Publicado en El Observador 31/05/2022
Paradojas aparentes de la conveniente ignorancia
Buscad lo que buscáis, pero no donde lo buscáis, decía San Agustín. Pasa lo mismo con la economía
Y esa sería la primera paradoja: la creencia de que todo beneficio, dádiva, subsidio, o regalo del estado como se le llame, beneficia siempre a los pobres y castiga siempre a los ricos. Basta analizar cualquier caso, en cualquier época, en cualquier rubro, en cualquier formato para ver que eso no es cierto, ni en los beneficios, ni en los costos que pagan los ciudadanos. Pero en la instantaneidad -o en la tribuna o la conferencia de prensa - suena sensible, popular y muy adecuado para los oídos de los beneficiados exprés, la prensa y aún para el burócrata que reparte. Claro que es difícil explicar a quienes sufren urgencias o angustias que esos repartos tienen efectos nocivos que los obligarán a seguir mendigando y padeciendo todavía en mayor escala. Escaseces, desmadre de precios relativos, inflación, falta de inversión, endeudamiento, déficit. Como es muy difícil determinar donde se acaban las necesidades imperiosas. Luego de décadas de doctrina y alejamiento de la despreciada cultura del trabajo, todo lo que se puede comprar con dinero es considerado hoy como un derecho vital del que no lo tiene, y como una obligación del estado proveérselo.
Tal promesa nunca se cumple, como sintetizó von Mises en su gran libro La acción humana, concepto negado y demonizado. Una suerte de esclavitud del productor y del generador de empleo, riquezas y bienestar. Porque toda fatal burocracia supone que esa raza seguirá produciendo a cualquier nivel de castigo que se le inflija, o nivel de impuestos, trámites, recargos, prohibiciones, huelgas y ataques a la propiedad. Para darle más tono científico, justamente ese criterio aplica el neomarxismo desde el fracaso de la URSS en adelante: tomar de esclava a la producción hasta desangrarla. Se llama socialismo, democracia cristiana, social democracia, Doctrina Social, foro de Sao Paulo, Patria Grande, kirchnerismo o Pit-Cnt-FA, y otros sinónimos. El resultado es siempre la miseria generalizada. Puede durar un poco más si se parte de una base altamente industrializada y tecnificada o de alguna posición muy fuerte de reservas, pero culmina en guerras, miseria y hambruna casi siempre. Y cuando los burócratas sofisticados que usan algoritmos como la Moderna Teoría Monetaria advierten que la sociedad no se comporta como ellos querían, la dictadura es inevitable, para que se cumplan las ecuaciones, cual modernas Escrituras.
Esa paradoja es similar a la impositiva. Poniéndole impuestos a los ricos y repartiéndolos entre los pobres se solucionan las carencias. ¿Quién puede disputar semejante principio que suena hasta a evangélico? Nadie, ningún político, ni burócrata que, como un CEO cualquiera, obtiene participación en las ganancias. Ni aun la línea latinoamericana de atacar los patrimonios suena a injusto y confiscatorio. Hasta que la riqueza se termina, las necesidades son infinitas y la plata se acaba. Y la miseria es mayor que antes. También fracasó todas las veces que se intentó, no es que a nadie se le ocurrió. Pareciera creerse que “esta vez lo vamos a hacer bien porque sabemos más y tenemos más información”. Los países ganadores son los que reciben a los que huyen del despojo. Pero a primera vista, luce razonable y de toda justicia, ¿verdad?
Los políticos y la política de hoy, las sociedades de hoy, están saturadas de estas paradojas que, a primera vista, parecen lógicas hasta que llega la realidad, la acción humana. Falacias en la que se cree de buena fe o que se predican de mala fe, muy pocas veces por desconocimiento sino por deliberada ignorancia, no por falta de conocimiento o formación, para no ofender.
¿Hay algo más paradojal que la idea de que subsidiando la nafta o el gas se ayuda al público de menores recursos? Además de los miles de beneficiados que no son nada pobres y que gozan del subsidio, el desabastecimiento aparece en minutos, y siempre, sin excepción, daña más a los más necesitados. ¿O alguien encontró ahora un modo diferente y esta vez lo “vamos a hacer bien”? La idea de que la economía es una ciencia exacta o matemática, además de omitir que se trata de una ciencia social, lleva a la creencia de que todo es lograble, todo es conversable, a la conveniente ignorancia vendida por los gobiernos y alegremente comprada por la población que sostiene que el Estado puede satisfacer todas las necesidades con una ley o infinidad de leyes.
Otra aburrida paradoja es el concepto de que un aumento en los precios de materias primas es una bendición para países cuya única estructura productiva son las commodities agropecuarias. Se basa en la idea mágica de que, a una mayor afluencia de dólares, habrá más para repartir, más trabajo, mejor rating crediticio para tomar más deuda, (cuyos intereses pagarán los nietos, o Dios) lo que permitirá hacer feliz a todos, ayudar a la igualdad y jubilar a todo el que quiera. Falso. Primero porque la apreciación inevitable de la moneda local (Dutch Disease, ya comentado) elimina toda exportación y hasta producción de valor agregado, léasex de empleos, con lo que el único empleo es estatal. Eso aumenta el gasto del estado, el costo de los productores por varios efectos, y aumenta los impuestos, porque pasan a ser la única manera de mantener a la población, que terminan cayendo sobre los productores siempre, llámense retenciones, como en Argentina, impuestos a las ganancias inesperadas, ayuda de emergencia o como se le quiera poner. Y luego de esos efectos negativos casi inmediatos, se produce una presión importadora de todo tipo de bienes, un alza del costo de vida en pesos y en dólares y una situación social insostenible e inmanejable. Ya pasó. Siempre. Pero en todos los casos aparece la inmediatez de la sociedad y la de los gobiernos, el oportunismo y la inexorable creencia de que esta vez es distinto porque… y en vez de bajar recargos y abrir ordenadamente la importación que equilibre la economía, se sigue apostando al proteccionismo amigo y rogando que los efectos negativos lleguen tarde o nunca.
