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Publicado en El Observador, 21/09/2021



Ahora, contra el cerdo capitalismo chino

 

No hay ningún tratado de libre comercio que no obligue a competir; eso fuerza a reducir el monopolio del estado y a fortalecer al empleo privado, despreciado y olvidado por el Pit-Cnt 

 

El discurso del presidente Lacalle Pou en la CELAC recogió múltiples apoyos y seguramente aumentó un par de puntos su popularidad, por su coraje y su defensa de la democracia. Aunque la espectacularidad del retruécano presidencial esconde otro mérito superior de mayor envergadura: la decisión de posicionar geopolíticamente a Uruguay en el complicado marco global. (Otro paso contundente sería irse de la CELAC, ente de la burocracia latinosocialista que intenta crear un gobierno virtual supranacional en manos de unos ganapanes inútiles, factor común de las orgas que pululan bajo siglas diversas)

 

La clara alineación con los principios democráticos occidentales también permite al país negociar sin temores con cualquier nación o región del mundo, sin comprarse el rótulo barato de estar asociándose por ello con totalitarismos o ideologías de cualquier índole. Una independencia histórica que no tuvo en cuenta el Frente Amplio en su gestión, subordinada a su alineación ideológica regional – o mundial - independencia hoy vital como nunca, o como siempre.  Lo que lleva directamente a la discusión por el posible TLC con China, que ha entrado en la etapa nebulósica de la discusión eterna en busca de consensos imposibles. 

 

Para la columna, la preferencia sería negociar un TLC con Estados Unidos, tanto por afinidades como por oportunidades. Pero ello tiene algunas imposibilidades. Comenzando por que la aún primera potencia mundial no quiere negociar ningún tratado de libre comercio. Y menos con Uruguay. Ya el TPP, el Tratado de Participación Transpacífica, contenía decenas de cláusulas que conformaban una maraña de trabas no aduaneras que hacían virtualmente imposible colocar las producciones locales. No conforme con esas restricciones, Trump decidió retirarse del acuerdo y hasta forzó a México a renegociar un Nafta con cláusulas similares, que además de ser inflacionarias para el consumidor americano, son lesivas para México. 

 

Biden, más allá de su formato de sociolatinismo ruinoso, sigue la misma política proteccionista e ineficiente que preserva empleos falsos, actividades ineficientes y empresas zombies que debieron desaparecer hace rato. Con lo que debe aceptarse que Uruguay perdió su única oportunidad de entrar en ese mercado al comienzo del gobierno de Tabaré Vázquez, cuya ponencia en favor del acuerdo fue sepultada por la izquierda desembozada y la vergonzante, capitaneadas por su propia alianza, bajo la suela ideológica del Pit-Cnt, basada en un empecinado desconocimiento de las reglas económicas y de la realidad y la evidencia empírica. 

 

La Unión Europea, que sería la segunda opción políticamente correcta, funciona como un enemigo comercial, no como interesado en cualquier acuerdo. El germen de un tratado conque se soñó recientemente, fue abortado drásticamente por Francia con iguales argumentos a los de Trump y nunca más se volverá a hablar de él, por el proteccionismo sindical y empresario que es el alma de la eurozona y que la llevará a la quiebra, si no ha alcanzado esa meta ya. 

 

La única opción que resta son los mercados asiáticos, y es inviable pensar en ellos sin incluir preferentemente a China, que, como dato adicional, acaba de solicitar su ingreso al Tratado Transpacífico reformado, el CP-TPP, que reemplaza al anterior con EEUU, que incluye a Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam y México. Aquí debe tenerse en cuenta que EEUU, que pretende que sus aliados lo ayuden a luchar contra China aislándola comercialmente – un nuevo sueño americano, pero mal sueño – les pide que se inmolen, pero no parece estar dispuesto a ayudarlos, como bien sabe Francia, a la que acaba de dejar colgada del pincel, como dirían los expertos, tras hacerle perder un negocio importantísimo sin avisarle siquiera, con su acuerdo bélico con Australia y Gran Bretaña. 

 

Pese al episodio que ayer hizo crisis en el negocio inmobiliario, y aún otros que se agregarán, (Xi Jingpi se ha vuelto comunista) China, y luego Asia, en ese orden, son la única opción, que ya se está mostrando en la realidad de los números del mercado externo. Ahora bien, contra lo que imagina el pensamiento único del Pit-Cnt, auditor ideológico del Frente Amplio y para nada moderado, como se empeña ahora en hacer creer a los ilusos, cuando se firma un TLC la contraparte también quiere competir y vender. Salvo en la URSS, donde el Comecom se ocupaba de esos detalles, que terminó en un mar de ineficiencia en el que felizmente se ahogaron todos los creyentes. 

 

Es decir, que un tratado de ese tipo implica siempre que haya ganadores y perdedores locales. Si los últimos son inteligentes, son perdedores temporarios, si no, arrastran en su fracaso al país al que pertenecieran.  Más que perdedores, prebendarios sin chupete. Eso lo sabe muy bien Bill Clinton, padre de la apertura comercial mundial conocida como globalización, que tuvo que luchar aún con sus partidarios para lograr aprobar el Nafta y que empujó las reformas que cambiaron el comercio mundial y crearon 3 décadas deslumbrantes para el bienestar global. 

 

Por eso, se trata de un tema en el que el consenso es imposible. Tanto en lo que hace a la firma del acuerdo en sí, como en las reformas que hacen falta para poder participar y competir con la contraparte, quienquiera que fuere. Nunca habrá consenso. En esto están aliados el sindicalismo neomarxista uruguayo con los sectores empresarios beneficiados por el proteccionismo y el aislacionismo. Ya se ha dicho aquí que a muchos sectores les conviene creer que lo que le pasa a Argentina se debe a Cristina Kirchner, que está desequilibrada. Lo que pasa en Argentina es el fruto de ese corporativismo, tema para otra nota. 

 

De modo que, más allá de las declamaciones, la oposición será feroz, llena de relatos, eslóganes, comparaciones y miedos inducidos. Se suele criticar al estado cuando otorga eximiciones o tratamiento especial a las empresas que se radican. Con razón. Pero no se aclara, ni se explica, que ello se debe a que todo el sistema laboral, de privilegio al empleo estatal, de prepotencia sindical trotskista, de negación a la propiedad y aún a la libertad, obliga a que, para posibilitar una inversión, deban soslayarse todos esos obstáculos, lo que además de engorroso tiende a cualquier exceso, negociado o sospecha. Por eso lo único que debe hacer el gobierno, es tratar de salir de la trampa que conduce al estado como único empleador, sin trabajo privado. 

 

Con lo que, un TLC con quien fuera, implica la caída del monopolio sindical y empresario (el empresario monopólico mayoritario es el estado) y una reforma al sistema laboral y al de recargos, incluido el IMESI, que funciona igual que un recargo en varios casos. Optar por no hacer un tratado es profundizar ese final fatal y avizorable del empleo privado, el mayor de todos los males.

 

Y como el Pit-Cnt, deliberadamente o no, es enemigo del empleo privado, empieza a ser imprescindible que los trabajadores que quieran mantenerlo o ampliarlo se agremien en otra central sindical que los represente y los defienda, no que los diezme. Eso es también parte de lo que es ineludible hacer para poder firmar un tratado. Intentar un consenso con quienes ni creen ni quieren una apertura, es perder el tiempo o, mejor dicho, fracasar. De lo que no se está exento. Aunque siempre el Pit-Cnt puede proponer un tratado con África. O con Cuba o Venezuela. O con Ganímedes.