Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Las hienas del presupuesto

Antes de meternos con la economía es imprescindible destacar la valiente propuesta del secretario general de la OEA , Luis Almagro, de aplicar la Carta Democrática a Venezuela, lamentablemente sepultada por la vergonzosa defección del gobierno argentino –seguramente en pro de una candidatura estéril de su canciller a la Secretaría General de la ONU– secundado en la blandura por Uruguay, seguramente por razones ideológicas, y por Chile, seguramente por alguna conveniencia certera.

En términos económicos, este despropósito se encuadra en la inutilidad del Mercosur, transformado en una costosa tapadera para cubrir la huida impune del populismo regional y en una rémora para la apertura comercial.

Este no es el único punto en el que los hermanitos rioplatenses están de acuerdo. Una convicción central los une: la que estipula que el gasto público es inexorable, inamovible, indexable, preferentemente creciente y un derecho adquirido constitucional si no divino. Con algunas pequeñas rebajas cosméticas para mostrar cierta disciplina presupuestaria al mundo externo.

Esa unanimidad en el error no responde a ninguna teoría económica respetable, salvo la del fracaso y la pobreza, pero sigue siendo populismo, cualquiera fuera el signo del gobierno que la sostuviere, con los consabidos efectos.

Pero mientras Argentina tiene más recursos potenciales para seguir dilapidando alegremente, Uruguay está llegando a su momento de decisión, que no es la Rendición de Cuentas ante el Congreso, sino la hora de enfrentarse a las consecuencias.

Los límites del endeudamiento a tasas de primer mundo se han alcanzado, con lo que pensar en financiar déficits por ese medio es suicida, además de irresponsable.

Intentar el truco de licuar la importancia del gasto con crecimiento es una doble falacia. Se consiguen inversiones y se crece cuando baja el gasto, no a la inversa. Y por otra parte, el estatismo indexa el gasto por inflación o por crecimiento del PIB según le convenga, volviendo siempre a la misma situación, aunque cada vez más exagerada.

Lo mismo ocurre si se analiza el problema desde el ángulo de las exportaciones: el gasto alto obliga a la emisión, y luego a usar el tipo de cambio como ancla, lo que frena tanto la exportación como el crecimiento.

Esa emisión, por otra parte, empuja la inflación y eso lleva a la fatal indexación salarial, que se retroalimentahasta el infinito la pérdida de poder adquisitivo y desata la absurda persecución a comerciantes y productores, otra ignorancia unánime compartida con Argentina.

Aferrados al gasto, sin posibilidad de tomar más deuda barata, sin poder emitir para no alejarse todavía más del umbral de riesgo de la inflación ya rebasado, sólo queda el discurso del crecimiento.

Pero ese crecimiento es imposible, no por el mundo, que no está tan mal, sino porque los términos relativos que se han alterado lo hacen inviable, además de la ideología de la nada que hace creer que se puede conseguir la apertura comercial en un solo sentido.

Es deliberadamente errado sostener que el mundo justo ahora se puso en nuestra contra: solo estuvo transitoriamente muy a favor durante pocos años, que se desperdiciaron.

En esas circunstancias, es triste ver cómo legisladores, expertos y aficionados del Frente Amplio hurgan en cada actividad privada para ver qué otro impuesto se puede aplicar, qué otra alícuota se puede elevar, qué otra triquiñuela dialéctica se puede inventar para meter la mano en los bienes de otros sin bajar un gasto que creció por una situación global circunstancial y que ahora se ha vuelto eterno.

Como las hienas que esperan que la leona cace su presa para luego atacarla en manada y alzarse con el producto de su esfuerzo, los depredadores incapaces de crear riqueza buscan el fruto del trabajo ajeno para quitárselo. Hienas del presupuesto.

Paradójica y previsiblemente, el tipo de ajuste que se ha malparido (del sector privado, obviamente) creará mucha más retracción que una baja del gasto, tanto en el consumo como en la inversión, con lo cual en seis meses nos encontraremos en la misma situación pero agudizada, con menos recursos disponibles.

Si la Constitución declara la inamovilidad del gasto, como se interpreta en la práctica, debería tener igual rigidez a la hora de crear o aumentar ese gasto y exigir una correlación permanente con el financiamiento.

Eso sería democracia seria y en serio. Y también seriedad económica. El resto es relato del socialismo dialéctico.

