramento solemne ante la sociedad toda, y las garantías que el Estado se compromete a respetar en cualquier caso. En un mundo que cada día avanza más a la intolerancia, la tiranía dialéctica y el ejercicio del poder tiende al absolutismo, apegarse a ese instrumento no solamente es vital para la libertad, sino que puede ser la piedra de toque de cualquier avance hacia el bienestar y el progreso.