Publicado en El Observador 28/09/2021
Y yo, ¿dónde me paro?
El estrecho y tortuoso camino que tienen los países pequeños para evitar la pobreza generalizada y la muerte del empleo privado y la producción
La disputa comercial -estratégica entre EEUU y China, ya de por sí complicada para las economías pequeñas, se agrava por las cambiantes políticas internas de ambas potencias, que se reflejan necesariamente en su accionar global. Como es fácil de observar, ambos gigantes avanzan hacia formatos proteccionistas duros, con lenguaje y razones diferentes, aunque iguales efectos nocivos, pero en supuesto beneficio de sus pueblos. En matemáticas, al límite se llega por derecha o por izquierda, como es sabido.
El proteccionismo mundial ha tenido siempre consecuencias fatales sobre el crecimiento de las economías, el empleo y el bienestar, sobre todo de los países periféricos, subordinados a depender del progreso de las grandes naciones para beneficiarse de su derrame secundario. Ese panorama se agrava porque Estados Unidos amenaza con transformar esa pelea en una instancia de formato bélico, en respuesta al sistemático avance chino sobre Hong Kong, Taiwán y todo el mar que considera como de propiedad exclusiva.
Semejante circunstancia, dentro de la política de persuasión proactiva que ha emprendido Biden, pone en difícil trance a quienquiera pretendiera comerciar preferentemente con China, que ahora corre el riesgo de ser rotulado como enemigo algo más que comercial y sancionado en consecuencia. Al mismo tiempo, y, dentro de esa concepción proteccionista, EE.UU no está dispuesto a firmar ningún tratado de libre comercio, que ahora pretende reemplazar con acuerdos bautizados de cualquier modo, pero que le garanticen una gran comodidad, o sea que impidan competirle. Por eso en el naciente acercamiento a Colombia, Ecuador y Panamá, está prometiendo solamente inversiones que lo ayuden en su lucha para emular u obstruir el llamado Camino de la Seda, no mayor intercambio comercial.
Suponiendo que nada de esto es ignorado por el gobierno, en su entrega de la semana pasada la columna prefirió leer la posición contra las dictaduras de la región del presidente Lacalle Pou en la innecesaria CELAC – un invento de dictadores para proteger a dictadores – más que como una expresión valiente de sus principios personales en la cara de los tiranos, como una intención de posicionarse claramente del lado de los derechos y las libertades de las que Norteamérica ha sido y es el paladín y predicador indiscutible. Un modo de dejar claro de qué lado está el país en su alineamiento de fondo, al mismo tiempo que toma en el comercio internacional el único camino que se le ha dejado. Una posición basada en los intereses de Uruguay, no en el ensueño ideológico casi de estudiantina que siguió el Frente Amplio durante sus 15 años de gobierno.
Algo no demasiado difícil de concluir, ya que Uruguay no tiene ningún otro camino disponible, pues en el actual marco global, la única opción de crecimiento son los mercados asiáticos, de cualquier signo político o ideológico. Camino que se vería sumamente dificultado si la por ahora primera potencia mundial pusiera obstáculos extracomerciales o vetara como inamistosas las decisiones uruguayas en ese sentido. Como nunca es fundamental jugar hábilmente esa suerte de ajedrez político internacional, para los que lamentablemente no hay un soft tipo Stockfish o AlphaZero, ni del lado de los gobernantes, ni de los modestos columnistas, por supuesto. Disyuntiva no tan distinta, en su esencia, a la que se enfrentó en su momento de decisión el presidente Jorge Batlle.