Publicada en El Observador 16/08/2022
La mano invisible no se incendia
Poniendo más impuestos a cualquiera que tenga un capital o un ahorro no se genera ni riqueza ni empleo. Al contrario, se genera más pobreza, como en Argentina.
Mientras aún persistía el humo del desgraciado incendio del Punta del Este Shopping que se unía al humo de las computadoras de los abogados que preparan juicios con cifras inmanejables para repartir de algún modo las culpas y los costos de la catástrofe, los CEOs de Tienda Inglesa y el centro de compras anunciaron sus planes para encarar primero la construcción provisoria de un edificio para albergar al supermercado y simultáneamente para reconstruir o remodelar el Shopping y volver a ponerlo en plena funcionalidad. Simultáneamente, cientos de comerciantes han comenzado a buscar caminos alternativos para continuar su actividad lo más rápido posible, provisoria o definitivamente.
¿Toman todos ellos esta decisión urgente y costosa preocupados por sus empleados, que cuanto más dure la parálisis más sufrirán? ¿O por los pequeños proveedores de hortalizas, o por las Pymes que se quedan sin salida segura para sus productos, o por los puestitos de artesanías o de venta de celulares que perderán todo ingreso? ¿O acaso lo hacen por altruismo, por sensibilidad social, por maldonadismo o por patriotismo? ¿O tal vez por los locatarios de sus locales y sus empleados y proveedores que pueden quedar en la ruina? ¿O en favor de la economía regional?
No. Más allá de que cada uno pueda tener los mejores y más nobles sentimientos y compromisos con la sociedad, lo hacen por interés, por egoísmo, si se quiere. El egoísmo de la mano invisible que los mueve a hacer cosas que van en beneficio de la comunidad. La acción humana, que describía más simplemente von Mises. O si prefiere usar un lenguaje más progresista y de Agenda 2030, por ejercicio del simple, vil y sucio capitalismo.
Es ese capitalismo el que hará que el incendio sea sólo una desagradable historia. Pero historia. No es el Estado, ni el gobierno nacional, ni la intendencia, ni la ley, quienes harán que se ponga de nuevo en funcionamiento una esperanza, una razón, una sociedad de voluntades, una dignidad colectiva. Cada vez está más clara la importancia de la creación de más y más trabajo, y no solamente como el mecanismo práctico capaz de sostener el bienestar y la unidad social. Hasta la teoría de Marx desaparece si desaparece el trabajo. Hasta el sindicalismo se vuelve un sistema de explotación del trabajador si no hay suficiente empleo. Sin que ninguna autoridad se lo ordene, el capitalismo va a volver a reestablecerlo y a acrecentarlo. Sin trabajo no hay economía, ni libertad.
Hay quienes creen que, con la posición opuesta, es decir con anticapitalismo, se puede lograr el mismo efecto. Claro que no tienen un solo caso que pruebe su convicción. Tal es el caso del PIT-CNT, que considera que la ayuda del estatal debe consistir en mayor gasto público, mayores subsidios y mayores impuestos, remedio que aplica a cualquier situación, aún a la extinción de incendios, como aquel artesano que sólo tenía un martillo y lo arreglaba todo a martillazos. (O aquel proveedor de tecnología que representaba a una determinada marca de base de datos y la aplicaba a todas las soluciones que vendía)
Si el Estado tiene voluntad de ayudar en este proceso, debería hacer justamente lo opuesto: eliminar todo tipo de cargas sociales y otros impuestos que afecte directa o indirectamente a los trabajadores que se empleen con cualquier función u objeto en esta etapa. La evidencia empírica, (la más reciente fue la lucha contra la inflación del odiado Bolsonaro) muestra que este truco es mucho más efectivo que cualquier reclamo de aumento que se ejerza supuestamente en favor de los trabajadores, lo que sólo ahuyentará las posibilidades de una rápida normalización.
Por supuesto que nada de eso hará la central ilegal sindical, porque su objetivo no es mejorar la situación del que labora, sino cumplir quién sabe qué objetivos que de ningún modo ayudarán ni al empleo ni a los empleados. Por ejemplo, crear nuevos componentes inflacionarios y deficitarios.
Cualquier ayuda estatal siempre será con desgravaciones, bajando costos de importación, reduciendo impuestos y medidas similares. No se conocen - en el mundo – casos donde lo opuesto haya sido exitoso. Si se quisiera usar de ejemplo el estado de bienestar europeo, suponiendo que aún existiese, se debería aceptar que la columna se transformase en un espacio jocoso.
Es posible alegar por parte de quienes odian este concepto de bajar gastos, impuestos, deudas y déficit, que es demasiado simplista y que se aplica a toda la economía, que florecería si eso se generalizase: sí. Así sería. Y habrá que preguntarse si no es posible sacar alguna conclusión de esa respuesta. La creencia de que la mano supuestamente infalible y supuestamente justa del Estado entrometiéndose en la acción de la mano invisible es el punto en discusión en buena parte del mundo en este momento, en Argentina en especial, basándose siempre en nunca probadas evidencias y en acumulación de emisión monetaria y de mucho relato.
Pero en esta hora de emergencia, donde urge reconstruir lo perdido, tal vez sea mejor dejárselo a la mano invisible. Hace un par de siglos que viene demostrando su efectividad. Siempre habrá tiempo después para quitárselo al capitalismo y redistribuir.
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