OPINIÓN | Edición del día Martes 31 de Mayo de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Empleo público contra empleo privado 

La izquierda defiende causas que se contradicen: la cantidad y el salario del empleo público, la cantidad y el salario del empleo privado, la inmutabilidad del gasto, el ajuste inflacionario automático, la eternización de supuestas conquistas logradas por efectos azarosos temporarios y simultáneamente la no gravabilidad de esos ingresos.

Además, como el viejo comunismo, decide que la empresa privada es culpable de su situación y tiene la obligación de financiar todas esas conquistas. Por eso la patética búsqueda diaria de mecanismos impositivos para extraerle más recursos de los que alimentarse.

Como el viejo comunismo, se estrellará por esos errores conceptuales y también estrellará a Uruguay, si el gobierno le llevara el apunte. Al atacar con gravámenes continuos a la empresa privada, a la que llama el capital, ataca al trabajador privado. Con lo cual termina creando dos clases de trabajadores: los del Estado, que son inamovibles igual que su remuneración inmutable y actualizable, y los del sector privado, que terminan pagando con sus impuestos, su precariedad o su desempleo el sueño del socialismo arcaico.

En definitiva, el planteo del Frente Amplio se resume a una disyuntiva: trabajador del Estado contra trabajador privado. Porque finalmente la actividad privada se agota, se cansa, se funde y se marcha o desaparece. Y con ella desaparecen los puestos de trabajo, y la generación de riqueza.

Suena popular, solidario y seudomodernista sostener que el capital tiene que pagar la fiesta. Hasta que el capital deja de llegar, deja de arriesgar o decide buscar otros rumbos. Ese es el límite que se está traspasando. O que ya se ha traspasado. Ese es el límite que trata de cuidar el Ejecutivo, y eso no tiene nada que ver con ideología alguna.

Y, con todo respeto por las personas, el trabajo en el Estado no es igual que el trabajo en una empresa privada en sus efectos. La burocracia tiende a ser siempre ineficiente, siempre altamente superflua, siempre cara, hasta que termina sin cumplir aquellas misiones que le competen y que se suponen sagradas. La Intendencia de Montevideo es un perfecto ejemplo de este aserto: ocupada en la ideología, supuestamente, ha olvidado que su primera tarea es juntar la basura de las calles. De la educación hablaremos otro día.

No comentaremos el caso de las empresas del Estado, esa entelequia, porque eso ya es motivo de un tratado sociológico, o de una investigación judicial. Pero los costos en que incurren contra sus resultados no tienen nada que ver ni con los trabajadores ni con sus objetivos. Sin embargo, son gastos que jamás se aceptará reducir, lo que es la esencia del problema.

Bajo la excusa de mantener el empleo y las conquistas del trabajador, se defiende el dispendio sistemático y alevoso. Para no calificarlo con términos más precisos, por falta de pruebas legales, no económicas. Porque esas empresas son el gallinero donde cazan los zorros políticos del estatismo, siempre en complicidad con los zorros privados. Por eso también se las defiende a ultranza y están por sobre todo poder. Ese gasto es intocable.

Entonces, mientras en Francia el gobierno socialista pelea en las calles con el gremialismo amigo para flexibilizar las leyes laborales que ponen en peligro el empleo, con un desempleo que ya llega casi al 10%, la idea oriental es inflexibilizar el costo laboral, aumentarlo y cobrárselo al capital privado. El otro miembro resultante de esa ecuación es el desempleo en el sector privado. Una suerte de nueva lucha de clases, empleados públicos versus empleados privados. Que finalmente es la disyuntiva del distribucionismo fácil.

Como he sostenido, esta dialéctica que se cree de avanzada atrasa más de medio siglo y termina siempre del mismo modo: con el empobrecimiento colectivo, cuando no en situaciones peores.

Más allá de su viabilidad o no, el gobierno usa la terminología acertada: baja de gasto, apertura, baja de inflación. Las gremiales y la poliarquía hablan de redistribuir la riqueza, proteger el empleo, conservar las conquistas y mantener poder adquisitivo de los salarios. El déficit está en 4%, la inflación llegará al 11%. Las empresas temen invertir. La exportación de algún valor agregado no crecerá con estos costos laborales.

La economía no puede darse el lujo de perder más actividad privada. Cargarle la cuenta a los que van quedando implica un riesgo que no es ni sensato ni patriótico correr.

Lo pondré en términos comprensibles para el Frente Amplio: de seguir por el camino que llevan este será el último mandato.