Publicado en El Observador 14/06/2022
El avión negro
El peronismo, cada vez que fue gobierno, estuvo del lado de los malos globales. Esta vez también. Los aviones han pasado a ser el modo preferido de importar esa maldad
Cuenta la leyenda, y la historia, que Perón les cobraba a los judíos que llegaban a Argentina huyendo del holocausto un peaje para otorgarles la visa para radicarse y, tras la caída de Hitler, les tarifaba hasta 5000 dólares el pasaporte a los nazis que huían del Juicio de Nuremberg y del juicio de la posteridad, huida planificada en la tristemente famosa operación Odessa. Habrá que rescatar el espíritu equitativo y justo del General, que al menos cobraba más caro a los ex SS que a los judíos.
Como si fuera un apotegma o un mandato, su movimiento continuó esa costumbre de lucrar con ese formato de inmigración, aunque no siempre al nivel de cinismo y perfidia de su líder, pero siempre a costa del prestigio o del presupuesto del país, siempre con alguna contribución (coima) ahora democratizada para no dejar afuera a los distintos estamentos de militantes relevantes.
El militarismo, padre y gestor del peronismo, ya había firmado un pacto de amistad con los peores al comienzo de la segunda guerra. No es olvidable la adhesión empecinada al eje del mismo gobierno del que Perón era simultáneamente ministro de Guerra, secretario de Trabajo y vicepresidente. Como si fuera una maldición, o una condena, desde ese entonces Argentina ha estado del lado de los malos universales cada vez que tuvo gobiernos justicialistas. Los crueles y sanguinarios ataques a la embajada de Israel y a la AMIA y aun la muerte del hijo del presidente Menem, han sido atribuidos a sanciones ejemplificadoras del terrorismo islámico, por quién sabe qué incumplimientos de qué pactos del entonces primer mandatario, en pago de alguna ayuda financiera en su campaña electoral, como mínimo. La entrega de un predio militar y el regalo de la construcción de una mezquita en la mejor zona de la ciudad de Buenos Aires habrían sido un acto de humillación y un gesto del riojano para sellar la paz y. compensar la necesidad de venganza, dentro de la especial lógica del pensamiento y la ética del mundo árabe.
Néstor y Cristina Kirchner continuaron esa línea y la profundizaron, por lo menos en lo económico. - En lo económico personal - acotarán sus detractores, aunque como ha dicho la señora, esa acusación no es procedente, porque sólo la historia y el pueblo pueden juzgarla. La justicia no rige en su caso, como se sabe. Su creciente simpatía por Fidel Castro se continuó con su afecto e identificación con Hugo Chávez. Pero no fue sólo una simpatía política. Cuando se paga adelantado en 2005 el 100% de la deuda con el FMI, a pedido de sus autoridades, el hecho es presentado como la decisión de liberarse de su tutela, aunque se trató de complacer un pedido del Fondo a varios países latinoamericano. El monto para ese pago se obtuvo de una extraña operación de bonos que fueron comprados por Venezuela con un descuento del 15% jamás explicado. (Difícil hacerlo, cuando a precio de mercado se colocaban con tasas mucho más baratas) La posterior necesidad posterior de juntar los fondos para pagar esos bonos – imposibles de defaultear - fue la causa y razón del primer cepo de Cristina en 2014/15.
En 2007 se produce el extraño caso del avión contratado por la estatal ENARSA que trae a bordo al emisario venezolano Antonini Wilson con la famosa maleta con 800,000 dólares descubiertos por error por una agente de policía aduanera que no estaba en la tramoya y que se argumentó judicialmente que eran para pagar la campaña presidencial de la viuda de Kirchner. Los otros agentes no osaron descubrir más maletas. Se recordará que Chávez debía viajar a Argentina poco después para cerrar, entre otros, el contrato sobre gas licuado (otra obsesión rentada rioplatense). Nadie se ha ocupado todavía en relacionar esos hechos, ni se ha verificado que en las cuentas de Venezuela figure semejante ganancia de la venta de bonos con descuento.
Pero Cristina protagoniza más episodios. El alevoso memorando de impunidad con Irán, que obligó a aprobar ex post al Congreso y por el cual fue procesada, un pacto impulsado por un sector lumpen de su militancia, los acuerdos secretos con Rusia y China, de alcances desconocidos y para muchos peligrosos, y el acuerdo pesquero extraoficial con sectores chinos no identificados nunca explicitado ni registrado, pero sí suculento. El apoyo insistente de ella y de su presidente proxy a Rusia, y su enojo cuando Alberto Fernández se intentó despegar de esa línea de subordinación. Los tratados estratégicos con Rusia y China, algunos cuestionados por la OTAN, en apretado resumen. La subordinación del presidente Fernández a Vladimir Putin en su visita fue evidente, si no escandalosa y vergonzosa. Lo sigue siendo hoy, como quedó más que claro en el Summit.
Ahora se suma el sainetesco episodio del avión venezolano. No hay ninguna duda, de ninguna clase, de que no se trata de un accidente, ni de un error de algún funcionario de segundo orden, o de personal técnico o administrativo. El gobierno argentino permitió el aterrizaje de un avión paria rechazado por los países de la región y del mundo libre. Permitió la entrada de un grupo de terroristas buscados y repudiados. De una nave, unos tripulantes y unos pasajeros indeseables. Ahora navega en un mar de mentiras, de vacilaciones, de imprecisiones, de contrasentidos y de papelones, mientras el avión está varado sin poder reponer combustible porque nadie querrá exponerse a una sanción de Estados Unidos. Casi es posible apostar a que se incurrirá en un nuevo papelón y en alguna sanción internacional si se facilita su reabastecimiento, como ocurrirá.
El peronismo tiene una larga fijación con los aviones. Desde la ruinosa creación de Aerolíneas Argentinas en 1949, pasando por el avión negro en el que se suponía que regresaría subrepticiamente Perón durante sus 18 años de exilio. O por los dos aviones en los que retornara por duplicado el líder en aquel noviembre lluvioso de 1972, con la imagen de José Rucci aguardándolo en la pista con su paraguas abierto y el otro regreso en 1973, con dos millones de personas esperándolo. Posteriormente, los peronistas se matarían prolijamente en las calles de Ezeiza durante tres días, y Rucci sería asesinado por Montoneros en una muestra de desafío al General. Y hoy Aerolíneas Argentinas es un nidal de contrabandistas y ladrones, apañados por el justicialismo, que cuesta cientos de millones de dólares por año, faro mismo de la corrupción nacional multipartidaria. Los desaguisados encadenados de PLUNA empalidecen frente a semejante logro.
Este Boeing que ahora yace en Ezeiza como un caballo de Troya abierto, expuesto, derrengado, vacío, su tripulación iraní, su dudosa bandera, y su dudoso propietario, su secreto, la duda sobre si el pasaje era solamente el que se declara o si llegaron más misteriosos pasajeros venezolanos, iraníes o de otro origen, no es Argentina. No representa a Argentina. Este avión representa al peronismo.
Es posible que la definición moleste y duela a quienes de buena fe adhieren a esa línea política. Si tal fuera el caso, deberían procurar cambiar totalmente la conducción de su movimiento y liberarse de la franquicia de La Cámpora, los gobernadores sátrapas y el kirchnerismo, que lo han precipitado en un abismo de expolio sistémico mafioso y de destrucción masiva económica, diplomática, política, social y moral. Y con ellos al país.