Publicado en El Observador 12/07/2022
El peronismo, versión Batakis
La fatal burocracia argentina propone ahora un nuevo camino, igual al que siguió hasta ahora, que lleva al abismo con renovada dialéctica
La nueva ministra de economía argentina brindó ayer su conferencia de prensa inaugural donde sentó algunos de los principios que guiarán su gestión y la del gobierno. Como siempre ocurre, este tipo de mensajes trata de complacer las expectativas, compromisos y demandas múltiples, y al mismo tiempo de alejar los rumores o las profecías catastróficas que en el caso particular penden sobre la cabeza del gobierno, del Estado y del país. Por eso cualquier intento de análisis debe pasar por la interpretación de las supuestas medidas y su significado, y sobre todo por la evaluación de su viabilidad política y económica.
Al responder una de las preguntas, la funcionaria reveló de un plumazo su ideología, su plan y su vocación, mucho más contundentemente que en toda su exposición: “los estados no están para ahorrar” dijo repetidamente. Este concepto, que luego reforzó con su apelación al solidarismo y la sensibilidad facilista, debe unirse con su otra afirmación de que no gastará lo que no tenga, lo que directamente conduce a una ecuación que al despejarse arroja como único resultado un aumento en la presión impositiva en alguno de sus formatos, implosivo y explosivo, paradojalmente, en un escenario económico ya asfixiado por la presión fiscal sobre la producción y sobre los consumidores.
Su anuncio de la reactivación del postergado mecanismo de revaluación inmobiliaria nacional para aumentar la recaudación va en esa línea que le estallará en las manos, y que sólo sirve para justificar alguna cifra en alguna planilla de Excel que deje tranquilo al Fondo Monetario. La exacción que ya sufrieron los habitantes de la Capital Federal con silencio ovejuno y dudoso apego a la Constitución de la AFIP, no es linealmente aplicable al interior del país, que ni siquiera puede pagar los impuestos inmobiliarios actuales en su gran mayoría. Tampoco los sectores de producción agropecuaria pueden soportar más aumentos de impuestos, con las presentes retenciones, el tipo de cambio digitado, las regulaciones crecientes y cambiantes, el aumento y escasez de combustibles y transportes y las dificultades para conseguir fertilizantes. La discusión, no ya la implementación de este supuesto cambio es, en el mejor de los casos, lejana y de dudosa recaudación. Las provincias no piensan igual que Batakis. Debe agregarse además la arbitrariedad que implica subir las valuaciones cuando antes se subieron las alícuotas del gravamen justamente para compensar el atraso en la valuación fiscal. Mal haría la ministra en confiar en ingresos adicionales provenientes de este revalúo, que parece ser, dado la importancia que le confirió, una herramienta de financiamiento fundamental en su proyecto.
Otro mecanismo sobre el que puso énfasis fue la actualización de las tarifas de energía, para lo que aseguró que el viernes estarán disponibles las planillas para gestionar el permiso de pobreza que excluiría del aumento a quienes soliciten su segmentación en distintas categorías de carencia. No sólo tal sistema no está diseñado, sino que el trabalenguas burocrático que implicará augura un largo proceso, a la vez que, aunque la adecuación tarifaria es imprescindible y urgente, ese ajuste debe formar parte de otros cambios importantes en la economía nacional. La clase media no está en condiciones de soportar ese golpe, menos en el interior, salvo que se recomponga todo el esquema de ingresos y gastos de la sociedad. Para resumir de otro modo la situación, la ecuación inflación-carga impositiva-ingresos-costo del estado ha dejado de rodillas al consumidor. A eso debe sumarse que cualquier programa de lucha contra la inflación implica una recesión en cualquier marco económico. Intolerable para el peronismo, para Cristina Kirchner y para los gobernadores, menos en el momento electoral que se avecina. También para la sociedad.
La flamante ministra propone reducir el gasto del estado, congelar las vacantes y no gastar más de lo que entra, algo que suena grato a muchos oídos, pero que no se compadece ni con la filosofía peronista, ni con la prédica de la dueña del binomio presidencial. Como si la lapicera de la titular de economía tachase de un plumazo el catecismo kirchnerista. Habrá que ver cuánto tarda en gestarse la reacción de Cristina.
Debe tenerse presente que todos los puntos que se refieren al gasto, el ahorro, la congelación de gastos y el equilibrio de los presupuestos, sólo pueden ser esgrimidos y prometidos (solamente prometidos) en lo que hace al ámbito del gobierno federal. Las provincias, la parte más dramática del gasto del estado, funcionan con independencia y con cinismo histórico y su apoyo, más allá de lo dialéctico, no debe descontarse. El poderoso Cavallo vio tornarse inviable su Convertibilidad cuando el gasto de las provincias no pudo ser domeñado como se hizo con el gasto federal, lo que lo forzó a llegar, una vez más, a un endeudamiento en dólares que potenció el gasto cuasi fiscal hasta su derrumbe. También la funcionaria siembra ilusiones en este aspecto.
