Mi pequeña reflexión
diaria
Se
acabó la globalización que conocíamos
Hace bastante tiempo que el impulso de globalización que parecía
incontrolable en la última década del siglo XX ha evolucionado desde la
apertura de comercio absoluta hasta variantes más o menos solapadas de
proteccionismo.
En un comienzo, la Organización Mundial de Comercio había
establecido y profundizado normas de bajas de recargos y otros mecanismos
proteccionistas, lo que generó una
revolución mundial y un acceso al empleo de cientos de millones de personas.
El proceso significó la entrada al juego de grandes masas de
población de países como China o India, olvidadas por sus propios gobernantes y
por el mundo desarrollado. O imperialista, dirían algunos.
Todos felices. Hasta que Europa y Estados Unidos comenzaron a
notar que la teoría clásica económica que funcionaba tan bien para medio mundo,
tenía una falla si se aplicaba a toda la humanidad: en términos de empleo era
un juego de suma cero.
La simetría de Lerner, que
mostraba que las exportaciones e importaciones de los países tendían a ser
iguales debido a la nivelación automática del tipo de cambio, no era tan conveniente
ni válida si todos los países hacían
lo mismo y además manoseaban sus tipos de cambio.
Y descubrieron algo más: que el bienestar no era infinito. El
empleo de unos era el desempleo de otros. No era tan fácil mantener los altos
salarios, como está viendo hoy mismo Estados Unidos. El ingreso individual
terminaba siendo un promedio entre Tailandia y Alemania.
La apertura comercial hace rato que viene parándose. Y del peor
modo. Con mecanismos extra tarifarios. Sin
contar que las materias primas alimenticias nunca fueron beneficiadas con la
libertad.
El TPP, cuya redacción final se aprobó ayer, es el resultado de
una nueva concepción. La integración regional. O para ser más sinceros: la
protección aduanera con alguna excusa, en este caso la pertenencia al Pacífico.
Lo que este tratado de libre comercio significa, como otros que están en
proceso, es que sus miembros se
comprarán entre ellos, sobre todo porque, además de eliminar recargos, se han
eliminado a aliviado las restricciones no tarifarias. O más precisamente, dejarán de comprarles a otros para
comprarse entre ellos.
También unifica una serie de reglas en la resolución de disputas,
marcarias, medioambientales y para decirlo claro, expande el dominio comercial
de EEUU sobre estos 11 países e impone normas unificadas, a cambio de
asegurarles su mercado en muchos rubros.
Argentina se queda afuera de estas posibilidades por varias
razones:
a. No pertenece
al Pacífico.
b. Su unión
paralizante con el Mercosur.
c. Las
commodities alimenticias siguen expresamente excluidas de las reglas globales
de libre comercio.
Nos quedan China y Europa. Pero Europa es nuestro mayor enemigo
(no dije competidor) en el comercio agropecuario.
Es el momento ideal para repensar nuestro posicionamiento
geopolítico y también de política internacional. El Mercosur, estúpidamente desviado a ser un
monigote de politiquería interna barata, con un ridículo Parlasur, debe ser
repensado o eliminado si no se puede transformar en un mecanismo útil de
negociación e inserción mundial.
También es imprescindible abandonar la suicida política de
confrontación con Estados Unidos, que sólo puede acabar en un aislacionismo
incompatible con la realidad global.
El comercio mundial ahora empieza a pasar por las Cancillerías, no
por los Ministerios de Economía.
El payasesco alicate de Timerman le ha costado y le costará muy
caro al país.
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