Disclaimer: A fin de no nublar el
razonamiento, esta nota no hará mención ni directa ni subliminal a la situación
argentina.
Democracia y gasto
público
Los
movimientos que se iniciaron acaso con la rebelión de sus caballeros contra
Juan Sin Tierra, luego contra otros reyes y que más adelante motorizaron la
creación de parlamentos, autolimitaciones reales, constituciones, y
eventualmente desembocaron en las distintas variantes de gobierno que hoy
llamamos democracia, no nacieron prácticamente nunca de una convicción abstracta de derechos personales.
Casi
unánimemente se originaron en la presión impositiva del rey sobre sus súbditos
y en la percepción de que los servicios o cuidados que el rey le brindaba al
pueblo no tenían relación con las exacciones, a veces violentas, que el reino
ejercía.
No hay que
ser un historiador para recordar el ejemplo fácil de la Independencia
americana, que desemboca en la Democracia moderna, cuyo origen fue simplemente
una protesta por los impuestos que cobraba la corona.
Al redactar
las constituciones de estas democracias, se plasmaron en casi todos los casos
los ideales liberales y los principios religiosos que los sectores más
preclaros de esas sociedades ya sostenían. De esa confluencia surgió la
democracia moderna.
Pero la
democracia, con pequeñas excepciones, se ha ido separando de los principios
republicanos. Y en ese alejamiento ha dejado de cumplir su compromiso con los
ciudadanos, tanto en los derechos políticos y personales, como en lo económico.
Adams, redactor de la Declaracion de la Independencia americana e inspirador de
su Constitución, vomitaría sobre la Patriot Act, la ley más dictatorial de la democracia
moderna. Y no querría abundar en el análisis por ahora.
En lo
económico el desprecio por los principios es todavía mayor. Los países de la
Europa clásica están ya gastando más del 50% del PBI o más. Estados Unidos ha
pasado cómodamente el 45%. El hecho de que todavía ese gasto no se refleje en
una exacción tipo Luis XVI sobre la ciudadanía, no debe llamar a engaño: las
grandes democracias están contrayendo deuda que caerá más adelante sobre las cabezas de sus ciudadanos. Deuda para financiar gastos corrientes.
El sistema político-económico de todo
el mundo se ha poderado de la democracia, y lo que es peor, del Presupuesto. Justamente, el presupuesto es el coto
de caza de los dueños de la democracia. No sólo se han llevado puesto al
liberalismo, sino a los principios republicanos y a los principios económicos, usando
disfraces, teorías, mecanismos y dialécticas claramente goebbelianas.
El rey de ayer es el estado de hoy. Y
el estado ha pasado a estar por encima de la democracia y de la república. El
Leviatán.
Pero los
pueblos de hoy no son los pueblos de ayer. Los Luis XVI de hoy tienen una
apacible larga vida, y hasta pueden ceder el poder a sus hijos, (Bush, Kim Jong, al Asad) como los reyes. Los
pueblos los contemplan con apatía, a veces con enojos temporarios, esperando la
redención de la próxima elección, repitiendo consignas como «democracy is second to none» o balbuceando que no hay blancos
ni negros, sólo grises, y otras frases serviles.
Mientras los
ladrones públicos se prenden como garrapatas de los presupuestos y los
mercaderes organizan guerras o las inventan para vender armas, como hoy, en que
a Israel se le venden misiles por derecha, y a Hamás se le permite comprarlos
en el outlet. O agitan el terrorismo
y el enemigo externo con igual propósito.
El
espectáculo de la discusión presupuestaria entre Demócratas y Republicanos+Tea
Party, que concluye en un presupuesto
deficitario e ineficiente, esperando la licuación del crecimiento o de la tasa
cero, y sin lograr ningún avance, es acaso el mejor resumen de la corrupción
política y económica en que ha caído la democracia.
¿Qué
haremos?
Por ninguna razón propondré un
magnicidio. No por
cuestiones éticas sino porque el estado se compone hoy de miles de personas. El
ejecutivo, los legisladores, los ladrones públicos, los lobbystas, los
industriales prebendarios, el propio ciudadano a veces en algunas de sus
facetas de consumidor, paciente, usuario o subsidiado. Demasiadas muertes.
