¿Cuál Lula?
La elección brasileña fuerza a un reposicionamiento geopolítico de los contados países con alguna chance de mantenerse independientes y soberanos de la región
El grupo de Puebla festeja con algarabía el triunfo en el balotaje brasileño de Lula da Silva. El gobierno argentino corrió de nuevo a abrazarse a su victoria, necesitado como está de celebrar algo, o de mostrarse cerca de algún triunfo. La izquierda uruguaya celebra, más que su llegada, la salida de Bolsonaro, que la despreciaba hasta la burla y desnudaba en cada oportunidad su incompetencia. El excanciller Nin Novoa sostuvo que un triunfo de Bolsonaro habría significado un retroceso para la integración latinoamericana. ¿Se refería a la economía o simplemente a la sistemática solidaridad entre los cofrades del Foro de Sao Paulo, aún en los casos de manifiesta corrupción?
Si se dejan de lado las obvias preferencias por el desorden jurídico, económico y social que la Patria Grande necesita, persigue e implanta para lograr su proyecto igualador, que no es otra cosa que un modelo empobrecedor generalizado y de destrucción de las soberanías nacionales (no muy distinto a Bruselas, aunque con un formato diferente) y se pone el foco en los intereses de cada país - mientras haya países - es posible plantear el análisis en términos racionales.
¿Qué Lula ganó? – sería la pregunta de fondo. ¿El nuevo Lula? ¿El que llevará a Brasil a la solidaridad instantánea del populismo, a la emisión, el impuestazo, el resentimiento barato, el ataque a la riqueza, la desinversión, la falta de empleo, la miseria, la monarquía de la droga y el delito? ¿El que completará con el rojo premonitorio el mapa de una América del Sur en la que el progresismo reina pero que ha tenido la virtud de empobrecer instantáneamente a todas las sociedades a las que gobierna? ¿O el viejo Lula, el que se alineó con la proteccionista, imperial y monopólica industria brasileña mientras hacía gestos de compromiso y diplomacia a la izquierda regional? ¿Ganó el Lula chavista que transformará a Brasil en el eje de la neoURSS (Unión de Repúblicas Socialistas Sudamericanas), o el Lula estilo Perón, que ponía el señalero a la izquierda y de inmediato giraba a la derecha? ¿Será Brasil una nueva Roma tomada y bastardeada por los bárbaros a los que acogió como conquistados primero y como ciudadanos después?
No sólo la región es distinta. La fracasada Europa, ahora en manos de Bruselas, está sumergida en el neomarxismo keynesiano en lo económico y cercana a la dictadura transnacional en lo político. Luego de 80 años, ha logrado su sueño de sumisión y sometimiento de las soberanías nacionales, pero también el fracaso económico. Su proteccionismo, su estado de bienestar generoso y ruinoso y su maraña burocrática del mejor estilo soviético con el remate de su sometimiento suicida estadounidense no deja espacio para el crecimiento de los países en desarrollo. Tampoco el gobierno de Biden en EEUU está interesado en permitir la competencia, ni en apoyar las ideas de grandeza que hicieron importante a Brasil en el pasado. Para peor, está empeñado en un doble frente contra Rusia y China, guerras que perdió e hizo perder a sus aliados antes de empezar.
Ni Brasil es aquel Brasil, ni el mundo es aquel mundo. No sólo los tratados internacionales han dejado de ser de libre comercio, sino que se han cancelado o modificado los que lo permitían. Ni el mercado de commodities garantiza la continuidad del viento de cola, ni los votantes tienen paciencia, convencidos de que la única solución es instantánea, concepto precursor del fracaso propio y ajeno. En un mundo que ya no compite, ni permite que se le venda, (salvo la oprobiosa claudicación estadounidense en el pacto de perdón a Maduro para que le venda petróleo) ni Brasil tiene oportunidades de crecer. Este diagnóstico parecería marcar el sendero de un nuevo Lula: imposibilitado de lograr crecimiento, o de negociar apoyos internacionales, sólo le queda el populismo, mientras dure el capital ajeno a repartir. Ese es el miedo que inspira este resultado.
Del otro lado, la existencia de una mayoría en el Congreso y en varios Estados que obran como baluartes de la racionalidad, el capitalismo y el único camino posible de crecimiento, obra simultáneamente como una necesidad de negociar y al mismo tiempo como una buena excusa para no salir en dos meses a repartir los bienes ajenos. Y, por supuesto, también cabe la posibilidad, no desechable, de que el electo presidente decida usar su liderazgo con una cuota de heroísmo, que de vuelta ponga a Brasil como faro del capitalismo regional, no como jefe de los menesterosos y resentidos.
Esta duda planteada acá es la misma en la que se debe debatir el ganador del domingo: ¿el viejo Lula o el nuevo Lula? ¿El Brasil soberano y grande, o el Brasil jefe de los mendigos de la Corte de los milagros regional?
Por eso Uruguay tiene que reflexionar. (Obviamente que esta frase no se refiere al FA-Pit-Cnt, atado inflexiblemente a la misma precariedad que le impone su plan ideológico, como el vecino kirchnerismo, o sea que debe privilegiar el plan de pobreza universal, y reservarse la función y la remuneración de repartir los mendrugos) Tarea dificilísima, que requiere una cuota de inteligencia, grandeza y patriotismo casi imposible de exigir. No debe conformarse con ser apenas una manchita amarilla en el mapa rojo de la homogeneidad regional en que se han unificado las soberanías, también tiene una oportunidad, aunque no sea tan fácil de verla.
La gorra con las iniciales CFK que casi descuidadamente se encasquetó el futuro mandatario, ofrece asimismo una doble interpretación: ¿es uno de los clásicos gestos pour la galerie de Lula, o es una señal de la voluntad de implementar las mismas políticas desastrosas que han barrido del mapa a Argentina? También esa duda debe tomarse en cuenta en el análisis.
Paradojalmente, la industria monopólica, poderosa y prebendaria de Brasil, ahora luce como una esperanza de racionalidad y límite. Habrá que ver también, aunque más íntimamente, cuáles son las probabilidades de que Luiz Inácio Lula da Silva, con algunas debilidades humanas que lo fragilizan, sea manipulado al estilo Biden por quienes lo rodeen, por supuesto fatales burócratas. También se deja de lado en el análisis la posibilidad de que nuevas Odebrecht florezcan bajo su mandato y el hecho ocultado de que las acusaciones judiciales y los fallos por corrupción contra el inminente presidente no se han anulado ni sobreseído. El pueblo brasileño ha dejado claro que la corrupción de sus mandatarios no le importa. Y el voto popular debe ser siempre respetado. ¿Verdad?
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