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Argentina, entre bipolar y disociada

 

La decadencia del país vecino no se debe a la conductora del peronismo. sino a las medidas que se toman, las mismas que supuestamente garantizan la equidad y las conquistas en la región y el mundo




 

No es la primera vez que se sostiene en este espacio que, para comprender la realidad argentina, no hay que recurrir ni a la politología ni a la sociología ni a la economía, sino que hay que leer detenidamente el DSM-5, o para que se entienda mejor, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 5th. Edition, preparado por la Asociación Americana de Psiquiatras, que es el libro de cabecera de todos los psiquiatras y psicólogos del mundo. Los legos llamarían bipolaridad a la enfermedad nacional, pero más bien se trata de un trastorno disociativo, o doble personalidad. (Doble en un derroche de generosidad).

 

Algunos ejemplos: todos los habitantes quieren que se combata la inflación, y todos los políticos prometen hacerlo, unánimemente. Pero en cuanto se le dice que para ello hay que bajar el gasto, los subsidios, las dádivas y los dispendios del estado, el país se vuelve ingobernable, las calles se pueblan de indignados apedreadores, los legisladores se oponen siempre a cualquier cambio y la apelación a “la pobre gente” que sufrirá el ajuste conmueve los corazones y las ideas, dispara las huelgas y piquetes, y todo termina en un país sin crecimiento, atrasado, sin inversión, sin ideas, sin generación de empleo, lleno de gente que reclama sus conquistas pero las ve evaporarse. 

 

Usted dirá que eso está ocurriendo en todas partes. Y tiene razón. Y si quiere le puede agregar otro ingrediente: el argumento suicida y contra toda la evidencia de que la inflación es un fenómeno que no tiene correlación con la emisión, ni con la política monetaria, y hasta que no se sabe de dónde proviene, como sostiene ahora Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, también en otro alarde de doble personalidad: la de máxima autoridad económica de Europa, y la de absoluta ignorante de las reglas económicas. ¿Tal comportamiento es sinónimo de estar en el camino correcto? 

 

Otro intento que se puede hacer en Argentina está relacionado con el cepo cambiario. La tortura que sufre el consumidor, la sociedad, cualquiera que necesite comprar un dólar, o importar un repuesto o un componente, un ahorrista, un productor, un emprendedor, que culminó en el default, la mendicante peregrinación ante los gobiernos y los entes burocráticos de ayuda financiera, y los 30 tipos de cambio (y sigue la cuenta) conque el gobierno intenta conseguir o ahorrar divisas.  La solución evidente es liberar completamente el tipo de cambio sin intervención estatal. Bastaría insinuarlo para escuchar de inmediato un rosario de quejas de las grandes empresas, de las Pyme, de los sindicatos, de los economistas, defendiendo el proteccionismo implícito en el control cambiario y la generación de trabajo (que se ha evidenciado que es mentira). Nada es más especulativo, explosivo y caro que un mercado de cambios controlado. Nada achica más la economía que el proteccionismo. Ni hablar de los niveles de precios. Nada produce más ricos injustos ni más corrupción. 

 

Y usted volverá a insistir que eso está ocurriendo ahora mismo en todo el mundo, empezando por Estados Unidos, con prescindencia de quien fuere gobierno. Es cierto. El proteccionismo ha vuelto con toda su fuerza. Con total prescindencia de la evidencia de sus efectos recesivos y su fracaso. La espectacular reducción de la pobreza y el aumento de bienestar provocado por la libertad de comercio de la globalización se ha detenido. Es una de las causales de la muerte de Europa. Que se aplique en todas partes no es un certificado de calidad, menos una evidencia empírica.  

 

