Publicado en El Observador 19/07/2022
Mercosur o Mercochina
Cuando se analizan los pro y contras de un tratado con la potencia asiática, se debe tener en cuenta las no-opciones de que dispone el país
La determinación casi personal del presidente Lacalle Pou de avanzar en el tratado de libre comercio con China genera críticas, miedos y reservas, que se advierten en los medios, en las declaraciones públicas y en las charlas privadas con los distintos factores. Es algo difícil, sin duda, complacer a todos los sectores o subsectores en decisiones de este tipo, en cualquier lugar, en cualquier época, en todas las coyunturas. Por eso siempre tienen un alto costo para quienes las impulsan, aun cuando los resultados terminen siendo beneficiosos para toda la sociedad. Esto no es una afirmación caprichosa, sino una observación basada en la evidencia empírica de los últimos 50 años, tan odiosa para los ideólogos de todo tipo.
Habrá que comenzar por preguntarse cuáles son las otras opciones que tiene Uruguay en este momento de la historia y qué es lo que los dirigentes y representantes consideran que le conviene a la sociedad oriental, ya que la idea de hacer una asamblea tribal y proponer votar a mano alzada cuál es el camino a tomar no parece haber conducido a los pueblos a ninguna mejora en su estatus a lo largo de los siglos. Tampoco a ninguna coincidencia.
La primera opción sería no cambiar nada, y esperar que la casualidad o el Mercosur determinasen el futuro de la economía y el bienestar del país, ya de por sí suficientemente dependiente de situaciones y decisiones exógenas. Si se descarta la idea de rifar a la lotería el futuro, queda sólo la opción del acuerdo regional vigente. No hace falta mucho argumento para entender que el Mercosur ha devenido en un ente burocrático, de uso político, proteccionista y secuestrado por la industria automotriz y algunos otros sectores empresarios privilegiados, que impide e impedirá toda competencia, ergo toda independencia, ergo toda libertad. Basta repasar el contenido de los medios de todas las tendencias en los últimos 10 años para encontrar consenso absoluto sobre la fatídica decisión 30/00, opiniones que en muchos casos parecería que fueron simples bravatas.
La conformación poblacional, el tipo de producción-exportación de bienes primarios, con un escasísimo valor agregado y la imposibilidad de crear trabajo auténtico acorde a la cantidad de habitantes, muestran claramente que los sectores productivos y sus trabajadores, deberán ser sometidos a sacrificios y exacciones para mantener al resto de la población, lo que además de ser injusto es una solución de patas cortas, por lo que tantas veces se ha probado: el desestímulo a la producción se traduce en muy corto plazo en una reducción de sus ingresos hasta que no hay nada para repartir. Y cuando se acaba el reparto – siempre se acaba – la resultante es el coeficiente Gini cero, o sea la miseria generalizada.
Para ofrecer un solo ejemplo, en momentos en que se analiza el sistema jubilatorio, justamente el problema mayor es la imposibilidad de incorporar más aportantes al sistema, porque si se forzara el crecimiento poblacional, o sea la oferta laboral, se produciría más pobreza frente a un sindicalismo tan proteccionista como las empresas, que garantiza la imposibilidad de crear trabajo adicional con sus rigideces, juicios y supuestas defensas de supuestas conquistas, que no existen en el mundo real, como se ve a diario.
Eso es no hacer nada, o hacer poco. Subsumirse en una telaraña dinámica que conduce al achique. Aquí sería bueno repasar los libros de una indiscutida autoridad en comercio internacional, Douglas Irwin, el profesor de economía del Dartmouth College, que analizan con abundancia de evidencia empírica y datos fríos el proceso de libre comercio mundial y prueban que la apertura comercial es, como dijeron los grandes economistas, la base de la riqueza de las naciones.
Cuando se habla de la actual coyuntura se suele olvidar que siempre hay una permanente coyuntura. Nunca nada es lineal, sobre esa incertidumbre y sobre la institucionalidad y capacidad de cada país es que se construyen las políticas de estado, que son en definitiva el futuro. Estados Unidos, otrora el paradigma indiscutible del capitalismo, la libertad y el progreso, hoy rechaza con asco la posibilidad de competir y de cualquier tratado comercial de cualquier tipo. Lo viene haciendo con claridad desde 2015, o desde 2001, si se prefiere. Las decisiones norteamericanas han ido evolucionando crecientemente en contra de la globalización, que permitió salir de la ignominia de la pobreza a tantos descastados de tantos países de producción primaria. Uruguay perdió la oportunidad de firmar un tratado de fondo cuando el Pit-Cnt impuso su ideología a su controlado Frente Amplio y forzó al presidente Vázquez a dejar pasar la oportunidad. Hoy Estados Unidos avanza a un proteccionismo del estilo rooseveltiano-keynesiano posguerra, que sumió a la humanidad en la década de la terrible depresión. (También sobre esta calamidad se explayó en el análisis Irwin)
De todas maneras, es probable que, si se hubiera firmado, Trump habría repudiado ese acuerdo y obligado a renegociarlo, como ocurrió con el NAFTA y el Tratado Transpacífico.
