El peligro del Uruguayan Disease
La paradoja de la entrada de muchos dólares y su efecto de destrucción de la exportación
“Con dólar caro no se ganan elecciones” es un antiguo adagio que repiten los expertos en política en las charlas informales. Es probable que tengan razón en cuanto a los resultados electorales. En lo que hace a la teoría economía, el concepto tiene la misma solidez que si alguien dijese que repartiendo “platita” se logra ganar elecciones. Inducirlo o provocarlo es populista. Coimear al electorado, diría Fukuyama.
Recuérdese que la columna se opone a los manoseos al tipo de cambio de cualquier tipo, a la figura de un Banco Central como única contraparte en el mercado de divisas y aún al intento aparentemente más manso de administrar el tipo de cambio para evitar fluctuaciones, comprar y vender monedas o futuros y otros recursos, con cualquier fin; lucha que ha perdido en todo lugar y con cualquier gobierno. Aun cuando ese tipo de políticas tiende a quitar transparencia al sistema, en el que, por otra parte, los mayores participantes tienen herramientas que conocen cada vez más, que les permiten cubrirse de los vaivenes habituales de todos los mercados, sin necesidad de que el estado los auxilie.
También se sabe, casi como una leyenda urbana, que Uruguay es un país caro en dólares, lo que no necesariamente debe ser interpretado como un logro, una meta o una bandera, como si se tratase de una consigna o un emblema. Durante 2021 eso parece agravarse, debido al aumento de los precios de las commodities por razones diversas, y del volumen de las mismas, y con las importaciones creciendo menos que las ventas al exterior, si se interpretan adecuadamente las cifras del galimatías estadístico disponible, que obligan a adivinar o estimar las cifras de la demanda del mercado cambiario de ciertos sectores.
Eso se advierte en la baja de la cotización de las divisas, y hasta en la inocente y menos técnica medición del periódico The Economist, el índice Big Mac, que coloca a Uruguay como el país con el costo más alto del mundo en dólares ajustados por productividad. (PPP), lo que quiere decir, con la salvedad de la superficialidad de la medición, que el peso está sobrevaluado.
Eso no es una decisión del gobierno, sino que casi siempre es consecuencia de los flujos de capital que incluyen la importación y exportación, y como se dijo antes, no es la posición de esta columna que haya que regularlo, moderarlo o resolverlo metiendo la mano en el mercado cambiario, ni mucho menos, aún cuando tenga efectos no queridos sobre toda la actividad. En 1977, justamente el
citado periódico The Economist bautizó este tipo de situación como el Dutch Disease, refiriéndose a lo ocurrido en la entonces Holanda en 1959, cuando para explotar un recientemente descubierto yacimiento de gas, se recibieron grandes inversiones que desbalancearon el mercado cambiario y terminaron por sacar del mercado exportaciones tradicionales, creando una gran fragilidad geoeconómica grave para ese país.
El Dutch Disease, (la enfermedad holandesa) o sea la apreciación de la moneda local por exceso de oferta temporal de divisas, puede ocurrir por diversas razones. Un aumento importante de la inversión externa, un aumento de la deuda en moneda extranjera, que obliga a vender los dólares en el mercado, un paradójico éxito en la exportación que cree un superávit comercial muy elevado, una baja en la tasa de interés que se paga por la deuda, una sustitución de importaciones con buenos o malos métodos, o un simple cambio en los precios internacionales de los bienes que se intercambian.
En Uruguay puede estar impactando una combinación de todos esos factores, en algunos casos por éxito propio, en otros casos como consecuencia de la algo incomprensible, superficial, facilista o al menos peligrosa política monetaria de las potencias occidentales, y por un sistema doméstico de autoindexación de la inflación en pesos, que, independientemente de lo justo de la intención, condena a una espiral sistémica inflacionaria que no tiene solución.