Si se sale de lo económico y se pasa a la educación el panorama no es distinto. Todos están de acuerdo en que se está deseducando en muchos casos, y hasta se está negando educación en otros, muy en especial a los sectores que necesitan imperiosamente ese ingrediente clave para alcanzar su dignidad de personas, condenados en su defecto a la marginalidad más obscena. Y por supuesto, todos claman por una solución. Hasta que alguien ofrece la única solución posible: volver al paradigma del esfuerzo, el estudio, la vocación, el compromiso, las metas y las pautas. E inmediatamente los hasta entonces indignados aparecerán con planes fantásticos de crear un nuevo ser humano, una nueva clase de estudiante, y otros bellos discursos, mientras se solicitan aumentos de presupuestos y hasta muchos padres pugnan porque sus hijos jamás sean estigmatizados con un “reprobado”. Garantía de que nada cambiará. Todavía es más grave cuando los sindicatos, todos trotskistas, siguiendo la línea de Gramsci se oponen a las pruebas Pisa y similares y sólo proponen aumentar irracionalmente los presupuestos. Ni siquiera admiten que las ausencias y los reemplazos por sistema son un desperdicio que cuadruplica el costo de los docentes, castigando a los que trabajan y son responsables. No es posible olvidar tampoco a los padres que golpean a los maestros porque no aprueban a sus hijos, y los que abogan por la aprobación del curso con cualquier rendimiento. Y no puede tampoco dejarse de lado la muestra de disociación de personalidad de una sociedad que una vez marchó por las calles – con éxito – para impedir el examen de ingreso o por selección de puntaje en las universidades, lo que desembocó en el pozo negro del Ciclo Básico Universal, en el que las universidades gastan el 60% de su presupuesto para lograr un nivel no mayor que el de tercer año de secundario en chicos que en un año abandonan la carrera. Una disfunción psicológica importante, que debería ser evaluada por un simposio de especialistas para encuadrarla en el DSM-5.

 

Por supuesto que pasa en todas partes. Basta leer cualquier libro sobre educación escrito por los supuestos expertos sindicales americanos para comprenderlo. Pocos sistemas más inclusivos que el que teóricamente tiene EEUU, y pocos sistemas menos aceptados por el sindicalismo.  Se oponen al sistema de vouchers y aún al sistema público de charter schools,  que comete el pecado de asignar recursos en función de resultados. Sin quererlo, o queriéndolo, se le escatima la educación al que más la necesita.  

 

Casi la misma disfunción se puede advertir en el control del delito y la violencia, que ofrecen las mismas características, y que también se reproducen en buena parte del mundo, en especial en ese gigantesco pozo ciego en que se está transformando Latinoamérica. 

 

No se usan ejemplos de Europa, no porque no se disponga de ellos, sino porque ha dejado de existir en todo sentido, aunque su sociedad, enredada en su supraburocracia y sus burocracias locales todavía no lo haya advertido. Una suerte de señor Valdemar de Edgar Allan Poe, que aún no se ha percatado de que ha muerto. 

 

La nota podría seguir puntualizando una lista inacabable de muestras de la doble personalidad argentina, que termina con todo el país rogando que se queme su moneda y se entregue a un tercer país la política monetaria, como una manera pueril de autoobligarse a una disciplina que sabe que es imperiosa, pero que también sabe que no quiere. 

 

Nuevamente, usted podrá decir, con toda razón, que eso ocurre en todas las sociedades, en grado mayor o menor. Y tiene razón. 

 

Ese parangón vale para casi tondos los temas importantes. El mundo se está pareciendo a la Argentina. En su irresponsabilidad, en su trastorno de disociación o doble personalidad (EEUU sube la tasa de interés desesperadamente para controlar la inflación luego de haber emitido sin respaldo alguno el doble de su base monetaria, por ejemplo. O Europa pone un tope al precio de la energía luego de haber aplicado un impuesto para bajar el consumo energético y salvar al mundo de los alegados efectos del cambio climático, una medida que, además de agujerear los presupuestos, generará más consumo y más cortes de energía) Lo que esta nota sostiene es que ninguno, ni uno solo de esos desaguisados que comete Argentina y ahora el mundo, está teniendo éxito o resultado positivo alguno. Ni los impuestos a cualquier cosa que camina, en especial a los patrimonios privados, como ocurre en España, ni la suba de intereses sin recoger la emisión alegre que se ha tirado sobre los mercados, ni el proteccionismo han logrado aumentar el empleo o el bienestar, ni se ha producido ningún crecimiento, más bien están bajando peligrosamente las tasas previstas. El reseteo universal, la agenda 2030, el plan del Foro de Sao Paulo, la Doctrina Social, la cacareada y gritada eliminación de la inequidad chilena, todo el discurso redentor del socialismo choca contra la evidencia empírica, que por supuesto niega dialécticamente, como siempre lo ha hecho. 