Europa, desangrada por la incompetencia de su burocracia, es enemiga comercial de Uruguay, no amiga. Soñar con un tratado que es rechazado por la mitad de sus miembros es peor aún que no hacer nada, porque se estará esperando un imposible, tanto en lo institucional, como en lo económico, frente a una comunidad que ha visto desaparecer en un instante su potencial de demanda y su ficticio estado de bienestar.
Tan pronto como se anunció la posibilidad del sinotratado, apareció también el doble temor del enojo de las potencias internacionales y del enojo de los socios del Mercosur. ¿Cuáles potencias internacionales? ¿Cuál Estados Unidos? ¿El de Clinton o el de Trump-Biden? ¿El que abrió su economía al mundo o el que la cerró? ¿El que condenó a Venezuela o el que ahora descubre que Maduro no es tan dictador porque le conviene que le venda petróleo? ¿El que juró erradicar del mundo al “principito” saudí que asesinó a Khashoggi o el que ahora saluda con sus golpecillos de falanges tiernas al homicida porque le conviene que su país produzca más petróleo? ¿El que forzó a su aliada Europa a transformarse en el arma comercial contra Rusia y ahora la ve languidecer como su Euro? ¿O acaso el EEUU que duplicó inflacionariamente su base monetaria en un año y medio para combatir los efectos de un aislamiento pandémico que el partido demócrata usó ideológicamente también como escudo proteccionista?
¿O el Estados Unidos que dejó colgados del pincel a sus aliados en Afganistán, o el que sigue impulsando sanciones contra Rusia que pagan caro sus aliados como Europa? ¿O el de su cómoda posición bélica de “animémonos y vayan”, sin muertos ni riesgos propios? Difíciles decisiones para un país tan pequeño como Uruguay, con una feroz oposición interna que está en contra de todo, hasta contradictoriamente, si se releen las viejas declaraciones.
¿Qué ofrecen las grandes potencias occidentales como alternativa para impedir lo que se esgrime hoy como un tratado molesto? Nada. Ni siquiera la zanahoria y el garrote del otro Roosevelt. Sólo garrote – temen algunos. Y sostienen que pactar comercialmente con China es someterse indefectiblemente a sus órdenes y pasarse a su bloque. Un desprecio por el propio discurso de soberanía sostenido a lo largo de casi dos siglos. Y por el discurso de honestidad dirigencial. Y aquí vale la pena volver a leer en detalle la nota del Financial Times publicada en El Observador la semana pasada: “No, la economía mundial no se está dividiendo en bloques geopolíticos” donde se explica mejor que aquí el contexto político internacional.
Otro miedo que se agita es la posible reacción/sanción de los socios del Mercosur. ¿Qué Mercosur? Y ¿qué socios? ¿Los que echaron a Paraguay y cobijaron a Venezuela? ¿Los que crearon una unión aduanera proteccionista y automotriz que saquea a los consumidores y beneficia a pocas empresas y a algunos sindicatos? ¿Los que apoyaron el inútil y costoso Parlasur o los que apoyaron la UNASUR? ¿Argentina? ¿Cuál Argentina? ¿La de Macri o la de Cristina? ¿La Argentina abierta al mundo o la del cepo fatal? ¿La que intenta ahogar a Uruguay secando la Hidrovía o la que quiere hacer un gran puerto común en Montevideo? ¿La que vende soberanía a China y Rusia, la de los puentes cortados? ¿Cuál Brasil? ¿El de Bolsonaro o el de Lula? ¿El que ofrece qué alternativas para Uruguay? ¿Y qué seguridades?
En un largo momento de proteccionismo mundial, los países que más sufrirán son los de producción y exportación primaria, como ha sucedido siempre. Y entre ellos, sufrirán todavía más los que no avancen en un camino de apertura comercial, seriedad fiscal, reducción de impuestos, libertad sindical y flexibilización laboral.
Por supuesto que el camino que luce más seguro es el de no hacer nada. O hacer muy poco. Pero ese camino tendrá el resultado descrito. Nadie, mucho menos esta columna, sabe cuál será el devenir de la economía ni de la política mundial o nacional. Pero sí es posible predecir cuál será el resultado de continuar como hasta hoy. En esa línea, el gobierno, el presidente en especial, tienen la dura misión de tratar de encontrar un camino. La historia y el destino saben que esa misión es ingrata, dura y siempre solitaria. Algo que han sabido todos los líderes de la historia, o los que intentaron serlo.
China es hoy la única opción de crecimiento y bienestar que tiene Uruguay. La otra opción es falsa. Es la confiscación impositiva y el reparto hasta que alcance. Las otras potencias no están disponibles para ningún acuerdo que no sea inmolar a sus supuestos aliados comercialmente, como se inmola hoy Ucrania bélicamente. Los orientales siempre pueden elegir, claro. Habrá que esperar que no confundan prudencia con mediocridad.
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