Pocas veces
se ha visto a las masas tan sometidas a la condición de masas como hoy.
Apuesto una ficha, o muchas, a las
redes sociales, a la
organización de masas vía las redes,
de modo orgánico y casi profesionalizado. El caso Assagne y la formidable
Wikileaks mostró un camino que debe seguirse orgánicamente. Por supuesto que el
sistema reaccionó y reacciona de inmediato para protegerse, se trate ya de
China o de EEUU, increíblemente solidarios entre sí en estos casos.
De inmediato
se banea, se censura, se veda o restringe el acceso a este tipo de sitios y se persigue fuera de
toda ley a sus responsables. El rey muestra su cara de dictador. Tiene, en el
fondo, miedo.
El caso
Snowden, si bien distinto, muestra también lo que puede la difusión viral de
los hechos malévolos del Leviatán, que se une en una sola nacionalidad, una
sola ideología, un solo sistema para defenderse.
Pero también
marca un camino.
Usando la enorme potencia de las redes
sociales, los líderes
de opinión de esas redes tienen que transformarse en cada comunidad, en cada
provincia o estado, en cada país, en una Wikileaks, en una especie de
Grennpeace viral. Aumentar o incorporar conocimiento técnico y profesional, que
bien puede, o más bien debe, ser ad honorem.
Estas
organizaciones así construídas deben transformarse en auditores del sistema
político y definitivamente comenzar por destapar, a modo de concientización y
ejemplarización, algunos casos flagrantes de corrupción o dispendio de
cualquier tipo. Y también constituirse en un foco donde converjan las
denuncias, que servirán de base para la difusión e investigación de
irregularidades.
No tiene sentido no usar el poder de
Internet y sus
líderes para crear una democracia participativa, no en el voto, pero sí en la
denuncia y la auditoría de la gestión del Leviatán de Hobbes.
No tiene
sentido no usar el liderazgo de los referentes de la red. Agonizando la
importancia de la prensa impresa, deteriorados los contenidos de los medios en
general o distorsionados por muchos intereses, el poder del control debe
revertirse al ciudadano.
Los sistemas
políticos han marginado al ciudadano del ejercicio real del poder. El
maquiavelismo ha ocupado la escena política casi globalmente. La política no se
ocupa del derecho, ni del bienestar, ni del desarrollo de la gente. Está en un
círculo vicioso donde se lucha para tomar el poder y luego se lucha para perpetuarlo.
La burla de decirle al ciudadano que
para cambiar las cosas tiene que afiliarse a algún partido o crear uno nuevo, debe ser
contestada con la denuncia pública y el escarnio popular vía la difusión en las
redes.
Los
políticos y los ladrones públicos (privados) le tienen más temor a un Wikileaks
que a la muerte.
¿Serán
capaces los tweetstars y demás líderes de redes dejar el ego trip de contabilizar día a día cuántos seguidores tienen y
guiarlos hacia algún objetivo superior? (Seguidores quiere decir que te siguen,
muchacho. ¿Adónde?)
No puedo
responderlo. Sólo puedo dejar esta inquietud, con la esperanza de que sea una
semilla sembrada, tal vez, en el mar.
Sin un sistema de real control y
presión popular, la democracia será cada día más parecida al servilismo. Las cargas impositivas, que han
subido al triple en 60 años, son un síntoma clarísimo. El deterioro de las
prestaciones y servicios que brinda el estado es universal, con poquísimas
excepciones.
Las
constituciones ya no son garantías del estado a la población, sino apenas el
reglamento interno del consorcio político.
Las redes y
lo que hagamos con ellas y en ellas parecen ser una de las pocas esperanzas de
que le democracia recupere algún significado.
Alexis de
Tocqueville lo dijo mucho mejor que yo en 1835 en su inmortal libro La
Democracia en América. Que nadie lee porque tiene más de 140 caracteres.
8888888888888888888888888888