Cuando esas materias primas bajan, todo el resto, sueldos, gasto, déficit, impuestos, ya no se pueden bajar. Entonces la espiral negativa es sofocante. Ya pasó. Muchas veces. En todo el mundo. Pero esta vez se supone que el ciclo durará por siempre. Bastaría ver la suerte de los exportadores sólo de commodities en la historia. Por esta razón y por otras que se comentarán, cuando la vicepresidente de Colombia dice que Uruguay tiene los ingresos más altos de la región, no sólo es parcial, sino que es ignorante, y merece el reciente resultado electoral. Los ingresos de la población se miden en poder adquisitivo, no en valores absolutos. Ajustados por productividad, o por Purchasing Power Parity u otro índice similar. Si se hace esa comparación, se verá que Uruguay está en el podio de los países más caros del mundo, con tendencia a alzar en breve la copa del ganador.
No se pueden cambiar las condiciones mundiales de mercados en los que no se influye ni en la demanda ni en la fijación de precios. Pero gobierno, oposición y sociedad pueden tener la precaución de la prudencia. Es lo que solían hacer los países inteligentes, por caso, Chile antes de su reblandecimiento intelectual o Noruega hoy: crear con los excesos de ingresos fondos intocables no usables para ningún gasto, para ser utilizados en el momento de la contramarcha de la realidad. ¿Cómo imaginar que tener tan altos precios sea dañoso? Enorme paradoja.
Otra paradoja que se repite hasta el aburrimiento se refiere al trabajo, donde aún la extrema izquierda ha decidido despreciar las enseñanzas y teorías del propio Marx. Eso va unido y en el mismo paquete que la reforma de la jubilación, el trabajo en negro, (economía informal bictonera, en términos más modernos), y la desocupación, que crecerá. Además de que el sistema jubilatorio soporta el costo de una enorme cantidad de subsidios, pensiones y seguros que nada tienen que ver con el sistema, cosa que han decidido ignorar todos los opinantes en este tema, se agrega la idea simplista y de manipulación social de la necesidad de aumentar la población para que los jóvenes aporten su limosna obligatoria a un mecanismo que ha muerto hace mucho en el mundo lógico. Se omiten, además, los 18 años de brecha entre hoy y el momento en que supuestamente esos jóvenes participarán del mercado laboral. Pero se omiten muchos otros aspectos. Que el empleo depende de la demanda, y que el país no ha cesado de poner obstáculos a esa demanda. Desde el sabotaje sindical con ciertas huelgas a su creencia de que aumentado la rigidez va a conseguir más empleo, cuando es todo lo contrario. O a la creencia resentida de que eligiendo ciertas víctimas - como serán quienes tengan capital en el exterior - no se va a ahuyentar la limitada y poco demandante de trabajo inversión actual, como ocurrirá con los emprendedores, valiosa inmigración calificada en todo sentido, que huyeron despavoridos de Argentina, por ejemplo, cuando unos delirantes aplicaron gabelas similares con iguales argumentos paradojales. Aumentar la población por cualquier medio supone abrir al extremo las condiciones laborales y aún las cargas impositivas sobre todos los factores económicos. De lo contrario, cualquier aumento de población logrará disminuir aún más la tasa de actividad o participación, sin lograr un crecimiento de la demanda. O sea, incrementar la población y fomentar los nacimientos hoy, es crear más desocupados para mantener con la sensibilidad (y los impuestos de los burócratas) más gasto público que garantiza que no habrá valor agregado alguno que exportar. Una espiral hacia adentro, diría Samuelson, una implosión expulsadora. Todo esto sin considerar que la educación ha sido convenientemente erradicada del firmamento oriental, con lo que si el neogestado pudiese elegir, no nacería en este momento ni lugar.
Además de instantaneidad, facilismo y reparto de golosinas, del que no se conoce ningún caso de éxito, (y menos el de Europa, que se suele usar como contraargumento, un fantasma en agonía colgado del euro, de la irrealidad y de la deuda), el peligro es que, cuando los fatales Ceoburócratas infalibles, cuando ven que no pueden cumplir sus promesas, cuando ven que la sociedad quiere tener el derecho de ejercer su acción humana, deciden extender su control de la economía al control social y adoptar algún grado de dictadura, que conduce a la dictadura final, como lo describió brillantemente Hayek, al no atribuir sólo al comunismo estas paradojas, sino al fascismo y al nazismo. A la izquierda y a la derecha. A cualquiera que sostenga lo que es insostenible.
Para los Ceoburócratas, cabe recordar un cuento que refería hace medio siglo un célebre charlista casi uruguayo, José de Soiza Relly: había una vez un dictador benigno y absoluto que, había comprendido el valor de satisfacer lo que el pueblo demandaba sin nunca decir que no. Aplicaba impuestos, emitía, se endeudaba. Saludaba a la multitud que lo aclamaba desde su alto balcón de su alto palacio de gobierno. Un día se acabó la platita, el ingreso impositivo, el endeudamiento. Desde su alto balcón le dijo a la multitud: “aquí va lo último que tengo para ofreceros” – Y se arrojó sobre la masa de fanáticos. Pero como no era platita, todos se hicieron a un lado.