 

Lo que ocurre en Argentina muestra de nuevo que una vez que el sistema de regalo y reparto utópico entra en un país, es muy difícil volver a algún mecanismo racional, se cae en alguna forma de doble personalidad que empuja a insistir en el fracaso a pesar de que se haya probado que la fórmula no sirve. A pesar de la razón. Se busca otro culpable y el juego sigue. Se enferma toda la sociedad, sin remedio. 

 

En la semana, la señora Cristina Kirchner dio una amplia muestra de su conocida bipolaridad y de esa disociación nacional en su discurso triunfalista y enfervorizado, lleno de entusiasmo en un país que lo ha perdido en gran parte como resultado de su gestión, porque ha dejado de lado toda esperanza, entusiasmo, ilusión, expectativa y grandeza. La señora Fernández, además de su euforia discursiva, parece estar sufriendo un brote de su disociación de múltiples personalidades.  Una de esas personalidades, por ejemplo, fue la inventora del cepo cambiario que sepulta toda oportunidad. Tras el pago por adelantado de Néstor Kirchner de la deuda con el FMI, a pedido del ente, según sus actas, Néstor hizo una rara operación con Chávez, al que le entregó la serie de Boden con vencimiento 2015 más otros bonos, con una tasa del 16%, más del triple del costo del FMI. (Algún medio argentino de cuyo nombre no cabe acordarse dijo que se debía a la generosidad de Chávez). Generosa es esa opinión. La viuda respetó a rajatabla su compromiso, tal vez porque tenía un interés muy especial en cumplir con esos compromisos con su socio. Pero como comprendió que con su política se quedaría sin dólares, comenzó a mezquinarlos hasta llegar al famoso cepo, con lo que logró pagar o pagarse los Boden, al filo de la navaja del mandato. 

 

La multipersonalidad de la señora Fernández, que se cree arquitecta egipcia pero no lo es, que se cree abogada y jura serlo, pero no lo es, que se cree economista, pero no lo es, le permite criticar la inflación que ella misma provocó con su famoso concepto de poner “platita” en el bolsillo de la gente, o sea emisión lisa y llana, mediante el simple expediente de disociar también la personalidad de la política monetaria, que, en su percepción, no es el fenómeno detrás de toda inflación. También esa conveniente disociación le permite (el DSM-5 explica este fenómeno de conveniencia de quienes sufren este desorden) no ser la misma jefa del peronismo que impulsó vía sus amanuenses más íntimos el aumento del impuesto a los bienes personales y el impuesto a las tenencias en el exterior, que terminó de sepultar todo intento de inversión y hasta generó su huida. 

 

Su otra personalidad critica con comodidad la descapitalización del país y propone controles de precios que van a provocar más desinversión, lo que seguramente otra versión de Cristina Kirchner, a estrenar, se ocupará de criticar, cuando convenga. 

 

La Cristina que contrató (sic) a Alberto Fernández y armó la fórmula con ella misma ahora critica duramente la gestión de su propio gobierno, que no sólo tiene la fórmula presidencial designada por ella, que es su vicepresidente, sino que también tiene el control de ambas Cámaras, y ha designado en todas las cajas federales a la Cámpora, en manos de su delfín. Todo ese entretejido es ahora repudiado por la nueva personalidad de política en campaña, que evidentemente no solo cree que no pertenece a este gobierno, sino que está volviendo como redentora para de una vez por todas, devolver la alegría al pueblo que supuestamente la va a votar. Sí, claro, parece un discurso algo demencial, pero esa no es una calificación que le agrade al DSM-5 así que será mejor obviar el calificativo. 

 

Ya la señora pasó por otros episodios, como cuando sostuvo que a ella no la debería juzgar la justicia sino el pueblo y la historia, un grado superior de disociación, acaso ni previsto en el vademécum mencionado. Faltan segundos para que se enfrente con Sergio Massa, el oportunista que también ella colocó como superministro, si no lo ha hecho ya con sus manifestaciones que oscilan entre la hipocresía y el delirio onírico. 

 

Lo realmente grave, sin embargo, no es este episodio, sino que haya quienes le crean, compren esa dualidad y esas incoherencias, lo que tal vez se explique echando un vistazo a la historia y al comportamiento de los pueblos a través de la historia, en especial de dos siglos para acá. Tanto le creen que la alientan a volver a ser candidata a presidente, un ejercicio colectivo de doble o triple personalidad, de paso la mejor manera de defender su impunidad. 