El resultado, si se rutiniza, es la generación de una inflación en dólares, una de las consecuencias del Uruguayan Disease, que no debe ser bienvenida. Si semejante idea es mala para las grandes economías, como se verá en breve en Estado Unidos y Europa, para las pequeñas economías el efecto es devastador. En la práctica, impacta directamente contra la exportación, que recibe menos pesos por su venta, lo que afecta su viabilidad y continuidad. Una especie de retención, tan aplicada y criticada en Argentina, en rubros similares a los locales.
Peor es el efecto en el turismo de una inflación en dólares, ya que puede pulverizar un recurso de gran trascendencia, no sólo para la cuenta corriente sino para un enorme sector de trabajadores que viven de esa forma de exportación de gran agregado de mano de obra y de pymes. Se trata de un sector pobremente manejado en los últimos tiempos. No sólo por la destrucción de la belleza de algunos recursos naturales con un ataque edilicio que recuerda a Marbella, sino porque todo el sistema turístico oriental no parece haber comprendido que, al aumentar exponencialmente la capacidad habitacional, y con ella la cantidad de turistas, también deben adecuarse los precios no sólo de alquiler, sino todos los costos del turista, que ya no es una élite selectiva, sino un consumidor promedio que no puede ser expoliado. Además de la situación ruinosa de Argentina, el principal aportante de turistas, que ahora no tienen la posibilidad no ya de gastar dólares sino de conseguirlos, este tema de los precios no es un tema eludible para el futuro, no sólo para la coyuntura, que se agrava con la inflación en dólares provocada por la apreciación del peso.
Para mostrar un solo ejemplo de cómo se puede hacer caer el valor de la divisa, aún buscando un efecto diferente, cabe analizar la reciente medida del Banco Central de subir la tasa de referencia de sus bonos en pesos. “Para fortalecer el valor de la moneda uruguaya”, dice el Banco. Falsa conclusión. La moneda no se fortalece subiendo la tasa de interés para competir con la inflación. Se fortalece no produciendo inflación con emisión, ni aumentando el gasto o el déficit por indexación o por cualquier otra cosa. En cambio, al fomentar la compra de títulos en pesos, no sólo se aumenta la deuda interna sino que se pone más presión bajista en el mercado cambiario, tanto por venta para obtener pesos, como por no compra de divisas para mantener valor. (Leer Thomas Gresham, siglo XVI).
Es posible que esto se trate de un hecho circunstancial. Las commodities pueden bajar de precio, por ejemplo, como piensa China, pero si ello no ocurriera y si persistiese la inflación en dólares, la solución no pasa por meter la mano en el mercado, comprar dólares para subir el precio (las reservas deben siempre adquirirse con un plan predeterminado, no como un paliativo) o alguna medida similar de esas que siempre estallan. (Una variante es no hacer nada, finalmente, con dólar barato se ganan elecciones o referéndums, ¿Verdad?) En tal caso, el equilibrio de flujos se producirá de todas maneras, con cualquier efecto, probablemente negativo.
Pero para no dejar todo librado a la casualidad, o a la excusa fácil, también se pueden ensayar algunos remedios. El más simple es bajar los recargos de importación, inclusive el IMESI, un impuesto fatal que obra en muchos casos como un recargo de importación, cuando no como una prebenda. Y por supuesto, aliviar los requisitos administrativos proteccionistas y burocráticos, a veces otro formato corporativo. Se recordará que una línea importante de la economía clásica - es decir la que se basa en evidencia empírica - sostiene que los países en realidad exportan para conseguir los recursos para poder importar. Eso, además de aumentar el PIB, ayudaría a bajar la inflación en pesos, ergo en dólares. Y las evidencias muestran un leve aumento del empleo con la apertura. Hay otros caminos más puntuales y relativos, aunque el puntualizado es el más rápido, efectivo y positivo. Por el contrario, todo endeudamiento adicional, en pesos o dólares, empuja el tipo de cambio hacia abajo.
Hay otro riesgo, muy grave. Es el de seguir en su línea de inflación en dólares a los países capitalistas centrales. Para ellos, esa acción deliberada será ruinosa. En los países pequeños, la imitación sería terminal. Con dólares baratos se pueden ganar elecciones, pero se puede perder el rumbo.
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