Batakis, asimismo, pone énfasis, y no miente, en su apego a no gastar más de lo que entra. Pero esa conducta tiene que ir acompañada de la tarea previa de bajar el gasto, en su defecto, como ocurrió durante su gestión en el gobierno de Scioli en la Provincia de Buenos Aires, se termina cayendo en el incumplimiento del pago de sueldos y deudas del estado. Eso pasó durante su ministerio. La provincia dejó un tendal de atrasos en 2015. Vale citar la anécdota de un presidente del Banco Central de Cambiemos que recibió un postrero pedido de auxilio: “vendieron billetes para un sorteo de lotería y no tenemos la plata para pagar los premios”. (Sic)
Hasta aquí, nada de lo dicho en la conferencia de prensa tiene el vital elemento que hace falta para contener el alud de incertidumbre y descrédito que se abate sobre Argentina: credibilidad. Tampoco parece surgir ese elemento cuando la jerarca se refiere a la inflación. Parte por sostener repetitivamente que se debe a la inflación mundial, lo que está desmentido por la serie histórica, por el calendario inflacionario nacional y por la desproporción numérica evidente entre lo que ocurre en el mundo y lo que ocurre en el aspecto doméstico. Todo el plan (de algún modo hay que llamarlo) pergeñado por la viuda de Kirchner en este tercer mandato, se basa en la emisión, lo que ella llamó platita en su idioma previo a esta versión de sí misma que ofrece ahora, con lo que la ministra está también ignorando el principio que refirmara Friedman, de que la inflación es un fenómeno monetario. Esa evidente falacia, y esa flagrante negación al considerar a la inflación un fenómeno multicausal, hará que los mercados, el Fondo, los bancos y otros acreedores y deudos sean renuentes en creerle, lo que tampoco colabora a la fortaleza de su proyecto, o de sus dichos.
“Arriesgar un número para la inflación sería poco profesional de mi parte”, - respondió a una de las preguntas. O sea, no tiene un plan, que supone plasmar este tipo de objetivos. En eso de no tener un plan es coherente con todo lo actuado en este mandato por el gobierno. No hay por qué creer que habrá un cambio.
Otro punto a tener en cuenta es la afirmación, dicha a la ligera, de que se plantea una revisión metodológica de las pautas de emisión-inflación con el FMI. Fundamenta esa afirmación en el supuesto hecho de que, como todos los países han duplicado o triplicado su inflación debido al aislamiento pandémico, las metas fijadas de emisión e inflación en el último acuerdo deben ser revisadas. Un invento dialéctico algo burdo. Pero que tiene una razón. El país ha emitido ya el total anual para 2022 que acordó con el Fondo. Entonces de aquí a fin de año no puede emitir más, lo que es un sueño, mucho más si se planea aumentar las tasas de interés para la deuda en pesos, otra burbuja insostenible, salvo con humo verbal. Nueva ensoñación. El relato ha llegado a lo económico. No hay más remedio que seguir emitiendo. Tal vez Georgieva vuelva a ser cómplice y lo tolere, pero eso no cambiará los resultados finales, mayor inflación incluida. Tal vez por eso pone énfasis en los mecanismos de control de precios, con el voluntarismo de quienes creen que las empresas son unas abusadoras y que conversando o negociando con ellas, amenazándolas, o colgando a sus ejecutivos, como proponía Perón, se bajan los efectos de la pérdida de valor de la moneda local. Sólo conseguirá que aumente la prebenda de las grandes empresas, que tendrá que consentir y prometer.
También equivoca Batakis a los desprevenidos escuchas – para no decir que miente - cuando habla de la exportación. Desde cuando da por bueno el tipo de cambio oficial, usando las propias cifras del gobierno y sin aceptar lo que ocurre en la realidad, hasta cuando dice que a partir de setiembre se mejorará la balanza comercial. Cualquiera sabe que el grueso de las cosechas y exportaciones ya ha tenido lugar, pese a lo cual el resultado de la balanza de pagos fue paupérrimo. No es cierto que de aquí hasta fin de año habrá exportaciones que sostengan una mejora de la balanza. Si esas premisas se incorporasen a un plan que sigue sin existir, el resultado no tendría ni validez, y por supuesta no tendría credibilidad. Tampoco tiene en cuenta que la tendencia de los precios agrícolas es a la baja, no a la suba.
Por último, tanto si se lo menciona explícitamente como en lo implícito, un acuerdo político nacional en este momento, o tal vez en toda la historia, no es pensable ni esperable. No hay manera de que el peronismo de la franquicia Kirchner, con sus despropósitos, no tenga sanción por lo que ha hecho y lo que hace. Y no hay manera en que la mitad de la sociedad consienta que la otra mitad viva a su costa sin trabajar.
El no-plan propuesto por Silvina Batakis, si fue una propuesta, no es factible ni creíble. Y aún falta el rechazo de La Cámpora y por elevación y sutilmente, de los gobernadores y de Cristina Kirchner, aunque haya jurado no revolear más ministros de aquí en adelante.