 

Sin embargo, y otra vez dando la razón al lector, esto no es diferente a lo que ocurre en el mundo. Los mismos políticos y seudo líderes proponen magias diversas para alcanzar la equidad, la felicidad, el bienestar, todo en cuotas y con acceso inmediato. Pero el remedio falla a los pocos pasos. Entonces los líderes culpan a las pandemias, las guerras, los ricos, el cambio climático, los monopolios, la situación internacional, la insensibilidad de los pueblos, la falta de solidaridad, o simplemente al rival político de turno. Y también sacan su nueva personalidad y vuelven a prometer los mismos milagros que antes, a proponer los mismos desquites que antes, a complacer los mismos resentimientos que antes, a prometer la felicidad, la alegría, el progreso, el crecimiento, la equidad, trabajo para todos o al menos subsidios para todos, tarifas gratis o casi, subsidios a todo lo que camine y un mundo feliz, diría Huxley. Y un estado que tiene la manga ancha y que repartirá bondad, siempre a costa de los ricos. 

 

Por supuesto que ese argumento falla a los pocos pasos, o antes de dar los pocos pasos como ocurre en Chile. O en Colombia. Pero eso no importa. Porque los políticos que prometen ese mundo ideal son electos. Y una vez que los pueblos han sido sometidos a semejante protección, a la comodidad del estado padre, de la promesa de bienestar, del control de precios, del reparto de platita, del facilismo de no tener que estudiar, ni siquiera pensar, no vuelven más a razonar con claridad. Siguen cambiando de prometedor. O eligen el mismo, que se ha puesto otra camiseta u otra personalidad, y prefieren creerle, porque no creerles sería aceptar el fracaso de su sueño de instantaneidad, de revancha, de resentimiento, de rebelión. Y ya no importan si vuelven mejores o peores. Importa que vuelven. Importa que esa noche y todas las noches es noche de reyes, y se vuelven a poner los zapatos para encontrarlos solos y sin regalos a la mañana siguiente, o para encontrar que alguien se los robó. Creen que las promesas que les hicieron o la pitanza que recibieron son su derecho.

 

Ese trastorno disociativo está por encima del razonamiento, por encima del fracaso, por encima de la culpa, que siempre es de otro. Por sobre la evidencia empírica, que siempre es negada, por sobre la miseria, el hambre, el despojo, la marginalidad, por sobre el robo del bienestar de cada uno y su familia. Por sobre la razón. 

 

Y aquí la columna intenta nuevamente dejar su mensaje a Uruguay. Efectivamente, esto ocurre en alguna medida en todos lados, y se va agravando. Pero esto no pasa por la personalidad de la señora de Kirchner, pasa por las medidas que prometen y toman la señora de Kirchner y su equipo, para darles un nombre ortodoxo. Pasa por los criterios, por las ideas, por los planes, por la negación del esfuerzo, por la reivindicación barata que siempre es mentira. Cuando el flagelo del populismo se hace sistema, el país disocia su personalidad, la duplica, deja de comportarse parado en el extremo sano de la razón y pasa a buscar sancionar a los que cree culpables de su mal y a buscar a sus salvadores, con lo que el ciclo empieza de nuevo. A partir de ese momento, en una rara pirueta, ya no sólo el político mesiánico quiere convertirse en dictador para imponer su medicina, como sostenía Hayek, ya es el pueblo el que clama por una dictadura que le provea de cumplimiento de todas las reivindicaciones, le cumpla todos los sueños al instante, y de paso sancione a los culpables de sus males. Cristina Fernández hace las mismas cosas que sus amigos del Foro de Sao Paulo, y hace sufrir los mismos padeceres. Como ocurrirá con Uruguay si no comprende que su orientalidad no lo vacuna contra esos riesgos, ni se salvará de los mismos efectos que padecen todas las sociedades en manos de los reivindicadores. En Argentina no están sufriendo los ricos, para usar el lenguaje del neomarxismo. 

 

Y aunque se crea que la democracia y la república son escudos que protegen contra el populismo, debe recordarse que justamente esos dos baluartes son sistemáticamente demolidos por los reseteadores, cuando asumen, como hace Cristina con la justicia y su apelación a la democracia popular. Justamente el concepto de democracia directa, sin el control de la justicia, es el arma para el retorno infinito de esos prometedores seriales aunque fracasen, la asamblea a mano alzada, el gobierno de la masa, que desde hace siglos, siempre libera a Barrabás.