OPINIÓN | Edición del día Martes 21 de Junio de 2016

Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

La importación del relato K

El kirchnerismo maltrató a los argentinos con pensamiento, palabra y obra. Uno de los máximos maltratos fue lo que se conoció como “el relato”, un modo generoso de referirse a las mentiras instaladas en la sociedad vía la repetición histérica goebbeliana de falacias que la población compró por inocencia, fanatismo o simple ignorancia conveniente.

La izquierda uruguaya, amante del materialismo dialéctico, una versión sublimada de ese mecanismo perverso de tornar inexistente la realidad incómoda, ha importado el relato K hace tiempo. No se trata solo de una cuestión ética, sino de una grave práctica, que impide el acertado diagnóstico de los problemas y un correcto enfoque para su solución.

Desde los inicios de la repartija del botín fruto del despojo al sector productivo, los analistas y los expertos vienen pronosticando que el proceso de expoliación terminaría en un agotamiento de recursos, de actividad productiva, de consumo y de empleo. En definitiva, desembocaría en una recesión.

Tales críticas fueron rebatidas con el relato de la equidad, la justicia redistributiva, las reivindicaciones pendientes, el derecho conferido por las urnas a los que menos tenían y otras consabidas cantinelas retóricas.

Cuando la realidad inapelable empezó hace un año largo a golpear la puerta, se acuñó el relato de que no había una crisis, sino que había interesados en que la hubiera. Curiosa superstición campestre que sostenía que no había que concitar la desgracia, más o menos.

Luego, también en un clásico de la negación, se sostuvo que los problemas tenían que ver con la baja de los precios de las commodities, que sin embargo están hoy 50% mejor que al comienzo del gobierno del Frente Amplio. Y por último, la culpa se atribuyó a los desastres del populismo amigo de Argentina y Brasil.

Enfrentada a la caída de consumo, de exportación, de empleo, de actividad y de nota crediticia, la administración no tuvo más remedio que propugnar medidas que tendiesen a morigerar el déficit al que todo populismo lleva. Esas medidas, que se han dado en llamar “el ajuste”, en otro giro del relato, terminan –tras el paso por las horcas caudinas de la poliarquía– por ser un tenue gesto de seriedad, que tampoco será efectivo.

En medio de esa puesta en escena se profundizan las caídas que confirman la recesión que era inevitable tras las absurdas prácticas económicas de la década. Y entonces, ¡la izquierda acusa “al ajuste” de haber provocado la recesión y el desempleo! Como todos los populismos, el Frente cree que los orientales son estúpidos.

La caída de actividad y el empleo han ocurrido mucho antes de empezar la discusión por la seudocorrección. Sería falaz e injusto culpar a este supuesto ajuste–aún no nacido– de una recesión y un desempleo a los que se llegó pese a las advertencias que se descalificaron, ridiculizaron, desoyeron y negaron durante años.

Esto que se empieza a vivir es la crisis que no existía, la recesión que no llegaría, el desempleo que nunca habría, la caída de inversión y producción y exportación que nunca ocurriría según el relato de la redistribución y del bienestar fácil. Frente a tal realidad, lo que se propone es mayor carga impositiva y mayor proteccionismo. Y por supuesto, las consecuencias de tal obcecación serán otra vez achacadas al ajuste y al ataque sobre el gasto irresponsable.

Uruguay ha perdido ya toda su industria bancaria, por presiones internacionales atendibles. Pero la ha perdido, y con ella calidad de empleo importante, junto con los consumos relacionados. Accesoriamente, también ha sufrido duramente la inversión inmobiliaria. La caída en los precios de las propiedades no es nada más que una decisión postergada desde hace dos años, porque el relato hizo creer a mucha gente que sus casas valían lo que no valían.

La recuperación comenzará con esas bajas, justamente. La inversión cae como consecuencia de los altos costos laborales y la inflación absurdamente reciclada con los ajustes automáticos de salarios. No es casualidad de la suerte que caiga la actividad y el empleo en la construcción, cuando son sus salarios y costos laborales los que más han crecido y el financiamiento ha desaparecido.

Como no es casualidad ni fruto del ajuste que caiga el trabajo doméstico, tras las generosas concesiones que se le han otorgado, más allá de la equidad o procedencia de tales prestaciones. Ni tampoco es casual que resulte imposible exportar con los costos actuales.

Pero el relato insiste en encontrar explicaciones que le eviten la autocrítica y que divorcien las causas de los efectos. Esa negación hace que se sientan impunes para proponer como remedio el mismo virus que causó la enfermedad, con lo cual el problema se agudizará. Al no bajar en serio el gasto, no hay con qué desaparezca el déficit, ni razón alguna para que se genere empleo privado ni crecimiento.

Comprendo que corro el riesgo de repetirme al volver sobre estos temas. Pero no se trata de una falta de temática ni de creatividad. Si se persiste en el error, los analistas no tenemos más remedio que persistir en nuestras predicciones y advertencias. Por supuesto que los magos de la dialéctica nos calificarán de pesimistas y hasta de agoreros, en el mejor estilo de la luz mala, el lobizón y otros cuentos. O relatos.

La mentira y la manipulación de la opinión pública es la ortodoxia del populismo y la demagogia. La vieja izquierda morirá con tales consignas en sus labios. El tema es no acompañarla a la tumba en esa épica. 
Por Dardo Gasparré - Especial para El Observador

Desempleados del mundo: ¡uníos! (online)

Se ha alzado la voz uruguaya en la OIT pidiendo la regulación internacional del trabajo en los distintos formatos online. No es una posición solitaria: es acompañada por muchos Estados, organizaciones sindicales y toda la ideología marxista que ha devenido en el gran negocio del proteccionismo laboral organizado.

También las grandes empresas monopólicas están de su lado, ratificando una lucrativa sociedad que ha sobrevivido dos siglos y que en una curiosa fusión, culmina aglutinando en un mazacote imposible la dialéctica de la izquierda con la concepción empresaria fascista.

No se trata de una cuestión del mundo internet. Se trata de un núcleo crucial que afecta el crecimiento, el desarrollo y el bienestar de los pueblos. Y aquí vale recordar algunos principios elementales de economía.

Como la población mundial es siempre creciente –ya sin guerras ni epidemias que la diezmen– se plantea continuamente el problema del empleo para las nuevas generaciones. Eso tiene su propia solución contenida. Consiste en la flexibilización laboral en todos sus aspectos. La baja del costo del trabajo vuelve a generar demanda de trabajadores, igual que el alivio en las rigideces contractuales.

Eso viabiliza nuevos emprendimientos, genera crecimiento y crea nuevos empleos. Hasta que a alguien se le ocurre “defender las conquistas laborales”. Entonces el empleo se paraliza o cae. Los jóvenes no tienen acceso al mercado de trabajo y entonces el único empleo – ficticio– es el que provee el Estado, se profundiza la necesidad de subsidios y la marginalidad.

Como se ha dicho tantas veces, el sistema mafioso les cobra caro una supuesta protección a los que tienen trabajo, en detrimento de los que no lo tienen. Pero a la larga todos pueden quedarse sin trabajo, si los costos aumentan lo suficiente.

Entra ahora en escena la mal llamada seguridad social, también monopolizada por el Estado en la forma de los sistemas jubilatorios de reparto. Se sabe que tal sistema no existe en ninguna parte. Es una estafa dialéctica: los trabajadores y empleadores pagan un impuesto que lastima el empleo y el ingreso para conseguir un beneficio difuso al cabo de un plazo cada vez más lejano. Una limosna.

En el mundo de ladrillo y mezcla esa trampa no se puede eludir. Empresas, sindicatos y Estados son un contubernio infranqueable que defienden ese negocio que nada tiene que ver con el bien de los trabajadores. El foro de discusión de ese contubernio se llama OIT.

No es casual que los grandes emprendimientos de lo que va del siglo hayan ocurrido en el mundo online. Allí se puedo crear toda clase de arreglos laborales y societarios simplemente con un intercambio de emails, fuera de los límites castrantes del Estado.

En ese mundo virtual no fue necesaria la rémora de la burocracia, ni el costo fijo impagable de los sistemas laborales corporativos que disuaden a los creadores y emprendedores. Como ocurrió en el siglo XIX con los grandes inventos que llevaron la prosperidad a la humanidad. El sistema sindical de hoy habría hecho imposible los emprendimientos de Edison, Graham Bell, Dunlop, Ford, el ferrocarril y otros.

Google, Facebook, Microsoft, Apple, Alibaba, Amazon, Mercado Libre, eBay, nacieron en y por esa estructura de libertad y de oferta y demanda. El mundo online, que ahora se quiere castrar, retomó el camino de la libertad de contratación que es la base de la economía ortodoxa, del crecimiento y del bienestar.

La globalización, que tanto ayudó al desarrollo del mundo emergente, muere de muerte súbita frente al proteccionismo empresario, al proteccionismo sindical y al proteccionismo cambiario-aduanero. Por supuesto que se prefiere ignorar ese riesgo inmediato para defender los intereses de los gremios (usando la definición medieval de gremios).

Por eso Francia está reaccionando y trata de cambiar dramática e ímprobamente su cómoda y proverbial siesta laboral, porque ha comprendido que en el mundo global la rigidez y los altos costos terminan reduciendo el empleo en vez de protegerlo.

Son los jóvenes que entran a la plaza laboral los que eligen trabajar online, incluyendo todas sus inseguridades pero todas sus libertades. No se sienten tentados por la dudosa solidaridad troglodita que los condena a ser mendigos en su vejez, o desempleados a los 50. Esos jóvenes han comprendido que son empresarios de su propio trabajo. No quieren ser desempleados del mundo real. Quieren ser protagonistas en el mundo online, que todavía es un mundo de libertades y meritocracia.

El error de los gerontes intelectuales es creer que internet se tiene que encorsetar en un modelo ya agotado de corporativismo casi feudal. Al revés. Es ese mundo arcaico el que debe retomar los modelos que rescata el universo online, que no son diferentes a los que llevaron a los 100 años de mayor bienestar y crecimiento de la historia, hasta los ‘70.

En vez de proponer la castración de la imparable actividad que la tecnología y la hipercomunicación generan a diario, la OIT y los abogados del retroceso deben ser humildes y aceptar que su tiempo y sus prebendas han terminado. De lo contrario, los desempleados del mundo (y de Uruguay) se lo demandarán de otras maneras.